viernes, 6 de diciembre de 2019

Capítulo 7


Salir de Onderas, todo lo que debieron ver. Sus mentes no estaban preparadas para tanta maldad. El camino hacia la aldea se hizo tremendamente largo. Las miradas entre el grupo eran mínimas, y las que se dirigían a Belicia eran del todo oscuras. Nadie, a excepción de Franys, tenía ninguna interacción con ella.

Tras una semana de camino, lograron divisar la aldea. Se trataba de una aldea de pocas casas, todas de ellas bajas. Había algún huerto, y un poco de ganado, pero la aldea se dedicaba sobre todo a la extracción de hierro de una pequeña mina que se encontraba en su centro. Los aldeanos eran todos enanos, robustos y poco habladores.

Tras preguntar a varios de ellos, lograron adivinar que un par de forasteros aparecieron hacía unos días, y que actualmente se alojaban en la pequeña posada de la aldea, que hacía más las funciones de taberna y de sede de la asamblea de la aldea. Tras escucharlo, se dirigieron hacia allí.

La posada se componía de una sola estancia con funciones de comedor, y la cocina, y no tardaron mucho en encontrar a los dos forasteros. Un caballero de la Luz de tez y pelo moreno, que se encontraba riendo con otros tres aldeanos, y un hombre que superaba con creces al más alto que hubiesen conocido hasta el momento. Se acercaron a ellos y Jacluis se presentó.

_ Buenas. Supongo que son ustedes los dos enviados por el Templo para intentar aclarar lo que ha sucedido por aquí. Nosotros somos los enviados de Meribdia. Soy Jacluis, Maestro de Espadas. Conmigo vienen Librella, hechicera de fuego; Anisa, novicia del templo; Marsys y Tatoth, representantes del pueblo orco; Luura, una druida del Círculo; y Franys y Belicia, expertos botánicos.

Tras esto, todo el grupo le miró de forma extraña. Librella se acercó a él y le susurró_ ¿Desde cuando sabes mentir tan bien? _ La respuesta del guerrero fue una mirada jocosa.

_ Así que por fin llegáis _ Dijo el caballero _ Esperaba a un par de personas, pero no a todo un pelotón. Por desgracia, habéis perdido el tiempo, como nosotros. La historia no es tan interesante como creeríais. Parece ser que un aldeano se encontró con algunas plantas desconocidas por estos lares. Tras tocarlas, entró en un profundo sueño, por lo que todos aquí creyeron que estaba muerto. Pero tras pasar los días, el cuerpo no se corrompía, por lo que no podía ser devuelto a la tierra siguiendo el rito enano. Por eso se pusieron en contacto con el Templo. Pero todo ha sido un malentendido. Con el tiempo el enano despertó, vivito y coleando. Nosotros esperamos a que llegasen ustedes, pero se han demorado más de lo que creíamos.

_ Lo lamentamos, pero hemos tenido algunos contratiempos que nos han retrasado más de lo debido _ Dijo Anisa _ Aun así, me entristece que este viaje haya sido en vano. Todo el mundo se está hundiendo en la muerte y la sombra, y creí de veras que podríamos marcar una diferencia. Pero por desgracia, la única diferencia que podremos marcar será la de morir más tarde de lo que imaginábamos.

_ Tirius ¿De qué habla esta chica? A mi me contrató el templo como guía, no para morir de forma terrible ni nada por el estilo. No me han pagado para luchar. Soy un contratista, y tengo un contrato.

_ No te preocupes, no sé que pasará, pero cobrarás por todo. _ Dijo mirando al grandullón. Tras estó, fijó su mirada en Anisa _ Soy Tirius, por cierto, Caballero de la Luz. Este grandullón de aquí es Ruul, experto contratado por el Templo para guiarme por este sistema montañoso y laberíntico. Aun así, hermosa flor, no todo está perdido. Aquí mis nuevos amigos me estaban contando cosas sobre una especie de maldición, o sombra, que ha sido vista últimamente rodeando el Bosque Sombrío, y adentrándose camino de lo que se supone son las ruinas de la antigua ciudad de Virilia. Cuéntales, amigo. _ Le dijo a uno de los aldeanos que le rodeaban.

_ No es muy complicado. _ Comenzó el que parecía más viejo de los tres aldeanos _ Nosotros no solemos tener mucho trato con el resto de las razas, somos una aldea de orgullosos enanos mineros. Pero por desgracia esta zona es bastante yerma, y necesitamos alimentarnos. De vez en cuando vienen mercaderes, y a veces incluso nosotros enviamos algunos a comerciar en Muyabajo y en las aldeas elfas del norte de las Dentadas. Últimamente se oyen rumores de un sombra que se dedica a entrar y salir del bosque cuando cree que no se le ve…

_ Perdone. _ Dijo Librella cortando al enano _ Pero ¿Qué es un sombra?

_ Un sombra es un enemigo ancestral de los elfos _ Contestó Luura _ Se dice que es una criatura con forma humana, pero que no puede ser herido por ninguna arma mortal. Únicamente la magia es capaz de hacerles daño alguno. Yo nunca he visto a ninguno, pero antaño se ponía como requisito para entrar al círculo el entregar la cabeza de uno de esos seres. Aunque hace mucho que no se oyen noticias sobre su paradero, y creíamos que habían sido destruido todos.

_ Si, bueno, eso mismo _ Dijo el enano _ Si me permiten continuar. Como iba diciendo, se dice que un sombra entra y sale del bosque a su antojo. Pero no solo eso. Algunos exploradores y colectores de plantas han dicho haber visto luces extrañas en dirección a las antiguas ruinas. Y algunos marineros han explicado lo mismo sobre ellas, que se ven como destellos verdosos en algunos de los edificios en ruinas de la ciudad abandonada. Eso es todo lo que se ha dicho.

_ Como veis señores, a lo mejor todo esto puede tener algo que ver con las cosas esas que decís que se levantan tras morir. _ Dijo Tirius.

En ese momento Franys se levantó de golpe y salió de la posada. Todos se quedaron mirando, pero la única que se levantó tras él, fue Luura. Le descubrió a pocos metros de la entrada a la posada, mirando por un barranco.

_ ¿Qué te sucede? Si no fuese porque es imposible, diría que te has derretido.

_ Lo que ha contado. _ Dijo el asesino. _ La ciudad de Virilia que vuelve a estar en funcionamiento. Es imposible. Llevo siglos deambulando por este maldito mundo buscando una explicación a lo que me sucedió. Y en tanto tiempo no he logrado encontrar nada. ¿Y ahora resulta que todo estaba en casa? Me marché de allí, me convertí en este ser asqueroso. Todo lo que yo era, lo que tenía, estaba en Virilia. Luego los pueblos se sublevaron, y redujeron Virilia a cenizas. Eso es lo que siempre se ha contado. Yo me mantuve escondido durante años por miedo, y vergüenza. No pude ni ver por última vez mi hogar. Me comporté como alguien sin honor. No creo ser capaz de volver allí, y ver todo lo que no he sido capaz de proteger.


_ Toda la verdad se descubrirá, no te preocupes. Averiguaremos que es lo que está sucediendo.

_ Gracias elfa. Esta historia parece que está creando extraños compañeros de camino. _ Dijo Franys, tras lo cual se adentró de nuevo en la posada, solo para ver a sus compañeros levantándose.

_ Chicos. _ Dijo Jacluis._ Haremos noche aquí y recompondremos fuerzas. Mañana, al alba, saldremos hacia el Bosque Oscuro. Y visitaremos la antigua ciudad de Virilia.

Y tras eso, con una extraña mueca en la cara, el guerrero meribdiano comenzó a subir las escaleras, seguidos por los demás. Y ninguno se hacía idea de lo que iban a desencadenar con su decisión.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Capítulo 6


Las aventuras de Belicia habían acabado por fin. Ya era libre, estaba a salvo. Y sólo tuvo que vender a cinco personas. Dejar a cinco almas a la deriva de una suerte cruel y sin esperanza. Pero era lo que le tocaba. Tampoco era para tanto. Ellos eran fuertes, saldrían adelante.

Entonces pasó por delante de la prisión. Y pudo ver a los negreros de tierras distantes observar a los esclavos. Y lo que era peor, pudo ver cómo alguno de ellos cataba a las esclavas. No, aquello no podía ser. No era un futuro justo. Y mucho menos cuando la mano oscura que había cometido el crimen había sido la suya. Su conciencia no le permitiría seguir viviendo. Así que optó por acallar a su consciencia en la taberna. Allí encontraría el fin a su culpa.

Al entrar en ella, pudo ver a varios de los clientes ya bien cogidos a su jarra, algunos de ellos muy bebidos, y otros ya casi sin consciencia, tirados por el suelo. Se acercó al tabernero y pidió una pinta. Y después pidió otra. Y otra. Bebía como un enano, pero en su mente la imagen del orco y del humano trabajando en alguna mina oscura y lejana, o los cuerpos de las dos humanas o de la orca siendo usados por algún rico oriental o como trofeo en alguna competición bárbara, no le abandonaba. Su cabeza ya le daba vueltas, y comenzaba a ver doble. E incluso comenzó a tener visiones. Vio al otro humano, al que vestía como un sacerdote, tapado con una capucha y cubierto por una túnica. Pero bueno, era parte de las características de la cerveza. La visión se sentó a su lado, y la miró. Nunca se había fijado en esos ojos oscuros que tenía. Parecían inhumanos.

Entonces, su visión se convirtió en una aparición. El humano, el tal Franys, comenzó a hablarle.

_ Joven. He sido testigo de innumerables atrocidades en mis años de vida, pero jamás había sido testigo de una traición como la que has cometido. Ellos, que te han dado su confianza, que te sacaron de Meribdia, que te permitieron formar parte de su familia. Y tú les has vendido. ¿No tienes honor? ¿Ni principios?

Aquello era increíble. ¡Ahora le habla de honor!

_ ¿Y tú? ¿Dónde estabas cuando ellos fueron apresados? ¿Acaso les ayudaste tu?

_ Mira, niñata, mis motivos no son de tu incumbencia. Pero necesito tu ayuda para sacarles de allí. Y me la darás te guste o no. No me gustaría llegar a maneras menos civilizadas.

Aquel imbécil intentaba coaccionarla. Desde luego, ese tío tenía mucha cara. Pero algo de razón tenía. Aquello era culpa suya, y su nombre estaba ya limpio. Al fin y al cabo, ella era la más sigilosa ladrona y extorsionadora que jamás había visto el mundo. No sería muy complicado entrar y salir de la prisión. Sólo debía ser ella misma, y su nueva deuda quedaría saldada.

_ Está bien. De acuerdo. Les sacaremos, pero debes seguir mis órdenes. Y si veo que me eres un estorbo, te dejaré atrás. Necesito el silencio, ¿De acuerdo?

_ Seré como un muerto, joven. Pero démonos prisa. Quién sabe lo que les pueden estar haciendo.

* * *

Todo estaba oscuro, pero era capaz de escuchar la respiración del orco. Aquel enorme orco era capaz de dormir incluso en los momentos más tensos. Intentó forzar la vista para ver a Librella o a Anisa, pero a esas horas, la oscuridad era absoluta. Jacluis supuso que era de noche.

