La novicia les esperaba a la salida del palacio del conde.
Era una joven de aspecto frágil, con una túnica blanca impoluta y aire
distraído. El guerrero tardó poco en preocuparse. No tenía aspecto de haber
estado expuesta nunca a ningún peligro. Era una novicia, no era ni siquiera
sacerdotisa de verdad. El pelo caoba recogido en un moño, y los ojos marrones.
Una mirada dulce, demasiado dulce para los tiempos que corrían.
Definitivamente, no era más que una niña malcriada en palacios y lujos, no era
alguien preparada para un viaje como el que tenían por delante. Pero él no
estaba allí para cuestionar las órdenes. Las protegería, las traería de vuelta,
y cumplirían la misión, fuese la que fuese.
_ Tú debes ser Anisa, si no me equivoco. Yo soy Jacluis, y
esta es Librella. Seremos tus compañeros en este cometido del conde. _ La miró
de arriba abajo. _ ¿Dónde están tus armas?
_ Es un honor conocer a dos grandes figuras de nuestro pueblo.
Y si, efectivamente, soy Anisa, una novicia de la luz, y en respuesta a su pregunta
señor, yo no uso armas. Mi poder lo empleo en sanar, no en herir.
_ Genial. Estamos en guerra, debemos ir a un lugar
desconocido por territorio supuestamente hostil, por caminos peligrosos, al
supuesto inicio de una plaga maligna, y mis compañeras son una hechicera y una
novicia, desarmadas y sin ansias de lucha. No es por ofenderos, pero esperaba
más ayuda.
_ Recuerda Jacky, no es una misión de combate. _ Le dijo
Librella_ Y en nuestro destino nos esperan dos caballeros de la luz. Mejor
compañía para el combate no se me ocurre.
Con un gruñido el guerrero se puso en marcha hacia la salida
de la ciudad. Le tenía mucho cariño a la hechicera, pero a veces le sacaba de
sus casillas. Era excesivamente arrogante y condescendiente. Decidió no pensar
en ello. Siempre había sido una buena amiga, y era como su hermana pequeña. Era
una gran mujer, y sería una gran maga. Debía sentirse orgulloso de poderla
llamar amiga. Entre sus pensamientos creyó oír un alarido. Un grito de terror,
no, de dolor. Habían atacado a alguien.
_ ¿Habéis oído eso? _ Preguntó a las chicas_ Decidme que
habéis oído ese grito.
Un sonido que heló la sangre del guerrero sonó a las afueras
de la ciudad. Un cuerno orco. Un cuerno de guerra orco. Pero no podía ser, los
orcos habían sido eliminados en el comienzo de esta guerra contra el mal de los
que los hechiceros habían denominado “Los sin aliento”. Los soldados de las
murallas comenzaron a movilizarse. Los arqueros se dispusieron en posición
defensiva, y los soldados que no estaban en turno activo fueron llamados a los
muros. Inmediatamente se dispusieron las picas, y los hechiceros corrían para
unirse a la defensa del muro. Jacluis ordenó a las dos jóvenes que se
resguardaran en la casa del guerrero, y corrió hacia la muralla, con su arma
preparada para el combate.
Al llegar a las murallas, lo que vio fuera le dejo
paralizado. Lo que sonaban eran cuernos orcos, pero lo que veía eran millares
de cuerpos mutilados, de orcos y humanos, muchos de ellos con armaduras de
Meribdia. Había incluso cuerpos de crías de orco. Aquello parecía sacado de una
de las peores pesadillas de los internos del sanatorio de Onderas. Y todos
estaban avanzando a paso lento pero seguro a los muros de la ciudad. Los
soldados recibieron orden de disparar a discreción, cosa que cumplieron sin el
menor pudor. Las andanadas de flechas eran inútiles contra los enemigos. Cuando
caían, al rato volvían a levantarse para continuar con su macabro avance. Era
como si no sintiesen ningún tipo de dolor, como si sólo pensaran en cumplir una
única orden de ataque y lo demás no existiese.
_ ¡A la cabeza! ¡Apuntad a la cabeza! ¡Eso es lo único que
les parará! _ Gritó el guerrero desesperado por la incapacidad de detener el
avance de sus enemigos.