_ Ha oscurecido hace poco. Ha pasado un día más en este tormento. Ya te acostumbrarás. Hasta que nos encuentren un comprador, pueden pasar días. Yo ya he contado aquí dos semanas. Pero claro, supongo que yo como bardo tengo poca salida en la mina. A no ser que encuentren a algún noble con gustos algo depravados, dudo mucho que salga de aquí pronto. Vuestro caso no es el mismo, saldréis pronto de aquí.

Era el bardo, aquel pequeño semielfo que había sido su guía en aquella antesala del horror. Un hombre castigado por dejarse llevar por sus impulsos. Aquello no era típico de los meribdianos, ellos eran disciplinados, pero había oído hablar de los bardos. Gentes de placer y arte. Nunca le habían gustado.

_ Nosotros saldremos pronto, ya verás. Y tú vendrás conmigo. La esclavitud no debería ser perdonada. No es justa. Y el conde de Onderas recibirá su castigo.

_ Vale amigo, avísame cuando eso suceda para componer una oda a tu valor y arrojo. Así se la podré cantar a mis futuros amos.

El silencio volvió a hacerse. Era normal que el bardo se hubiese dado por vencido. Dos semanas acaban con la moral de muchos, y él no era un guerrero. Pero Jacluis no podía darse por vencido. Tenía una misión, una misión que debía cumplir. Y nada se lo impediría.

_ A lo mejor podríamos llamar la atención de un guardia, y tú aprovecharías para acabar con él, como en las historias. Es el recurso literario más empleado en las grandes historias de héroes y salvaciones. Conozco unas cuantas que empiezan así.

_ ¿Podrías contarnos algo, Adry'Yan?

La voz provenía de la otra jaula. Jacluis supuso que sería Librella, la conocía desde hacía años. A ella siempre le habían gustado las historias, y las canciones de batallas y heroicidades. Cuando eran pequeños, ella siempre decía que ellos dos vivirían su propia historia, y que ella sería la dama y Jacluis el caballero valeroso. Cómo cambiaban las cosas. Ahora, él estaba casado con la guerra, y ella se enamoró de Golnir, aunque por desgracia este murió en el campo de batalla.

_ Librella. Te sacaré de aquí. _ Dijo el guerrero a la oscuridad.

_ Lo sé. Tu eres mi caballero de brillante armadura. Nos sacarás a todos de aquí.

No podía verla, pero la conocía. Ella estaba perdiendo la fe. Estaba desesperándose. Y él no podía hacer nada. Debía sacarles de allí. Debía ayudarles. Pero no sabía cómo. Entonces, un sonido seco se oyó. Como un saco cayendo a plomo sobre el suelo. Despertó inmediatamente a Tatoht y se puso en guardia. No sabía qué podía ser, pero prefería no llevarse sorpresas.

Una luz comenzó a hacer visible la celda poco a poco. Una luz llameante que se hacía cada vez más y más grande. No tenía fuerzas, pero se defendería hasta su último aliento. Les defendería a todos. Entonces, un rostro conocido le sorprendió. Dos, para ser más exactos. Eran Franys y Belicia.

_ ¿Qué demonios hacéis aquí? ¿Y qué hace ella contigo? Es una traidora.

_ Jacluis, relájate. Ella me está ayudando. Hay cerca un túnel que conecta el castillo con las afueras de la ciudad. No es mucho mejor que las cloacas por las que salimos de Meribdia, pero nos ayudará.

_ Lo siento Jacluis, de verdad. _ Dijo la pelirroja. _ Pero estaba asustada. Me amenazaron, y no sabía qué hacer. Me propusieron el trato, y lo acepté. Pero mi conciencia y este idiota no me han dejado dormir. Saldremos de aquí. He de saldar una nueva deuda. Con vosotros.

Tras decir esto, la joven abrió las puertas de las celdas. Pudo ver la cara de Luura, Librella y Anisa. Estaban desnudas, pero no habían sido golpeadas. Algo era algo.

_ Vuestras pertenencias están perdidas, pero en una sala de al lado hay algo de ropa. Y hemos noqueado a un par de guardias, tenéis allí sus armas. Algo es algo. Para salir de aquí será suficiente.

No dijeron nada más. No había tiempo. En cuanto los siete, bardo incluido, hubieron salido, empezaron a escuchar pasos. Era el cambio de guardia. Y un par de soldados no se iban a presentar a él. Tendrían problemas.

Se vistieron con las ropas que había. Ninguno tenía su talla, y mucho menos el orco o las chicas. Pero debería valer.

Salieron corriendo de aquella mazmorra, sólo para encontrarse con pasillos llenos de soldados, y cómo el cuerno de la alarma sonó a lo lejos. El sigilo ya no era una opción, habría que salir rápido, o por la fuerza. Avanzaron por varios pasillos, siempre detrás de Belicia, siempre mirando por las esquinas, con cuidado para no ser vistos, o para que los que le viesen no pudiesen darse cuenta demasiado pronto. Un par de soldados acabaron con el cráneo partido o destrozado. Pero no llegaban a la salida. Sólo veían paredes de roca, eternas, todas iguales que sus antecesoras. Pero Belicia y Franys parecían muy tranquilos. Sabían dónde iban, aunque no lo pareciese. Tras correr durante un largo periodo de tiempo, llegaron a una sala. Muy elegante, en contra del resto de las mazmorras. Con elegantes cortinas, tapices exquisitos, alfombras coloridas y una mesa de roble con candelabros de plata. Y una chimenea enorme, que daba la sensación de no haber sido encendida en mucho tiempo.

_ Esta es la sala dónde el conde se esconde durante los asedios a Onderas. Como veréis hace tiempo que no se usa. La chimenea tiene un túnel para su evacuación, y es por donde saca a los esclavos de su propia ciudad, para evitar amotinamientos de la población. Después les echa la culpa a los bandidos, o a otros reinos, y se evita explicaciones más extensas. Así puede decirles a los ciudadanos que los esclavos que vende son esos mismos bandidos, y no tiene problemas con ellos. El odio y la ignorancia son grandes aliados, la verdad.

La explicación de Belicia les dejó extrañados. Jacluis conocía al conde de Onderas desde hacía años, y jamás habría pensado algo tan turbio por su parte. Franys accionó algo y un clic se escuchó, entonces, el falso fondo de la chimenea se abrió unos centímetros, y ellos pudieron empujar hasta hacer un hueco por donde poder entrar al túnel.

De pronto, escucharon pasos a su espalda, y comenzaron a correr hasta el final del túnel. Sin mirar atrás. Pero a la salida tuvieron que detenerse. Endemoniados. Un pequeño grupo. Pero suficientes como para hacer que los soldados de Onderas les diesen caza. No se lo pensaron dos veces. Abrieron la reja y cargaron contra los endemoniados. No buscaban siquiera acabar con la extraña vida que tenían, tan solo apartarles. Jacluis, Tatoht, y Franys acabaron con tres de ellos, mientras que el resto empujó a un par de endemoniados. Tras lo cual se internaron en el bosque de Onderas, hacia el norte. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, se detuvieron para asegurarse de que nadie les siguiese. Tras unos instantes, se cercioraron de que los endemoniados les habían perdido la pista.

_ Bueno, ¿Y ahora dónde vamos?

La pregunta la hizo el bardo, Adry'Yan. Todos le miraron extrañados, sobre todo Franys, que fue el que le contestó.

_ ¿Quién eres tú? ¿Y por qué estás aquí?

_ Me llamo Franys, soy un bardo. Estaba en la celda con Jacluis y Tatoht, y os puedo ser de ayuda. Conozco todo Aerandir como la palma de mi mano. Me sé las historias, y los nombres de todos los hombres importantes. Puedo guiaros.

_ No sé yo. Ya tenemos demasiados dependientes en este grupo.

_ ¿A qué te refieres con dependientes, blanquito? _ Soltó Anisa enojada. _ Aquí todos tenemos una función, y si no te gusta te vas. Te recuerdo que tú no formas parte de esta misión, eres el menos indicado para hablar. A mí me parece bien que se quede. Toda ayuda es poca.

_ Esto se está convirtiendo en un paseo por el campo. Y eso nunca es bueno.

_ Franys, relájate. Se quedará con nosotros hasta que encontremos un lugar seguro. No podemos dejarle aquí solo, rodeado de endemoniados. Vendrá con nosotros. _ Sentenció Jacluis. _ Y ahora, deberíamos planear el siguiente paso.

_ De planear nada Jacky. Los enviados del templo no estaban en Onderas, lo oí decir a un soldado en el banquete. Así que deberíamos ir al poblado de donde vienen las noticias. Y no podemos perder tiempo. Vamos.

Tras decir aquello, Librella comenzó a andar. Jacluis se quedó mirándola, la verdad, aquel uniforme de Onderas le quedaba muy bien, muy atractivo. Anisa y Marsys comenzaron a seguirla, y el resto del grupo con ellas. Ya tenían un plan, un objetivo.

Mientras, la reja del túnel de Onderas gimió. Y algo entró en él arrastrando los pies.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Capítulo 5


El camino había sido difícil. No habían podido ir a las dentadas, a la aldea, porque estaba infestado de endemoniados. Suponían que los dos caballeros de la luz que allí les esperaban sabrían cuidarse solos. Así que decidieron ir a Onderas. No era lo más adecuado, dado que las relaciones entre ambas ciudades se habían enfriado últimamente, pero era la opción más viable.

Durante el camino, no vieron a nadie. Parecía que el camino hacía Meribdia hubiese sido cerrado, algo que desde luego había gustado mucho a Jacluis. No le gustaban las visitas extrañas ni tratar con viajeros. No disponían de comida, ya que habían salido muy rápido de la ciudad, pero por suerte los dos orcos sabían cómo lograrla. Todas las tardes desaparecían y volvían al rato con una pieza de caza. Al meribdiano no le hacía mucha gracia que desapareciesen así, pero sabían cuidarse.

A la quinta jornada de camino, llegaron a Onderas. La ciudad cumbre de la cultura de Aerandir. La ciudad de los filósofos, comerciantes, charlatanes, embusteros, embaucadores. Toda la calaña del continente se reunía allí. Todos los farsantes. La escoria.

_ Ahí delante tenemos las puertas de Onderas, la ciudad de las oportunidades, mi ciudad. Hasta aquí llega nuestro camino juntos. Ha sido un placer disfrutar de vuestra compañía, pero tengo otros asuntos que atender. Gracias por todo.

La joven Belicia parecía bastante contenta por llegar a la ciudad y abandonar el camino. El resto, debido a los acontecimientos, no lograban entender cómo era posible que ella no estuviese afectada. Pero bueno, era su vida, al fin y al cabo.

Cuando se acercaron a la ciudad, se extrañaron de que no hubiera guardias en las puertas. Incluso la ciudad pirata de Nabalvento tenía guardias en sus puertas para evitar ataques inesperados. Todos y cada uno de ellos creyeron lo peor, que la plaga también había llegado hasta Onderas, que también habían caído. Pero vieron a Belicia entrar tranquilamente, como si aquello fuese normal, y siguieron su ejemplo. Nada más entrar, se dieron de bruces con un mercado. Uno muy concurrido, con comerciantes de lo que parecía ser todos los rincones del continente. Era como si todos los problemas que acaecían fuera de sus murallas no les incumbiesen, como si ellos perteneciesen a un mundo distinto.

Tras echar un ojo a algunos puestos, se dirigieron sin demora hacia el palacio del conde de Onderas. No tardaron mucho en dar con él, puesto que al contrario que el castillo de Meribdia, fuertemente fortificado, este estaba compuesto casi en su totalidad de altas torres, muy hermosas, pero sin ninguna utilidad práctica. Las puertas eran de una madera fina y hermosa, con hermosos grabados, y como en la entrada de la ciudad, la guardia brillaba por su ausencia.

Entraron, y dieron un paseo buscando a alguien que les pudiese decir dónde podían encontrar a quien estuviese al mando. A un comandante de la guardia, o incluso al mismísimo conde. Pero no dieron con nadie. Parecía que todos estaban en el mercado. Por suerte, Anisa habló.

_ De pequeña, venía muy a menudo a este palacio. A mi padre le encantaba cazar en los montes del norte de la ciudad en primavera. Si me seguís, puedo llevaros a la sala del conde, aunque no sé si estará allí.

Nadie puso objeciones a la novicia, y la siguieron por los pasillos de palacio hasta dar con una puerta muy adornada, pero de un grosor mayor de lo que esperaban, siendo el resto del palacio tan fino y elegante como era. La novicia, nada más llegar, llamó dos veces con el puño, y empujó con fuerza la pesada puerta. Jacluis la ayudó al ver el esfuerzo que le llevaba a la joven. Al lograr abrir, se dieron de cara con algo que no tenía nada que ver con el resto de la ciudad. Un grupo de hombres, con armaduras y espadas, sentados y discutiendo en una larga mesa, encabezada por un hombre mayor, pero pese a ello muy atlético. Todos los hombres se quedaron mirando, intrigados por la interrupción.

_Perdónenos, mi señor conde, pero tenemos una información urgente que darles. _Dijo la joven novicia dirigiéndose al que encabezaba la reunión. _ Soy Anisa, hija del duque de Zimarra. Su sobrina. Y vengo de la ciudad de Meribdia para traeros una terrible noticia.

_ ¡Mi querida Anisa! ¡Que honor, y que placer tenerte ante mis ojos! Hace más de cuatro años que no te veía, y desde luego el tiempo te ha sentado muy bien. Veo que las frutas del sur maduran de una manera muy hermosa. _Le dijo el conde, levantándose. _Y bien, ¿Cuáles son esas noticias que traes?

_ La ciudad de Meribdia ha caído. _Esta vez fue Jacluis el que habló. Estaba cansado, y no estaba dispuesto a charlatanería de la corte. _Soy Jacluis, Maestro de Espadas de la guardia de Meribdia. Hemos sido atacados por un enemigo que no había sido visto en mi tierra nunca, desde el comienzo de los tiempos. Un enemigo inmortal, terrible, e incansable. Solicitamos ayuda para poder salvar a los meribdianos que aún queden entre las ruinas de la ciudad.

En ese momento, el orco, Tatoht, que se había mantenido en silencio desde que divisaron la ciudad, habló.

_ Mi tierra, Sangra'Khan, también ha caído. Soy Tatoht, miembro de la guardia ardiente, y dispongo mis humildes servicios ante quien me ayude a vengar a mis hermanos. Yo, como mi joven camarada, deseo poder hacer algo para ayudar a aquellos que acogieron a mi raza en un momento de necesidad, pese a las rivalidades que siempre existieron entre nosotros. _ Dicho esto, volvió a su puesto tras Jacluis.

El conde permaneció unos instantes en silencio, mirando a todos y cada uno de ellos. Entonces, se dirigió a Anisa.

_ ¿Y cómo dices que está tu padre? Hace mucho que no se de él, y me gustaría que me contases todo lo que ha sucedido en estos cuatro años. Los demás, podéis pasar la noche en la posada La Bailarina Feliz. Decid que vais de parte del conde. Usted señorita, _Dijo dirigiéndose a Librella. _Parece hechicera, y nunca hemos tenido hechiceras en la corte. Me agradaría que usted y la señora orca, esa belleza azul, se quedasen también. Nunca hemos podido conversar con personalidades tan ilustres y exóticas. Por favor. Sería un placer para mí.

Todo aquello le mosqueaba a Jacluis, pero Librella le hizo un gesto para tranquilizarle. Iban a aceptar la invitación del conde. Jacluis decidió entonces ir a la posada con los otros dos varones del grupo. Comieron, bebieron, y disfrutaron del espectáculo. Cuando la noche llegó, las chicas seguían sin haber ido con ellos, y eso no le gustaba demasiado a Jacluis. Al fin y al cabo, el conde de Meribdia le había encomendado su protección. Mientras estos pensamientos permanecían, la bebida continuaba llegando por parte del conde. Tras un rato, estaban el humano y el orco cantando y bailando, mientras que Franys, oculto tras su capucha, les observaba impávido. Cuando la noche ya estaba muy avanzada, el asesino decidió llevar a sus dos compañeros hacia los camastros. Pese a que el tamaño de ambos le superaba, logró tal hazaña sin apenas esfuerzo. Los dejó recostados, sin desvestirles, y se marchó a la planta baja de nuevo. Él nunca dormía, así que decidió hacer guardia.

A mitad de la noche, Jacluis notó algo a su lado. Con un gran dolor de cabeza, abrió los ojos y palpó. Había un bulto en la cama, del tamaño de una mujer menuda. Continuó palpando, intentando descifrar qué era, cuando una voz conocida le habló.

_ Señor, si continuas así pasaré de advertirte, te desnudaré, y te haré mío aquí mismo. A la vera de nuestro colega orco.

_ ¿Belicia? _ El guerrero creía haber bebido en exceso _ ¿Eres tú?

_ Si, soy yo. Y pese a que es una gran pena para mí el perderme algunas cosas esta noche_ Dijo mientras le palpaba el abdomen_ He de advertirte. Hace poco esta ciudad entró en quiebra. Ahora su conde se dedica a la trata de blancas. El comercio con carne. Y sus más allegados clientes son las ciudades libres del sur, piratas en su mayoría. Y no sé por qué, deduzco que las tres mujeres que os acompañaban se encuentran con el conde. ¿Me equivoco?

La cabeza del meribdiano le iba a estallar. ¿Qué quería decirle la joven pícara? La habitación le daba vueltas, pero entonces cayó. Trata de blancas. Comercio de carne con ciudades piratas. Piratas. Libertinaje. Burdeles. ¡Insinuaba que el conde iba a vender a las tres como rameras!

_ Espera, ¿Qué estás diciendo? ¿Estás segura de ello?

_ ¿Por qué crees que me marché de aquí? ¿Porque me gusta el carácter simplón de las ciudades del este? Me atraparon metiéndole mano al bolsillo de un ricachón, y mi castigo fue.. ¡La prostitución! Por suerte escapé antes de que pudiesen venderme a algún burdel de mala muerte. Pero tus señoritas, no sé yo. Ya han pasado unas cuantas horas. Y no creo que un burdel pirata sea un buen lugar para una novicia tan joven, aunque la venderán a un buen precio, de eso no me cabe duda.

_ ¡Mierda! ¡Tatoht, despierta! ¡Vamos!

Tiró del catre del orco, arrojándole al suelo. El orco despertó y agarró instintivamente su hacha.

_ ¿¡Qué demonios sucede humano!? ¡Nunca debes despertar a un orco que duerme, y menos de esas maneras!

_ No hay tiempo, Librella, Anisa y Marsys corren peligro. Debemos sacarlas de allí inmediatamente.

Sin esperar respuesta, bajó para advertir a Franys, pero no lo encontró por ningún lugar. Era como si hubiese huido aprovechando la noche.

_ No te preocupes por él. _Dijo Belicia _ Ya hablé con él, ha marchado al palacio. Nos esperará por allí.

Típico de los espías y ladrones. Siempre tan individualistas. Jacluis cogió su espada, e iba a colocarse la malla cuando Belicia le hizo un gesto negativo con la cabeza. _ Harías demasiado ruido. Necesitamos sigilo, no brusquedad. Esta noche, se hará a mi modo.

Los dos guerreros asintieron, y se quedaron sólo con las protecciones de cuero. Corrieron tras la joven, ocultos en las sombras de la ciudad. Poco antes de llegar a la entrada de palacio, dieron un giro y se adentraron en una callejuela. Desde allí, subieron a los tejados, y corrieron hasta una ventana de palacio. Belicia sacó un alambre y con él levantó el pestillo de la ventana, permitiéndoles así entrar. Una vez dentro, fueron en silencio hacia la parte de arriba, dónde suponían estarían los aposentos. Se adentraron en una puerta que daba a un pasillo enorme, con varias puertas. Cando iban a adentrarse por el pasillo, Belicia dobló y entró en una de ellas, cerrándoles el paso.

_ Belicia_ Dijo Jacluis entre susurros_ No podemos entrar.

_ Lo siento chicos. Sólo son negocios. No es personal.

Tras decir eso, todas las puertas del pasillo se abrieron, dejando paso a varios soldados de la guardia de Onderas. Eran mínimo unos veinte, y los dos guerreros estaban solos y sin armaduras.

_ Maldita zorra. Debimos haberte matado cuando tuvimos la oportunidad en Meribdia.

_ De verdad, guapo. No es personal. Yo por mi te tenía en mi cama atado todo el día, pero tenía asuntos pendientes, y vosotros me habéis venido como anillo al dedo.

Entonces, uno de la guardia se acercó a ellos, y se dirigió a Belicia.

_ Muy bien, toma, lo acordado. Cincuenta monedas de plata por cada uno, y setenta y cinco por cada chica. Eso hacen veinticinco para ti, descontando lo que debías. Ahora lárgate, antes de que usemos ese precioso cuerpo para ganar más dinero.

Belicia se dio la vuelta con el rostro ensombrecido y se marchó. Los soldados agarraron a los dos guerreros y les ataron. Les condujeron escaleras abajo hacia los sótanos, y a continuación hacia las mazmorras. Una vez allí, les soltaron en una celda y cerraron la puerta tras ellos.

Jacluis dio un rápido vistazo a su alrededor. Había alguien más, un hombre, tumbado en un colchón en el suelo. Y otra celda contigua también estaba ocupada. Se fijó bien. Tres bultos, tapados y durmiendo en el suelo. Entonces el que estaba en su celda les habló.

_ Si. Son tres pobres chicas que van a ser vendidas a un esclavista del sur. Pobres. Son jóvenes, y muy hermosas. Supongo que a vosotros también os venderán. Desde que el conde quedó en la ruina, se ha dedicado a la venta de esclavos. Es una pena, antes esta ciudad era conocida por su cultura, su arte, sus filósofos. Ahora, nadie viene. Sólo gente de baja calaña.

_ ¿Cómo os llamáis, si puedo saberlo? _Preguntó el meribdiano.

_ Mi nombre es Adry'yan, el bardo semielfo, y como vosotros, estoy a la espera de ser vendido a los esclavistas.

Tras decir esto, el hombre se volvió a tumbar, mientras canturreaba una canción en un idioma que a Jacluis le resultaba muy familiar.

sábado, 30 de noviembre de 2019

Capítulo 4


La novicia les esperaba a la salida del palacio del conde. Era una joven de aspecto frágil, con una túnica blanca impoluta y aire distraído. El guerrero tardó poco en preocuparse. No tenía aspecto de haber estado expuesta nunca a ningún peligro. Era una novicia, no era ni siquiera sacerdotisa de verdad. El pelo caoba recogido en un moño, y los ojos marrones. Una mirada dulce, demasiado dulce para los tiempos que corrían. Definitivamente, no era más que una niña malcriada en palacios y lujos, no era alguien preparada para un viaje como el que tenían por delante. Pero él no estaba allí para cuestionar las órdenes. Las protegería, las traería de vuelta, y cumplirían la misión, fuese la que fuese.