Los soldados parecieron nerviosos ante el avance del enemigo
y su incapacidad en la lucha contra ellos, pero cumplieron las órdenes. Aun
así, estaban muy lejos aún de los objetivos, y pocas eran las flechas que
lograban dar en el blanco. Los guerreros de Meribdia eran conocidos por su destreza
con la espada, no por el uso del arco.
Pocos metros separaban ya a los engendros de la ciudad, y
entonces algo impensable sucedió. Una de las murallas cayó tras una explosión. Pero
¿A qué clase de magia oscura se enfrentaban? ¿Y cómo era posible que unos seres
sin inteligencia alguna fuesen capaces de provocar ese poder? Fuego y polvo
cubrió a los soldados que protegían la muralla. Todos los engendros comenzaron
a desviarse y se dirigieron hacia el hueco que acababa de ser creado en las
defensas de la ciudad. Jacluis decidió entonces bajar para intentar impedir la
entrada del ejército invasor a la ciudad. Llegó justo cuando los enemigos daban
alcance a la improvisada entrada. Y el guerrero cargó contra ellos. Con el
primer golpe sesgó la cabeza de una de las criaturas. El segundo se fue a
clavar al cráneo de otra, partiéndoselo en dos. Una furia ya conocida por el
guerrero le invadía. La furia de la batalla, del combate, de la supervivencia.
Continuó luchando contra el invasor, pero el número de estos no hacía más que
aumentar. En poco tiempo se vio superado en número, y los soldados de la
defensa caían a decenas. Entonces, un soldado con armadura se lanzó contra él,
seguido de dos orcos enormes. Pudo deshacerse del soldado antes de ver como uno
de los orcos se abalanzaba contra él con la intención de morderle. Cuando el
guerrero intentó levantar la espada, sabiendo que no lograría zafarse a tiempo
de su enemigo, una flecha orca se clavó en el primer orco, y un hacha sesgó la
cabeza del segundo. Entonces vio a dos orcos, un varón y una hembra, luchando
contra los engendros, seguidos de una elfa, y un humano completamente tapado
por una túnica.
Decidió entonces que la mejor manera de sobrevivir era unir
sus fuerzas, y salir de allí. Inmediatamente comenzó a dar órdenes a los
soldados de Meribdia que les rodeaban, pero cada vez que lograba reunificar un
grupo, este caía ante el enemigo. Aquello parecía imposible, ellos eran
soldados entrenados y disciplinados en duros combates, y sus enemigos unos
seres sin pensamiento aparente. Debían estar comandados de alguna manera por
una mente más evolucionada.
Entonces se fijó en el pintoresco grupo que le había salvado
la vida. Aunque los recién llegados parecían bastante duchos en el combate, era
imposible que lograsen detener al enemigo más tiempo. La batalla estaba
perdida. Poco a poco fueron retrocediendo hacia el interior de la ciudad.
Entonces se dirigió al grupo.
_ ¡Seguidme! Sé por dónde podemos huir. _ A pesar de saber
que era la única opción viable para su supervivencia, el guerrero se sentía
extraño huyendo de allí. Dejando su ciudad.
Fue abriéndose paso entre la maraña de combatientes,
vigilando sus espaldas para comprobar que le seguían. Su destino era su casa.
Desde allí había una entrada a las cloacas de la ciudad, y había una salida de
aguas fecales al norte. De vez en cuando tenía que entablar combate para
quitarse de encima a algún enemigo, pero por suerte aún eran pocos los que
habían entrado en la ciudad y pudieron zafarse de ellos. Logró llegar a su
casa, abrir la puerta, y entrar. Cuando todos estuvieron dentro atrancó la puerta
para disponer de más tiempo.
_ ¡Librella! ¡Anisa! ¿Dónde estáis? _ El guerrero vociferaba
intentando dar con las dos jóvenes. Tras varios gritos se temió lo peor, que se
hubiesen visto sorprendidas por algún grupo de invasores y no hubiesen podido
llegar. Jacluis empezaba a ponerse nervioso, las buscaba por toda la casa, pero
era incapaz de encontrarlas. Cuando ya había perdido toda la esperanza, y
estaba dispuesto a salir nuevamente a la ciudad a buscarlas, vio como la
trampilla del sótano se abría y asomaba la cabellera rubia de la hechicera.