_ Tú debes ser Anisa, si no me equivoco. Yo soy Jacluis, y esta es Librella. Seremos tus compañeros en este cometido del conde. _ La miró de arriba abajo. _ ¿Dónde están tus armas?

_ Es un honor conocer a dos grandes figuras de nuestro pueblo. Y si, efectivamente, soy Anisa, una novicia de la luz, y en respuesta a su pregunta señor, yo no uso armas. Mi poder lo empleo en sanar, no en herir.

_ Genial. Estamos en guerra, debemos ir a un lugar desconocido por territorio supuestamente hostil, por caminos peligrosos, al supuesto inicio de una plaga maligna, y mis compañeras son una hechicera y una novicia, desarmadas y sin ansias de lucha. No es por ofenderos, pero esperaba más ayuda.

_ Recuerda Jacky, no es una misión de combate. _ Le dijo Librella_ Y en nuestro destino nos esperan dos caballeros de la luz. Mejor compañía para el combate no se me ocurre.

Con un gruñido el guerrero se puso en marcha hacia la salida de la ciudad. Le tenía mucho cariño a la hechicera, pero a veces le sacaba de sus casillas. Era excesivamente arrogante y condescendiente. Decidió no pensar en ello. Siempre había sido una buena amiga, y era como su hermana pequeña. Era una gran mujer, y sería una gran maga. Debía sentirse orgulloso de poderla llamar amiga. Entre sus pensamientos creyó oír un alarido. Un grito de terror, no, de dolor. Habían atacado a alguien.

_ ¿Habéis oído eso? _ Preguntó a las chicas_ Decidme que habéis oído ese grito.

Un sonido que heló la sangre del guerrero sonó a las afueras de la ciudad. Un cuerno orco. Un cuerno de guerra orco. Pero no podía ser, los orcos habían sido eliminados en el comienzo de esta guerra contra el mal de los que los hechiceros habían denominado “Los sin aliento”. Los soldados de las murallas comenzaron a movilizarse. Los arqueros se dispusieron en posición defensiva, y los soldados que no estaban en turno activo fueron llamados a los muros. Inmediatamente se dispusieron las picas, y los hechiceros corrían para unirse a la defensa del muro. Jacluis ordenó a las dos jóvenes que se resguardaran en la casa del guerrero, y corrió hacia la muralla, con su arma preparada para el combate.

Al llegar a las murallas, lo que vio fuera le dejo paralizado. Lo que sonaban eran cuernos orcos, pero lo que veía eran millares de cuerpos mutilados, de orcos y humanos, muchos de ellos con armaduras de Meribdia. Había incluso cuerpos de crías de orco. Aquello parecía sacado de una de las peores pesadillas de los internos del sanatorio de Onderas. Y todos estaban avanzando a paso lento pero seguro a los muros de la ciudad. Los soldados recibieron orden de disparar a discreción, cosa que cumplieron sin el menor pudor. Las andanadas de flechas eran inútiles contra los enemigos. Cuando caían, al rato volvían a levantarse para continuar con su macabro avance. Era como si no sintiesen ningún tipo de dolor, como si sólo pensaran en cumplir una única orden de ataque y lo demás no existiese.

_ ¡A la cabeza! ¡Apuntad a la cabeza! ¡Eso es lo único que les parará! _ Gritó el guerrero desesperado por la incapacidad de detener el avance de sus enemigos.

Los soldados parecieron nerviosos ante el avance del enemigo y su incapacidad en la lucha contra ellos, pero cumplieron las órdenes. Aun así, estaban muy lejos aún de los objetivos, y pocas eran las flechas que lograban dar en el blanco. Los guerreros de Meribdia eran conocidos por su destreza con la espada, no por el uso del arco.

Pocos metros separaban ya a los engendros de la ciudad, y entonces algo impensable sucedió. Una de las murallas cayó tras una explosión. Pero ¿A qué clase de magia oscura se enfrentaban? ¿Y cómo era posible que unos seres sin inteligencia alguna fuesen capaces de provocar ese poder? Fuego y polvo cubrió a los soldados que protegían la muralla. Todos los engendros comenzaron a desviarse y se dirigieron hacia el hueco que acababa de ser creado en las defensas de la ciudad. Jacluis decidió entonces bajar para intentar impedir la entrada del ejército invasor a la ciudad. Llegó justo cuando los enemigos daban alcance a la improvisada entrada. Y el guerrero cargó contra ellos. Con el primer golpe sesgó la cabeza de una de las criaturas. El segundo se fue a clavar al cráneo de otra, partiéndoselo en dos. Una furia ya conocida por el guerrero le invadía. La furia de la batalla, del combate, de la supervivencia. Continuó luchando contra el invasor, pero el número de estos no hacía más que aumentar. En poco tiempo se vio superado en número, y los soldados de la defensa caían a decenas. Entonces, un soldado con armadura se lanzó contra él, seguido de dos orcos enormes. Pudo deshacerse del soldado antes de ver como uno de los orcos se abalanzaba contra él con la intención de morderle. Cuando el guerrero intentó levantar la espada, sabiendo que no lograría zafarse a tiempo de su enemigo, una flecha orca se clavó en el primer orco, y un hacha sesgó la cabeza del segundo. Entonces vio a dos orcos, un varón y una hembra, luchando contra los engendros, seguidos de una elfa, y un humano completamente tapado por una túnica.

Decidió entonces que la mejor manera de sobrevivir era unir sus fuerzas, y salir de allí. Inmediatamente comenzó a dar órdenes a los soldados de Meribdia que les rodeaban, pero cada vez que lograba reunificar un grupo, este caía ante el enemigo. Aquello parecía imposible, ellos eran soldados entrenados y disciplinados en duros combates, y sus enemigos unos seres sin pensamiento aparente. Debían estar comandados de alguna manera por una mente más evolucionada.

Entonces se fijó en el pintoresco grupo que le había salvado la vida. Aunque los recién llegados parecían bastante duchos en el combate, era imposible que lograsen detener al enemigo más tiempo. La batalla estaba perdida. Poco a poco fueron retrocediendo hacia el interior de la ciudad. Entonces se dirigió al grupo.

_ ¡Seguidme! Sé por dónde podemos huir. _ A pesar de saber que era la única opción viable para su supervivencia, el guerrero se sentía extraño huyendo de allí. Dejando su ciudad.

Fue abriéndose paso entre la maraña de combatientes, vigilando sus espaldas para comprobar que le seguían. Su destino era su casa. Desde allí había una entrada a las cloacas de la ciudad, y había una salida de aguas fecales al norte. De vez en cuando tenía que entablar combate para quitarse de encima a algún enemigo, pero por suerte aún eran pocos los que habían entrado en la ciudad y pudieron zafarse de ellos. Logró llegar a su casa, abrir la puerta, y entrar. Cuando todos estuvieron dentro atrancó la puerta para disponer de más tiempo.

_ ¡Librella! ¡Anisa! ¿Dónde estáis? _ El guerrero vociferaba intentando dar con las dos jóvenes. Tras varios gritos se temió lo peor, que se hubiesen visto sorprendidas por algún grupo de invasores y no hubiesen podido llegar. Jacluis empezaba a ponerse nervioso, las buscaba por toda la casa, pero era incapaz de encontrarlas. Cuando ya había perdido toda la esperanza, y estaba dispuesto a salir nuevamente a la ciudad a buscarlas, vio como la trampilla del sótano se abría y asomaba la cabellera rubia de la hechicera.

_ Aquí Jacky, estamos aquí. Creí que estaríamos más seguras. _ Se quedó mirando a los cuatro acompañantes del guerrero_ ¿Quiénes son estos? ¿De dónde han salido?

_ No sé cómo se llaman_ Dijo el guerrero_ Sólo sé que de no ser por ellos yo estaría ahora en el suelo completamente muerto, o peor, convertido en una de esas criaturas. Pero tienes razón. Señores, mi nombre es Jacluis, soldado de Meribdia. Estas son Librella, hechicera de fuego, y Anisa, novicia de la luz. _Dijo, girándose hacia los recién llegados. _ Debo daros las gracias, pero. ¿Quiénes sois?

_ Mi nombre es Luura, druida del círculo de los padres. Estos son Tatoth y Marsys, cazadores. Y él es Franys, creo que es un espía.

_ Con todos los respetos elfa, yo era mucho más que un espía. Era un asesino al servicio de su majestad el rey de Virilia. _ Replicó el hombre encapuchado.

_ El rey dices. Eso no es posible. _Contestó Librella. _ El antiguo reino sucumbió hace ya cuatro siglos, si estás al servicio del rey, deberías tener al menos 400 años.

_ 479 para ser más precisos. Nací hace mucho en lo que ahora son las ruinas de Virilia. Llevo desde la caída de mi rey deambulando por el mundo, buscando un motivo por el cual no puedo morir. _Dijo el hombre aún cubierto por la capa.

_ Yo estudié al último rey de Virilia, Faramir II, y no recuerdo haber leído nunca sobre asesinos en su corte. Además, hablas de un reino perdido, y de una ciudad maldita. Ni los más valientes elfos se atreven a adentrarse más allá de los muros de Virilia. Dicen que el fantasma de los que allí perecieron en el último asedio vagan por la ciudad, sin reconocer que están muertos. Nadie que se haya adentrado ha vuelto nunca. No puedes ser un asesino de la corte del rey. _ Sentenció la elfa.

_ ¿Corte? ¿Quién ha hablado de corte? En la corte sólo había eunucos y putas. Yo pertenecía a un grupo mucho más, especial. Yo pertenecía a los Cuervos Plateados. Asesinos, Ladrones, Secuestradores, Espías, todos al servicio de su majestad Faramir el Magnánimo, druida. Deberías tener un poco más de cuidado cuando oses usar tu boca para hablar de él.

_ Bueno, señores, eso ya es historia. _ Jacluis se estaba cansando de tanta palabrería. Debía sacar a las jóvenes de la ciudad y cumplir con la misión del conde. No tenía tiempo para debates sobre historia. _ Hay que bajar al sótano, allí hay un pasaje hacía las cloacas. Desde allí podemos alcanzar una rejilla de salida de aguas fecales que se encuentra al norte de la ciudad, a unos dos kilómetros de los muros. Dudo mucho que ninguna de estas criaturas haya llegado hasta allí. Así que vamos, ya harán un debate más adelante.
Inmediatamente, el gran soldado abrió totalmente la trampilla permitiendo así que el resto pudiesen bajar. En cuanto todos estuvieron ya seguros, cerró la trampilla y la atrancó con unos tablones que tenía para practicar carpintería. Se acercó a una estantería y la apartó, dejando así visible una puerta de metal no mucho más grande que un hombre.

_ Vosotros dos, compañeros orcos, deberéis agacharos un poco para poder pasar por esta puerta. No es demasiado grande que digamos.

Las cloacas estaban oscuras, pero silenciosas. Era casi imposible ver más allá de un par de metros, y eso al guerrero no le hacía demasiada gracia. Por suerte, la hechicera hizo una pequeña chispa de fuego y prendió con ella un trozo de madera que cogió antes de salir del sótano de Jacluis.

_ En ocasiones, la inteligencia es mejor que los músculos, amigo mío. _ Dijo entre risas la maga.

Continuaron poco a poco tras el guerrero, atentos a lo que se podía escuchar fuera. Gritos, choques de metal, llantos. El combate de fuera parecía que era más feroz a cada momento que pasaba. Tras unos minutos, y unos cuantos tramos de cloaca andados, dejaron de escuchar sonidos de combate. Parecía que ya había terminado, pero había pasado muy poco tiempo para que ya hubiese un vencedor. Ninguno de los miembros del extraño grupo expresó sus pensamientos, pero estaba claro que a ninguno le parecía normal todo aquello. Por fin, el orco varón habló.

_ El combate ha acabado. Es imposible que los humanos hayan podido recuperarse tan pronto, y no es normal que ya hayan caído todos. Algo extraño sucede con esta plaga que nos está invadiendo poco a poco.

_ ¿Poco a poco? No han tardado ni medio sol en tomar la ciudad. ¿Cómo que poco a poco? _Preguntó la novicia.

_ No hablo sólo de vuestra ciudad. Hablo de la tierra. Y han tomado dos grandes ciudades, y no creo que se vayan a detener aquí. Avanzarán hacia Zimarra, hacía Muyabajo, hacia Onderas. Creo que su intención es el continente, puede que el mundo.

_ Sólo se logró dominar el continente bajo un mismo reino una vez, y se tardó 12 años en lograrlo. Dudo mucho que sea eso lo que pretenden. ¿Y el mundo entero? Imposible, ni siquiera nosotros lo conocemos totalmente. No, esto es una plaga maligna que será detenida en cuanto los Padres sean avisados. Esto no es más que una enfermedad.

La elfa había hablado de un modo bastante convencido. Parecía muy segura del poder de los Padres Druidas, y del motivo de la plaga. El resto de los componentes del grupo de quedaron un poco extrañados por la seguridad con la que había hablado.

_ ¿Y exactamente cómo puedes estar tan segura? ¿Qué es lo que sabes de esta maldición? _Interrogó Librella.

_ Estoy segura porque tengo fe. No sé mucho más de esta maldición que vosotros. Los muertos se levantan y luchan contra los vivos. Aunque como habréis comprobado parecen algo organizados. No sé cómo es posible, pero lo descubriré. Para eso me enviaron los Padres hasta el sur. Y lograré cumplir mi objetivo, aunque me lleve toda una edad.

El silencio volvió a embargar al grupo. Continuaron avanzando poco a poco por los estrechos pasillos de las cloacas, siguiendo al guerrero, en fila y soportando los olores que impregnaban el ambiente, que se hacía más cargante conforme avanzaban y pasaba el tiempo. Continuaron hasta que Jacluis paró de golpe, haciendo que el grupo se tropezase. El soldado inmediatamente bajó la improvisada antorcha y desenvainó su espada. La sorpresa hizo mella en el grupo, que comenzó a impacientarse y a preguntar al guerrero por lo sucedido.

_ Delante hay algo. No sé lo que es, pero no confío en que sea algo bueno. Quedaros aquí, iré a investigarlo.

_ No irás tú solo. Yo te acompaño. _ Dijo el orco mientras levantaba el hacha.

_ De acuerdo, los demás permaneced aquí.

Continuaron avanzando lentamente hasta llegar a una bifurcación, intentando no hacer ruido, aunque era imposible que no se oyese el eco de sus pisadas en ese espacio cerrado. Al llegar a la esquina el guerrero creyó ver una sombra, así que se asomó. Fue incapaz de ver nada, y mucho menos fue capaz de reaccionar cuando notó como una daga se colocaba rápidamente en su cuello, sin penetrar en el, pero presionándolo. Entonces fue cuando vio a la joven que se encontraba sujeta a una de las cañerías del techo. Era menuda, pelirroja, y bastante atractiva.

_Si estás vivo habla, de lo contrario te cortaré el cuello.

_ Estoy vivo, puedo hablar, y si no bajas tu arma mi colega azul, este orco enorme que está detrás de ti con un hacha enorme, te cortará en dos.

Mientras todo esto sucedía, el orco se había situado en la retaguardia de la chica, y había levantado su arma.

La situación era tensa. Por un lado, al más mínimo movimiento de la chica, Jacluis moriría. Y si eso sucedía, ella acabaría sin cabeza. Pero todo acabó por arte de magia. De la magia blanca de la novicia. Creó una luz cegadora que obligó a los tres a protegerse los ojos, soltando sus armas.

_ ¿Pero qué demonios? ¿Quién sois vosotros y qué hacéis por aquí? _ Dijo la recién llegada.

_ ¿Que quién somos? Somos un guerrero de Meribdia, una hechicera de fuego, un guerrero orco, una cazadora orca, una druida, un asesino y una hermana de la luz. Y tú eres la que ha atentado contra nuestras vidas. Así que yo de ti me explicaría primero, y después haría las preguntas.

_ Está bien. ¿Habéis visto lo de ahí fuera? ¿Y aun me preguntáis que porqué os he amenazado? Me da igual quienes seáis, mi vida me importa más que ese conocimiento.

_ Hagamos una cosa. Ven con nosotros, conocemos una salida, y podemos protegernos entre todos. Cuando estemos a salvo, haz lo que te parezca conveniente. _ Dijo el guerrero meribdiano.

_ Está bien. Soy Belicia, por cierto, una mercader de Onderas.

No tuvieron tiempo para más presentaciones. Un sonido de madera resquebrajándose procedente de su retaguardia les indicó que sus enemigos habían dado con el rastro. Inmediatamente, salieron a la carrera hacia la salida de las cloacas. No tardaron mucho en encontrarlas, y tras salir, atrancaron la salida con todo lo que encontraron.

_ Esto les retendrá, pero no demasiado. Debemos alejarnos de aquí.

Continuaron a la carrera, mientras el sol se ocultaba lentamente. Al rato, y dado que la hechicera y la novicia estaban exhaustas, decidieron parar para descansar.

_ Pasaremos aquí la noche, y haremos turnos de guardia. Yo seré el primero, soy el guerrero de Meribdia, es mi deber velar por vosotros mientras aún estemos en nuestra tierra. En mi tierra.

El guerrero parecía triste. Cansado. Pero se recompuso, agarró su espada y se sentó contra un árbol, dispuesto a pasar la noche en vela. El resto del grupo le miró, extrañados, mientras preparaban algo de cenar.

La noche llegó rápidamente, y la oscuridad se hizo con los alrededores. Lo único que daba luz era la hoguera. Entonces, el asesino se acercó a Jacluis, para entablar conversación.

_ Siento mucho lo de tu ciudad, joven guerrero. Sé lo que es perder todo aquello que amas, verlo todo destruido. No es agradable.

_ Gracias. Pero no te preocupes, saldremos de ésta. Cumpliré con mi misión. ¿Y tú? Perdona la brusquedad, pero ¿Qué eres?

_ Supongo que es lo que todos os estáis preguntando. No lo sé. Sólo sé que no puedo morir, y que necesito de la magia para que mi cuerpo no se descomponga. Supongo que soy parecido a esos malditos, solo que mi cabeza sigue en sus sitio. No logro entenderlo.

_ Pero, ellos acaban de aparecer. Tu sin embargo llevas siglos vagando por el mundo. Eres más antiguo que ellos, mucho más. ¿Y no sabes nada?

_ Así es amigo mío. Sólo sé lo que te he dicho. Ojalá supiese más, ojalá pudiese encontrar una explicación. Supongo que no le caigo bien a los 12, o quién sabe. A lo mejor soy el Mal con forma humana. _ Dijo entre risas.

Tras esto, el asesino de los Cuervos se alejó, y se tumbó cerca de la hoguera. Pese a ser un ser muy parecido a los endemoniados, Jacluis podía notar bondad en él. Confiaba en él. Confiaba en su criterio. Había ido a parar a un grupo muy variopinto. Desde luego, se había quejado de la compañía de sólo dos mujeres, y desarmadas. Pero ahora estaban con él una cazadora, otro guerrero, y un asesino, además de una druida. Ya tenía lo que había ido a buscar. Para que luego dijesen que quejarse era malo.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Capítulo 3


Por fin le habían permitido salir del centro de curación. Llevaba tanto tiempo allí dentro que había perdido incluso la musculatura. No quería perder ni un solo instante. Lo primero era encontrar a Librella. No habían querido darle ninguna noticia, pero había podido averiguar que entre los magos y los sacerdotes casi no había habido pérdidas. Esperaba que ese “casi” no significase que no iba a poder volver a ver a esa mocosa. Corrió hacia la academia de magia de Meribdia. En cuanto entró, todos los allí presentes comenzaron a aplaudir. Parecía, aunque fuese increíble, que los hechiceros le respetaban. No entendía lo que ocurría, pero le daba igual. Se acercó a la mesa de la ama de llaves y preguntó por Librella.

_ ¡Oh! ¡Si es Jacluis, el Superviviente! Todos conocemos la heroicidad que lograste en la batalla de la frontera. Es increíble que un hombre, un único hombre, pudiese haber logrado salvar a tantos inocentes.

_ ¿Salvar inocentes? ¡No salvé a nadie! Por el amor de los dioses, si aquello fue una matanza. ¡Los únicos que se comportaron como héroes fueron los caballeros de la luz! Bueno, es igual, por favor, necesito ver a Librella. Hechicera de fuego de tercera clase.

_ Está usted muy equivocado, Maestro de Espadas. Librella es una hechicera de segunda clase. Fue ascendida tras la batalla de la frontera. Fue otra de las heroínas que lograron evitar una catástrofe mucho mayor. Tienes razón, fueron muchos los héroes aquel día, y casi todos ellos perecieron. Pero aún nos queda la seguridad de contar con algunos como tú. Ve a la planta biblioteca, a estas horas suele estar allí. Pero hace tiempo que no hace caso a nada ni a nadie, está como absorta en una investigación. Prueba suerte, si quieres.

_ Muchas gracias. _ Dijo Jacluis._ Ha sido de gran ayuda. Nos veremos pronto.

El guerrero salió corriendo hacia la planta biblioteca. Nunca le gustó ese sitio, y no entendía cómo alguien podía pasarse tanto tiempo encerrado allí. En la carrera tuvo que esquivar a varios aprendices, y otros tantos magos. Había mucho movimiento en aquel día, mucho más del que el guerrero podía recordar, pero eso no le importaba. Quería ver a Librella. Por fin sabía que alguien había sobrevivido, y sólo quería abrazar a alguien querido. En cuanto abrió las puertas de la biblioteca, se dio cuenta de que la joven maga no se encontraba en condiciones. Estaba sola, encerrada, rodeada de libros en un perfecto desorden. No paraba de leer, y leer. Estaba absorta, poseída por una furia investigadora. Jacluis se acercó despacio hacia ella, y le tocó el hombro. Ella se sobresaltó, giró la cabeza, dejando ver a Jacluis la cara pálida y unas ojeras inhumanas.

_ Pero Librella, ¿Se puede saber qué es lo que has estado haciendo todo este tiempo? ¡Estás horrible! ¡Pero si tú eres una niña bien que se arreglaba constantemente! ¿Qué has estado haciendo?

_ Jacluis. ¡Jacluis! ¡Eres tú! ¡Por fin has salido del centro de curación! ¡Creía que no volvería a verte! ¡He estado buscando una forma de curar a los enfermos de esta enfermedad! Pero no logro hacer ningún avance.