_ Aquí Jacky, estamos aquí. Creí que estaríamos más seguras.
_ Se quedó mirando a los cuatro acompañantes del guerrero_ ¿Quiénes son estos?
¿De dónde han salido?
_ No sé cómo se llaman_ Dijo el guerrero_ Sólo sé que de no
ser por ellos yo estaría ahora en el suelo completamente muerto, o peor,
convertido en una de esas criaturas. Pero tienes razón. Señores, mi nombre es
Jacluis, soldado de Meribdia. Estas son Librella, hechicera de fuego, y Anisa,
novicia de la luz. _Dijo, girándose hacia los recién llegados. _ Debo daros las
gracias, pero. ¿Quiénes sois?
_ Mi nombre es Luura, druida del círculo de los padres.
Estos son Tatoth y Marsys, cazadores. Y él es Franys, creo que es un espía.
_ Con todos los respetos elfa, yo era mucho más que un
espía. Era un asesino al servicio de su majestad el rey de Virilia. _ Replicó
el hombre encapuchado.
_ El rey dices. Eso no es posible. _Contestó Librella. _ El
antiguo reino sucumbió hace ya cuatro siglos, si estás al servicio del rey,
deberías tener al menos 400 años.
_ 479 para ser más precisos. Nací hace mucho en lo que ahora
son las ruinas de Virilia. Llevo desde la caída de mi rey deambulando por el
mundo, buscando un motivo por el cual no puedo morir. _Dijo el hombre aún
cubierto por la capa.
_ Yo estudié al último rey de Virilia, Faramir II, y no
recuerdo haber leído nunca sobre asesinos en su corte. Además, hablas de un
reino perdido, y de una ciudad maldita. Ni los más valientes elfos se atreven a
adentrarse más allá de los muros de Virilia. Dicen que el fantasma de los que
allí perecieron en el último asedio vagan por la ciudad, sin reconocer que
están muertos. Nadie que se haya adentrado ha vuelto nunca. No puedes ser un
asesino de la corte del rey. _ Sentenció la elfa.
_ ¿Corte? ¿Quién ha hablado de corte? En la corte sólo había
eunucos y putas. Yo pertenecía a un grupo mucho más, especial. Yo pertenecía a
los Cuervos Plateados. Asesinos, Ladrones, Secuestradores, Espías, todos al
servicio de su majestad Faramir el Magnánimo, druida. Deberías tener un poco
más de cuidado cuando oses usar tu boca para hablar de él.
_ Bueno, señores, eso ya es historia. _ Jacluis se estaba
cansando de tanta palabrería. Debía sacar a las jóvenes de la ciudad y cumplir
con la misión del conde. No tenía tiempo para debates sobre historia. _ Hay que
bajar al sótano, allí hay un pasaje hacía las cloacas. Desde allí podemos
alcanzar una rejilla de salida de aguas fecales que se encuentra al norte de la
ciudad, a unos dos kilómetros de los muros. Dudo mucho que ninguna de estas
criaturas haya llegado hasta allí. Así que vamos, ya harán un debate más
adelante.
Inmediatamente, el gran soldado abrió totalmente la
trampilla permitiendo así que el resto pudiesen bajar. En cuanto todos
estuvieron ya seguros, cerró la trampilla y la atrancó con unos tablones que
tenía para practicar carpintería. Se acercó a una estantería y la apartó,
dejando así visible una puerta de metal no mucho más grande que un hombre.
_ Vosotros dos, compañeros orcos, deberéis agacharos un poco
para poder pasar por esta puerta. No es demasiado grande que digamos.
Las cloacas estaban oscuras, pero silenciosas. Era casi
imposible ver más allá de un par de metros, y eso al guerrero no le hacía
demasiada gracia. Por suerte, la hechicera hizo una pequeña chispa de fuego y
prendió con ella un trozo de madera que cogió antes de salir del sótano de
Jacluis.
_ En ocasiones, la inteligencia es mejor que los músculos,
amigo mío. _ Dijo entre risas la maga.
Continuaron poco a poco tras el guerrero, atentos a lo que
se podía escuchar fuera. Gritos, choques de metal, llantos. El combate de fuera
parecía que era más feroz a cada momento que pasaba. Tras unos minutos, y unos
cuantos tramos de cloaca andados, dejaron de escuchar sonidos de combate.
Parecía que ya había terminado, pero había pasado muy poco tiempo para que ya
hubiese un vencedor. Ninguno de los miembros del extraño grupo expresó sus
pensamientos, pero estaba claro que a ninguno le parecía normal todo aquello.
Por fin, el orco varón habló.
_ El combate ha acabado. Es imposible que los humanos hayan
podido recuperarse tan pronto, y no es normal que ya hayan caído todos. Algo
extraño sucede con esta plaga que nos está invadiendo poco a poco.
_ ¿Poco a poco? No han tardado ni medio sol en tomar la
ciudad. ¿Cómo que poco a poco? _Preguntó la novicia.
_ No hablo sólo de vuestra ciudad. Hablo de la tierra. Y han
tomado dos grandes ciudades, y no creo que se vayan a detener aquí. Avanzarán
hacia Zimarra, hacía Muyabajo, hacia Onderas. Creo que su intención es el
continente, puede que el mundo.
_ Sólo se logró dominar el continente bajo un mismo reino
una vez, y se tardó 12 años en lograrlo. Dudo mucho que sea eso lo que
pretenden. ¿Y el mundo entero? Imposible, ni siquiera nosotros lo conocemos
totalmente. No, esto es una plaga maligna que será detenida en cuanto los
Padres sean avisados. Esto no es más que una enfermedad.
La elfa había hablado de un modo bastante convencido.
Parecía muy segura del poder de los Padres Druidas, y del motivo de la plaga.
El resto de los componentes del grupo de quedaron un poco extrañados por la
seguridad con la que había hablado.
_ ¿Y exactamente cómo puedes estar tan segura? ¿Qué es lo
que sabes de esta maldición? _Interrogó Librella.
_ Estoy segura porque tengo fe. No sé mucho más de esta
maldición que vosotros. Los muertos se levantan y luchan contra los vivos.
Aunque como habréis comprobado parecen algo organizados. No sé cómo es posible,
pero lo descubriré. Para eso me enviaron los Padres hasta el sur. Y lograré
cumplir mi objetivo, aunque me lleve toda una edad.
El silencio volvió a embargar al grupo. Continuaron
avanzando poco a poco por los estrechos pasillos de las cloacas, siguiendo al
guerrero, en fila y soportando los olores que impregnaban el ambiente, que se
hacía más cargante conforme avanzaban y pasaba el tiempo. Continuaron hasta que
Jacluis paró de golpe, haciendo que el grupo se tropezase. El soldado
inmediatamente bajó la improvisada antorcha y desenvainó su espada. La sorpresa
hizo mella en el grupo, que comenzó a impacientarse y a preguntar al guerrero
por lo sucedido.
_ Delante hay algo. No sé lo que es, pero no confío en que
sea algo bueno. Quedaros aquí, iré a investigarlo.
_ No irás tú solo. Yo te acompaño. _ Dijo el orco mientras
levantaba el hacha.
_ De acuerdo, los demás permaneced aquí.
Continuaron avanzando lentamente hasta llegar a una
bifurcación, intentando no hacer ruido, aunque era imposible que no se oyese el
eco de sus pisadas en ese espacio cerrado. Al llegar a la esquina el guerrero
creyó ver una sombra, así que se asomó. Fue incapaz de ver nada, y mucho menos
fue capaz de reaccionar cuando notó como una daga se colocaba rápidamente en su
cuello, sin penetrar en el, pero presionándolo. Entonces fue cuando vio a la
joven que se encontraba sujeta a una de las cañerías del techo. Era menuda,
pelirroja, y bastante atractiva.
_Si estás vivo habla, de lo contrario te cortaré el cuello.
_ Estoy vivo, puedo hablar, y si no bajas tu arma mi colega
azul, este orco enorme que está detrás de ti con un hacha enorme, te cortará en
dos.
Mientras todo esto sucedía, el orco se había situado en la
retaguardia de la chica, y había levantado su arma.