_ Avances. Preciosa, tú eres hechicera, no sanadora. Deja a los sacerdotes buscar una curación, y tú descansa un poco. Eres una maga, una gran maga por lo que me he enterado. ¿Cómo es que te han subido un rango? ¿Y se puede saber por qué no has ido en ningún momento a verme? ¡He estado semanas solo!

_ Lo siento, pero no estaba permitido ver a los enfermos. No me han dejado ir a verte. Lo he intentado, de verdad, pero tenían miedo de que estuvieseis contaminados. Desde entonces he estado buscando una posible cura.

_ ¿Cómo fue la batalla? No me han dado ninguna información, pero parece que me considera un gran héroe, cosa que no entiendo. El Superviviente me llaman. ¿Sabes algo de Samm? ¿De alguien?

_ Murieron muchos. Sólo un par de decenas de guerreros sobrevivieron, y el único que aguantó de pie fuiste tú. También sobrevivieron unos pocos caballeros. Pero cayeron muchos. Samm, Palemna, todos han desaparecido. No hemos podido saber nada de los que se quedaron en el otro lado, hemos mantenido desde entonces una barrera. Algunos pasan al otro lado, al reino orco, intentando recabar información o encontrar supervivientes, incluso los orcos que han sobrevivido se han unido a nuestras filas intentando buscar una explicación.

_ ¡Orcos! ¿Es posible que esos malnacidos hayan logrado una alianza? ¡Una alianza con esos bastardos! Deberíamos aniquilarlos. En cuanto puedan, nos quitarán nuestras tierras. ¿En qué piensa el conde de Meribdia?

_ Jacluis, relájate. Piensa en que son pocos y están lejos de sus tierras. Esta plaga les ha arrebatado sus casas. Están abandonados al destino, y nosotros debemos ayudar a los más desfavorecidos. Por cierto, deberías ir a ver al conde. Creo que tiene nuevas tareas para los guerreros que sobrevivieron. Ven, te acompaño, que ya es hora de que me dé el aire.

La joven se puso en pie en seguida y salió rápidamente de la biblioteca, sin darle tiempo al guerrero a reaccionar un mínimo. Lo único que pudo hacer fue seguirla. Bajaron a la planta baja, y cambiaron unas palabras con el ama de llaves, la cual se alegró muchísimo de ver a la joven maga de nuevo fuera de la biblioteca. Entonces escribió algo en un pergamino, y le señaló una puerta. Librella guiño un ojo a Jacluis, y le hizo una señal para que le siguiese. Se dirigió hacía la puerta que le habían señalado, y entró. Al entrar el hombre en la sala, una luz blanca cegadora lo envolvió. Cuando pudo abrir nuevamente los ojos, se encontraba dentro de lo que parecían los barracones de la guardia de la ciudad.

_ ¿Qué demonios ha pasado? _ Preguntó.

_ Un nuevo hechizo, puede trasladarnos de un lugar a otro, siempre y cuando en la zona de destino haya unos pergaminos preparados. Lo descubrió Golnir antes de… Bueno, lo descubrió Golnir. Es bastante útil a la hora de llevar noticias. Yo soy de las pocas que ya lo controlan. Sígueme, te llevaré hasta el conde.

Librella continuó por un pasillo bastante largo con grandes puertas a ambos lados, cuadros enormes y extrañas cortinas. Jacluis nunca había estado en esta parte de los barracones, pero sabía que se conectaba con la estancia privada de los condes. La final llegamos a una puerta roja, más adornada que todas las demás. La verdad, la enorme puerta le daba una sensación de agobio. Pero a Librella no le dio la misma sensación, entró de golpe en la estancia sin ningún tipo de contemplación. Jacluis la siguió como un perrillo sigue a su dueño. La estancia le dio una impresión de exuberancia. Todo dorado, cortinas de seda con bordes dorados, muebles con joyas incrustadas, armas de plata, diamantes, rubíes. Ahora sabía por qué el salario de los soldados era tan bajo. Pero bueno, no era hora de estar pensando en salarios. Los problemas eran otros. Cuando llegó a la zona del trono, Librella ya estaba hablando con el conde, aunque la conversación no podía haber sido muy larga, ya había llegado a un punto álgido.

_ ¡No puede hacer eso! ¡Es un suicidio! ¡Sería como enviar a un cerdo a la bandeja de un obeso enano!

_ Es lo que tenemos que hacer. Nos han llegado nuevas noticias. Hace ya años unos muertos se levantaron del cementerio de un pueblo enano al norte de las Dentadas. Tenéis que ir allí y averiguar todo lo que podáis. Además, ya hay dos miembros de los caballeros de la luz en la zona, os están esperando. Le he enviado un mensajero, os esperan dentro de tres jornadas al este de Onderas. Debéis salir al anochecer y llegar allí sin demora. Es una orden, y debe ser cumplida. Id a preparaos.

_ ¡Pero señor! ¿Y si aquella zona está sufriendo los mismos ataques? Sólo seremos tres… ¡Tres! Y uno de los tres acaba de salir de curación. _ Librella se encontraba completamente fuera de sí.

_ Te recuerdo que allí esperan dos más, y es lo que yo ordeno. No tengo porqué darte explicaciones, pero te diré una cosa. Necesitamos soldados para defender la frontera, y necesitamos dar con la raíz del problema. Además, vais tres grandes héroes del reino. Jacluis el Superviviente, Maestro de Espadas; Librella Domadora del Fuego, e irá con vosotros Anisa, una novicia del centro de sanación. Es joven, pero tiene un gran talento. No iréis desprotegidos.

_ Señor, con su permiso. _Por primera vez desde hacía años Jacluis se estaba dirigiendo al conde de Meribdia. _ creo que no es necesario que la hechicera y la sanadora vengan a la misión. En tres días puedo estar en Onderas sin problemas, y allí me uniría a los caballeros de la luz. No es necesario que las dos jóvenes se pongan en peligro. Además, harán una labor mayor aquí, protegiendo la ciudad y sanando a los heridos.

_ Tu entrega es encomiable, Maestro de Espadas, pero no. Necesitáis los conocimientos mágicos de Librella y los conocimientos de curación de Anisa. Y espero que las cuides bien, Anisa es la hija de mi primo, el barón de Zimarra, y sería un gran pesar para la familia perderla. En realidad, si no fuese porque la misión es arriesgada, tú no irías. No tienes conocimientos sobre la plaga, aunque hayas sido de los pocos en sobrevivirla, y aún menos tienes conocimientos mágicos. Tu tarea es que las dos vuelvan sanas. ¿Queda claro?

_ ¡Si señor! ¡Transparente, señor! _ Respondió Jacluis, no sin sentirse molesto por el comentario del conde._ Saldremos de inmediato. Vamos Librella.

El guerrero giró sobre sus talones y se dirigió a la salida. Cruzó el largo pasillo y se dirigió hacia la armería. Estaba muy cabreado, se sentía menospreciado por los comentarios del conde. ¿Acaso no habían sido los guerreros de Meribdia los que habían protegido el reino desde tiempos antiguos? Al fin y al cabo, la magia sólo existía desde hacía unos siglos, y ya había creado muchos problemas. Antes tan solo poseían poderes parecidos los elfos druidas y los chamanes. Cuando se dio cuenta estaba entrando en la armería, y Librella no hacía más que intentar llamar su atención. Se dio la vuelta, y se encaró a ella:

_ ¿Qué demonios está pasando, Librella? ¿Desde cuándo este reino ha dejado de confiar en la habilidad de sus guerreros, para dar paso a una fe ciega en la magia? ¿Cuándo la espada dejó su lugar de honor en el orgullo del pueblo humano? ¿Qué es lo que ocurre, lo que me ocultas?

_ Jacky, relájate, no se está dejando a un lado a los guerreros. Pero comprende que en algunas ocasiones la fuerza no es suficiente. Se necesita estudiar lo que ocurre, evolucionar. ¿O piensas que se puede vencer sólo con la fuerza a unos individuos que pueden sobrevivir sin extremidades? ¿Qué nunca se desangran? Son casi inmortales.

_ Tú lo has dicho, casi inmortales. Estoy seguro de que pueden ser derrotados. Alguna manera habrá.

_ Tienes razón, existen maneras. _ Confesó Librella._ Mediante la magia se puede eliminar sus cuerpos, y también si se les hiere en la cabeza. Es lo único que les detiene. E incluso algunos han seguido vivos tras haberles cortado la cabeza, aunque su cuerpo ya no era una amenaza.

_ Amiga, sé que no es tu culpa, pero me indigna. Meribdia siempre ha sido un pueblo orgulloso de sus guerreros, y ahora, desde la aparición de la magia, nos dejan de lado. Sólo se nos utiliza como carne de cañón. Meros peones en la partida. Pero bueno, dejémonos de tonterías. Preparémonos, recojamos a la sacerdotisa, y cumplamos ya esta misión. Sólo deseo poder volver pronto al combate. Sólo existe la pureza en la batalla. ¡Vamos! Te esperaré en el portón de entrada.

Jacluis dejó a Librella en la entrada de los barracones y se marchó a su casa a recoger sus armas y su armadura, mientras todavía le iba dando vueltas al asunto de los guerreros. ¿Qué no habría sido mejor alistarse en los caballeros como otrora hiciese su hermano mayor? A él nunca le menospreciaron. Siempre se le consideró un hombre importante por pertenecer a los caballeros de la luz.

martes, 26 de noviembre de 2019

Capítulo 2


Los bosques estaban inquietos. Nunca en toda su vida había notado esa sensación. Los bosques nunca se ponían nerviosos, eran seres tranquilos, relajados, sabios. Debía avisar a los señores de la naturaleza. Pero antes de despertarles, debía asegurarse de que merecía la pena. Los árboles le guiarían hacía la procedencia de su nerviosismo. Viajó durante días. Muchos días. Hasta que al final entró en la tierra de los orcos. Pero todo había cambiado. Cierto era que hacía años que no venía por aquí, pero nunca se imaginó que todo estaría tan desolado. Continuó el viaje intentando encontrar algún orco, pero no logró encontrar ninguno. Todo esto no tenía ningún sentido. Los orcos siempre habían sido un pueblo muy prolífico. Era imposible que no hubiese encontrado ninguno en este tiempo. El viaje se estaba haciendo demasiado largo. Pasó por bosques, escaló montañas, navegó por ríos y lagos, pero no lograba acercarse al final de su viaje.

Al final encontró una aldea. No era muy grande, pero parecía que estaba habitada. Decidió acercarse con tranquilidad, sin ser vista, todo lo que sucedía era demasiado extraño como para tomárselo a broma, además, los orcos siempre habían sido muy desconfiados. Lo primero que le extrañó fue la ausencia de guardias. Los orcos eran un pueblo guerrero. Desde pequeños se les regalaba un hacha a los críos. Incluso los granjeros eran feroces guerreros. Decidió ocultarse en las sombras para parar desapercibida. En cuanto pasó por la entrada de la empalizada, fue testigo del más absoluto de los horrores.

Efectivamente, la aldea estaba habitada, pero no se podía considerar que hubiese vida en ella. ¡Los orcos que caminaban por la aldea estaban muertos! O al menos eso era lo que parecía. Orcos sin extremidades, sin partes del rostro, arrastrándose. Aquello no podía ser posible. ¡Tenía que ser obra de los demonios! Intentó irse poco a poco de aquella pesadilla, pero tropezó con un orco que se encontraba en el suelo.