La situación era tensa. Por un lado, al más mínimo
movimiento de la chica, Jacluis moriría. Y si eso sucedía, ella acabaría sin
cabeza. Pero todo acabó por arte de magia. De la magia blanca de la novicia.
Creó una luz cegadora que obligó a los tres a protegerse los ojos, soltando sus
armas.
_ ¿Pero qué demonios? ¿Quién sois vosotros y qué hacéis por aquí?
_ Dijo la recién llegada.
_ ¿Que quién somos? Somos un guerrero de Meribdia, una
hechicera de fuego, un guerrero orco, una cazadora orca, una druida, un asesino
y una hermana de la luz. Y tú eres la que ha atentado contra nuestras vidas.
Así que yo de ti me explicaría primero, y después haría las preguntas.
_ Está bien. ¿Habéis visto lo de ahí fuera? ¿Y aun me
preguntáis que porqué os he amenazado? Me da igual quienes seáis, mi vida me
importa más que ese conocimiento.
_ Hagamos una cosa. Ven con nosotros, conocemos una salida,
y podemos protegernos entre todos. Cuando estemos a salvo, haz lo que te
parezca conveniente. _ Dijo el guerrero meribdiano.
_ Está bien. Soy Belicia, por cierto, una mercader de
Onderas.
No tuvieron tiempo para más presentaciones. Un sonido de
madera resquebrajándose procedente de su retaguardia les indicó que sus
enemigos habían dado con el rastro. Inmediatamente, salieron a la carrera hacia
la salida de las cloacas. No tardaron mucho en encontrarlas, y tras salir,
atrancaron la salida con todo lo que encontraron.
_ Esto les retendrá, pero no demasiado. Debemos alejarnos de
aquí.
Continuaron a la carrera, mientras el sol se ocultaba
lentamente. Al rato, y dado que la hechicera y la novicia estaban exhaustas,
decidieron parar para descansar.
_ Pasaremos aquí la noche, y haremos turnos de guardia. Yo
seré el primero, soy el guerrero de Meribdia, es mi deber velar por vosotros
mientras aún estemos en nuestra tierra. En mi tierra.
El guerrero parecía triste. Cansado. Pero se recompuso,
agarró su espada y se sentó contra un árbol, dispuesto a pasar la noche en
vela. El resto del grupo le miró, extrañados, mientras preparaban algo de
cenar.
La noche llegó rápidamente, y la oscuridad se hizo con los alrededores.
Lo único que daba luz era la hoguera. Entonces, el asesino se acercó a Jacluis,
para entablar conversación.
_ Siento mucho lo de tu ciudad, joven guerrero. Sé lo que es
perder todo aquello que amas, verlo todo destruido. No es agradable.
_ Gracias. Pero no te preocupes, saldremos de ésta. Cumpliré
con mi misión. ¿Y tú? Perdona la brusquedad, pero ¿Qué eres?
_ Supongo que es lo que todos os estáis preguntando. No lo
sé. Sólo sé que no puedo morir, y que necesito de la magia para que mi cuerpo
no se descomponga. Supongo que soy parecido a esos malditos, solo que mi cabeza
sigue en sus sitio. No logro entenderlo.
_ Pero, ellos acaban de aparecer. Tu sin embargo llevas
siglos vagando por el mundo. Eres más antiguo que ellos, mucho más. ¿Y no sabes
nada?
_ Así es amigo mío. Sólo sé lo que te he dicho. Ojalá
supiese más, ojalá pudiese encontrar una explicación. Supongo que no le caigo
bien a los 12, o quién sabe. A lo mejor soy el Mal con forma humana. _ Dijo
entre risas.
Tras esto, el asesino de los Cuervos se alejó, y se tumbó
cerca de la hoguera. Pese a ser un ser muy parecido a los endemoniados, Jacluis
podía notar bondad en él. Confiaba en él. Confiaba en su criterio. Había ido a
parar a un grupo muy variopinto. Desde luego, se había quejado de la compañía
de sólo dos mujeres, y desarmadas. Pero ahora estaban con él una cazadora, otro
guerrero, y un asesino, además de una druida. Ya tenía lo que había ido a
buscar. Para que luego dijesen que quejarse era malo.