_ ¡Eh! ¡Alerta! ¡Un intruso! ¡Guardias, venid! ¡Un intruso!

_ ¡No, por favor! ¡No grites! Maldita sea. _ Intentó salir corriendo, pero habían cerrado la entrada de la aldea. Los orcos comenzaron a acercar a ella, gruñendo y gimiendo.

Las súplicas eran inservibles. En pocos instantes, un grupo de orcos muertos la rodeaban. La agarraron de las extremidades y la condujeron hacia una edificación oscura en el centro de la aldea. En cuanto entraron dentro la soltaron en el centro de la sala. Lo que vio la sobrecogió. Esqueletos, sangre, vísceras. Todo lo que le rodeaba le hacía creer que se encontraba en una horrible pesadilla. Sin que pudiese hacer nada la encadenaron con unas argollas que se encontraban en el suelo, y los guardias muertos se alejaron de su posición. Durante unos minutos estuvo sola, esperando la muerte o un destino mucho peor. Se arrepintió de no haber dado aviso a ningún alma sobre su viaje. Entonces, vio algo que jamás habría pensado que sería posible. Un humano en tierra de orcos.

_ Vaya, una elfa. Estás muy lejos de tus hermanos, señora. ¡Y qué sorpresa! ¡Es una druida! ¿Qué es lo que puede haber llevado a una elfa druida a una tierra tan lejana? Tal vez me haga una idea. _ Mientras el humano hablaba, la elfa no podía evitar mirar hacia los orcos que se encontraban en la sala. Algunos parecían vivos, otros no, aunque todos tenían un vacío en sus ojos, el mismo vacío que tienen los cadáveres de los seres muertos. _ ¿Quieres saber qué es lo que les sucede, verdad? Es sencillo, están muertos, pero también vivos. Han logrado algo que muy pocos han logrado, pero que todos desean. ¡Ser inmortales! Oh, pero no sufras, su destino pronto será el mismo que el tuyo. Solo hay un problema. Si fueses un varón, tal vez te convertiríamos en uno de nosotros, al fin y al cabo, mientras más seamos más poderosos nos volveremos. Pero no eres varón, y nuestras mujeres no pueden concebir hijos. Es el problema de vivir en un cuerpo muerto. Así que necesitamos mujeres para poder tener nuestros propios hijos. Nunca se ha intentado, pero ya hemos comenzado con los experimentos. Así que seguramente vivirás algún tiempo, pero dudo mucho que lo agradezcas. Guardias, lleváosla a las celdas.

Cuando los guardias se acercaban, una flecha pasó rozando una de sus orejas y se instaló en el cráneo de uno de los orcos muertos. Varias flechas cayeron más hacia los orcos, todos en las cabezas de los muertos, y entonces apareció otro orco. Blandía un hacha enorme, y tenía mucha vida en sus ojos. Acabó en un instante con el resto de guardias, y entonces atacó al humano que estaba al mando. Este dijo unas palabras que la elfa no pudo escuchar, y un repentino chillido salió de la bocha del enorme orco. Se echó al suelo llorando y quejándose, como un niño temeroso de la furia de un padre cruel, pero una flecha surcó el aire para hacerse hueco en el ojo del humano, acabando con su vida. En el momento en el que el brujo murió, el orco se levantó y se acercó a ella.

_ Tenemos que irnos ya, los demás ya deben de estar a punto de entrar. _ Dijo mientras le quitaba las cadenas._ Espero que puedas correr, porque vamos a tener que hacerlo.

El orco se esperó a que la elfa se incorporase, y entonces comenzó a correr. La elfa le siguió el paso. A la salida del edificio, vio que otro orco se unió a la huida. Los tres corrieron como si un monstruoso demonio les persiguiera, aunque en realidad no se alejaba mucho que lo que sucedía. Corrieron durante horas, hasta que ya no les perseguían. Y aun en ese momento, continuaron corriendo una hora más. Al terminar la carrera, la elfa estaba exhausta, casi no le quedaba aliento.

_ Muchas gracias, de verdad. Creía que no lo contaba. Os debo la vida.

_ No nos debe la vida, druida, nos debe mucho más. Morir no es lo peor que esos monstruos hacen. Roban el alma, los sentimientos, incluso a veces los mismos recuerdos.

_ Los recuerdos. Pero eso no es posible. ¿Sabéis que es lo que hacen? ¿Cómo lo consiguen? Necesito información.

_ Druida, da gracias a que estás viva. No sabemos cómo hacen que los muertos se levanten. No sabemos cómo hacen que este mal se contagie. No sabemos quién lo hace ni cuál es el motivo. Sólo sabemos que sucede, ya está. No le des más vueltas. Es problema de orcos, y los orcos lo solucionan. Ahora descanse, que el viaje es largo.

_ El viaje. ¿Qué viaje? Yo no puedo salir de aquí hasta que no descubra a lo que nos enfrentamos. Por cierto, disculpad mi falta de tacto. Soy Luura, elfa perteneciente a la casa de Lar’reh, y soy una druida.

_ Entonces no debe quedarse aquí. Debe avisar a las razas para que puedan defenderse. Aquí no puede hacer nada, salvo morir o caer en sus manos. Debe convencer a las razas para que se alíen, para que se defiendan. Los orcos han caído en pocos días. Una semana estábamos luchando para proteger la frontera, y a la siguiente huyendo como niños hacía la ciudad de los humanos.

_ ¿Los orcos huyendo? Creía que eso era imposible. ¿Qué sucedió?

_ No lo sabemos. Solo sabemos que en la ciudad de Sangra’khan algunos orcos comenzaron a atacar a sus parientes, a sus amigos. Cuando los jefes fueron avisados, ya era tarde, había muchos poseídos, sólo pudimos abandonar la ciudad. Pero las demás aldeas del reino cayeron frente a estos extraños atacantes. Cuando nos dimos cuenta, estábamos abandonando el reino. La pena fue que los humanos pensaron que intentábamos esclavizarlos. En la frontera nos atacaron, cayeron muchos de los nuestros. No tardaron en darse cuenta del error, aunque para entonces ya era un poco tarde. Muchos de los nuestros y muchos humanos cayeron, aunque hemos de agradecerles lo que han hecho desde entonces por nuestro pueblo. Nuestros enemigos ancestrales dándonos alojamiento y protección. Desde entonces los guerreros que nos recuperamos volvemos a nuestra tierra buscando supervivientes, atacando a estos demonios, e intentando encontrar una explicación a lo que ha pasado. Aunque tú has sido la primera en vivir hasta este momento. Y no, no hemos encontrado una explicación.

_ Supongo entonces que lo único que puedo hacer es ir a hablar con los Padres. Debemos buscar una solución. Gracias de nuevo por salvarme la vida.

_ Druida, ahora mismo eres la única que puede hacer algo por mi pueblo. Permite que mi hacha y el arco de mi hembra te acompañen.

_ ¿Hembra? _ La verdad, no se había dado cuenta de que el tercer acompañante era una mujer. Aunque no se había tomado la molestia de mirarla todavía. _ Lo siento, no me había dado cuenta. Tienes una puntería muy certera, compañera, mejor que algunos de los mejores elfos que conozco.

_ Mi nombre es Marsys, y soy una cazadora de la aldea de Amklade, la aldea de donde te hemos rescatado. Este es mi compañero de viajes Tatoth. Es el mejor guerrero de la guardia ardiente de Sangra’khan. Y aunque no lo creas, no podrás sobrevivir en esta tierra sin ayuda. Te acompañaremos hasta la ciudad humana, y entonces podrás continuar tu camino hacia donde quiera que te dirijas._ El tono de la orca parecía desagradable, despreciaba la vida de la elfa, la despreciaba a ella misma. La elfa no entendía por qué sucedía.

_ Disculpa si he dicho algo que te haya molestado, no ha sido mi intención.

_ Tranquila, no ha sido algo que hayas dicho, en esa aldea vivían algunos parientes de mi compañera, parientes a los que posiblemente hayamos tenido que matar para poder sacarte de allí. Sólo está dolida, nunca es fácil herir a alguien a quien amas. Pero todo el dolor se pasa. Al fin y al cabo, ya no se puede considerar que sean sus parientes. No son más que esclavos de una voluntad oscura y cruel. Ha sido mejor así.

_ ¡No sabemos si son meras vasijas! ¿Y si aún mantienen la conciencia de los vivos? ¿Y si están obligados a actuar como lo hacen por un poder oscuro, pero no quieren? ¿Y si hemos matado a decenas de inocentes? ¡No lo sabes! ¡Mis hermanos, mis padres, mis amigos! ¡Todos estaban allí! Nunca olvidaré lo que he tenido que hacer.

En ese instante la orca se dio la vuelta, se acercó al fuego, y se tumbó. La druida supo en ese mismo instante que lucharía por calmar el dolor de esta mujer. Que debía luchar por todos aquellos que habían sufrido, y que posiblemente estaban sufriendo en manos de aquellos monstruos. Entonces se acordó de lo que el humano dijo. Buscaban mujeres vivas para experimentar con ellas, para que diesen a luz a pequeños monstruos como aquellos. Debían impedirlo, debían hacer algo para evitar que aquella amenaza se hiciese realidad. Esa noche descansaría, pero en cuanto el sol saliese andaría hacia el círculo de los Padres y buscaría su consuelo y su consejo.

Ninguno de los tres logró dormir en toda la noche. Cada sonido, por pequeño que fuese, les desvelaba. Fue por ello por lo que estuvieron muy cansados durante todo el camino que les siguió, y también fue por ello que ni la experimentada cazadora, ni la observadora druida, lograron ver las figuras oscuras que les daban persecución. El viento intentó advertirles, pero la druida sólo notaba una agradable brisa. Los pájaros les alertaban, pero la druida sólo escuchaba molestos graznidos. La naturaleza intentaba advertirles del posible peligro al que se enfrentaban, pero ni la cazadora ni la druida hacían oídos a las súplicas. Al final, fue el guerrero orco el que se percató de que algo no iba bien. Pese a que su pueblo hacía algún tiempo que había abandonado aquellas tierras, no había visto ni un simple escorpión desde el comienzo del viaje, y eso le perturbaba, pues necesitaban comer.

_ Haremos un alto, debemos encontrar algo que llevarnos a la boca. No podemos seguir con este ritmo.

_ Compañero, yo me encargo de buscar comida. Debe haber animales por esta zona. Aunque hace tiempo que no veo ninguno. Esperadme aquí. _ Dijo Marsys mientras colocaba una flecha en el arco.

_ ¡No! ¡No debemos separarnos! El ambiente está tenso, asustadizo. Algo nos observa, me lo dice mi instinto. Algo nos rodea, nos vigila, nos acosa. Debemos descansar y comer, pero sin separarnos. No confío.

_ La naturaleza parece que ha desaparecido de esta zona. No hay árboles, ni plantas. Ni siquiera noto tubérculos u hongos. No hay insectos, ni lagartos, me parece que ni tan siquiera encontraríamos roedores. Mis poderes sobre la naturaleza no sirven si no existe naturaleza. Deberíamos continuar, no debemos parar en esta zona, es peligrosa. Por favor, continuemos.

_ Druida, no debes temer, mi hacha es lo suficientemente poderosa como para defender este lugar de cualquier peligro que pueda acercarse. Además, tú lo has dicho, no hay nada alrededor. Estamos seguros, y debemos comer.

_ Precisamente, me preocupa la ausencia de vida, porque estoy segura de que algo nos acecha, y ese algo no está vivo. Continuemos.

_ ¡Somos dos orcos, maldita sea! _ Gritó Marsys._ No huiremos, ni nos asustaremos. ¡Buscaré algo de lo que alimentarnos, y tú seguirás con nosotros mientras eso sucede!

_ Deberíais hacerle caso a la druida, par de orcos estúpidos.

La voz, una voz profunda, abismal, procedía de un grupo de rocas que se encontraban a la espalda del grupo. En cuanto sonó, los tres se pusieron en guardia. En el momento en el que los compañeros sacaron las armas, una risa siniestra llegó desde las rocas.

_ ¿De verdad pensáis que podéis vencerme con un arco, un hacha y una daga? ¡No tenéis poder suficiente para derrotar a Franys la Sombra! Soltad las armas y seréis perdonados.

_ Déjate ver, maldito siervo del mal. _ Gritó el guerrero orco hacia la procedencia de la voz.

_ Maldito si, siervo del mal, lo dudo. ¡Está bien! ¡Saldré! Pero un movimiento y estaréis todos muertos. Allá voy.

De pronto, de entre las sombras de las rocas, salió un hombre. O lo que antaño había sido un hombre. Tenía la misma altura, y el mismo cuerpo, con una diferencia, parte de su carne había sido desprendida de su cuerpo. En algunas zonas se podían ver sus huesos. Su piel estaba en un estado de principio de descomposición. ¡Era como los orcos muertos! Aunque tenía una diferencia, al contrario que ellos, él mantenía sus ojos vivos, o algo parecido. Llevaba una túnica negra raída, unos pantalones de cuero desgastado, y dos pequeñas espadas en la cintura. Su pelo estaba lacio y descolorido. Pero podía moverse, podía hablar, podía pensar.

En cuanto salieron del shock, el orco se lanzó al ataque. Levantó su enorme hacha y soltó un golpe muy poderoso, aunque el medio esqueleto lo esquivó con facilidad, sacó una de sus espadas y la colocó en la garganta del gigante azul. Gritó, le golpeó con el mango de la otra espada en la nuca, y volvió a guardar las dos espadas en sus vainas.

_ ¿Por qué demonios ha hecho eso? Creía que habíamos llegado a un acuerdo. No se puede confiar en la palabra de un orco. Maldita sea. Decidme inmediatamente quienes sois o me veré obligado a eliminaros rápidamente.

_ Mi nombre es Luura, de la casa de Lar’reh, y sierva de los Padres. Estos son Martys y Tatoth, mis compañeros de viaje. Aunque creo que deberías ser tú el que se explique. La última vez que vimos a algo como tú intentaron matarnos. Y te aviso, puede que hayas tumbado al grandullón, pero la orca tiene una puntería certera, y una rapidez pasmosa. No podrás huir de ella. ¡Habla ya!

_ Una druida en un lugar tan alejado de la vida. Está bien. Mi nombre es Franys, soy agente del reino humano, más concretamente del señor de Virilia. Mi misión era infiltrarme en la ciudad de Sangra’khan y sacar de allí a la hermana de mi señor, retenida por la Guardia Ardiente. Cuando estuve a punto de terminar las negociaciones, esta plaga comenzó. Intenté ir a los calabozos, donde suponía que estaba la hermana de mi señor. Pero parece que ese era el epicentro de esta locura. Algunos humanos que se encontraban retenidos me atacaron, uno de ellos me mordió. Lo siguiente que recuerdo fue estar en el suelo de los calabozos, rodeado de muertos andantes, convertido en uno de ellos.

_ Virilia…_Dijo la elfa pensativa.
_ ¿Entonces es posible que los muertos no sean peligrosos? _Preguntó Martys. _ ¿Les estamos matando sin saber si nos harán daño?

_ Cuidado azulilla, no tan rauda. No entiendo por qué, pero algunos son simples esclavos de la voluntad de otros. Hay algunos que son marionetas, y unos pocos que mantienen la voluntad que tenían en vida. Yo soy uno de los pocos privilegiados. No puedo explicar por qué yo, sólo sé que, por culpa de lo ocurrido, no soy bien recibido entre los muertos. En cuanto me ven me atacan. Como comprobaréis, ya me han atacado unas cuantas veces. Un poco más y sólo sería hueso, sin nada de carne.

_ De acuerdo, debemos actuar ya. _ Dijo la druida. _ Lo primero es despertar al grandullón. Después te vendrás con nosotros a territorio aliado, allí lo explicarás todo y nos ayudaras a encontrar una explicación racional para todo esto.

_ Está bien, pero espero que sean también mis aliados. Ya has visto la reacción que provoco a la gente que me rodea, ya sean vivos o muertos. Eso sí, en el momento en el que se tuerza algo, seré el primero en dar un golpe con mis armas. ¿Entendido?

domingo, 24 de noviembre de 2019

Capítulo 1


El cielo estaba completamente despejado, y el sol resplandecía con fuerza. Era un buen día para el honor, para el valor, para la victoria. Los soldados se agrupaban al frente del ejército, preparados para llevar a cabo las órdenes del general. El ejército orco parecía inmenso, grandes monstruos preparados para eliminar toda forma de vida civilizada, y eso era impensable. Eran más grandes, más fuertes, y más numerosos, pero no tenían el valor de los soldados humanos, ni la inteligencia de los comandantes de estos. Pero lo más importantes, esas bestias verdes no tenían la capacidad para controlar la magia. El plan era sencillo, los soldados mantendrían ocupados a los guerreros orcos mientras los magos preparaban el ataque definitivo. El apoyo para los soldados eran los caballeros y los sacerdotes apostados en los flancos, preparados para dar curación a todo aquel herido que lo necesitase.

_ Sinceramente, no creo que tardemos mucho en terminar con el trabajo. _ Dijo un guerrero apostado en la colina del abrevadero. _ Puede que nuestros guerreros no sean tan fuertes como los orcos, pero son mucho más hábiles, y pueden reponerse de sus heridas, cosa que ellos desconocen. Además, yo solo podría acabar con una veintena de ellos sin notar ni un ápice de cansancio. Es más, creo que para cuando tú y los tuyos vayáis a eliminar a los orcos, ya no quedarán suficientes ni para crear un peligro para nuestros niños.

_ Y es entonces cuando la humildad del gran Jacluis, Maestro de Espadas, apareció de entre las sombras. Tú ocúpate de permanecer vivo mientras nosotros los eliminamos. _ Le contestó una joven vestida con una túnica roja de bordes dorados. _ Y por favor, deja tu prepotencia al margen, y tu orgullo en el fondo de tu bolsa. Eres un gran guerrero, pero no eres invencible. Esta batalla no se puede ganar con la fuerza del acero, ni con el valor de los hombres. Ni tan siquiera el poder de los caballeros de la luz es suficientemente poderoso como para detener a las hordas orcas. La unión, esa es la clave.

En ese momento, un imponente hombre con una coraza dorada y una joven elfa vestida con una túnica blanca e impoluta aparecieron en el montículo donde la pareja mantenía su discusión. En cuanto ellos aparecieron, los guerreros apostados en la colina inclinaron sus cabezas en señal de respeto. El único que parecía no inmutarse por la aparición era Jacluis. Una sonrisa apareció en la comisura de sus labios, y se lanzó hacia el caballero de la luz.

_ ¡Hermano! Creía que nunca aparecerías para saludar a tu hermanito pequeño. Ya temía que el gran Samm Protector de la Luz no acudiría a socorrer a sus paisanos de Meribdia.

_ Sigues siendo un irrespetuoso hermano. Debes de saludar con el respeto que los caballeros de la luz merecemos. Aunque me alegro de verte. Esta es Palemna, aprendiz de caballero. Es una de las más hábiles alumnas que he tenido el placer de entrenar.

_ Hermano, ¿Cuántos aprendices has tenido?

_ Ella es la primera, pero eso no implica que no sea cierto que sea la mejor que he tenido. _ Dijo el caballero intentando ocultar una sonrisa._ Además, se podría considerar que tú fuiste mi alumno, y ella te supera con creces. Es más ágil, más rápida, y su dominio de la espada es inmejorable. Es la mejor que he tenido, no hay más que añadir. Palemna, saluda a nuestros hermanos.

_ Señores, es un placer conoceros por fin, el maestro Samm no para de hablar de Jacluis Maestro de Espadas y Librella Domadora del Fuego. Espero estar a la altura en la batalla.

_ Palemna, ya lo hemos hablado, tu no estarás en la batalla, ayudarás a los sacerdotes con los heridos y ayudaras a los magos si fuese necesaria la retirada. Pero en ninguna circunstancia entrarás en combate, aún no estás preparada.

_ Pero maestro, ¡Soy una gran guerrera! ¡Seré más útil en la batalla que fuera de ella!

_ Es posible, pero aún no eres miembro de los caballeros, no estás preparada. No hablaremos más del tema. Ahora, ve a la tienda y prepárate.

La elfa se dio la vuelta, indignada. Se alejó a grandes zancadas, mientras refunfuñaba palabras ininteligibles. La situación produjo algunas risas entre los guerreros apostados en el montículo, incluido Jacluis. Entre las risas, miró un momento al caballero Samm, y notó algo que hacía años que no veía. Miedo. Mucho miedo. La situación no agradó al guerrero. Su hermano, el hombre que le enseñó todo lo que sabía sobre la guerra y la estrategia, aquel con el que peleaba de pequeño, el gran caballero Samm, tenía miedo.

_ Hermano ¿Qué te ocurre? Tus ojos muestran, los dioses quieran que me equivoque, miedo.

_ Yo también lo he notado. _ Dijo Librella._ Un mal augurio en el ambiente. He notado una sacudida en la naturaleza de la magia. No me gusta nada. Samm, deberíais dar aviso a los comandantes. Debemos andarnos con cuidado en esta batalla, hay algo que no hemos tenido en cuenta, algo que desconocemos, y eso puede perjudicarnos.

_ Malos augurios, poder de la magia. Os recuerdo que hemos sido los guerreros los que hemos protegido esta nación desde tiempos ancestrales. Dejadlo todo en manos del acero, no hay nada a lo que no podamos enfrentarnos. Somos fuertes, rápidos, hábiles, y nuestras espadas y hachas están afiladas. Ningún orco podrá contra nosotros. Hace tiempo la magia no existía, y siempre nos ha ido bien. Confiad en nosotros, aunque sea una vez en vuestras vidas.

_ Hermano, confiamos en vosotros, más de lo que os creéis, pero no debemos despreciar el poder de la magia. Iré inmediatamente a hablar con los Dumtor, y esperemos que encuentren una solución para dicha sacudida. Hermano, Librella, nos veremos pronto. ¡Coraje y honor!

_Coraje y honor, hermano, y cuídate, por favor. De evitar que esos bastardos verdes lleguen hasta nuestro campamento me encargaré yo personalmente.

El caballero se alejó en dirección a las tiendas de los comandantes. En ese instante pareció un hombre alto y flaco, de aspecto frágil y mirada penetrante, con la túnica roja de bordes dorados perteneciente a los magos de Meribdia. Parecía contento, y eso era extraño en un hechicero. Se acercó a Librella, la abrazó, y después se dirigió al guerrero.

_ ¡Los espías han informado de que una parte del ejército orco se ha extraviado en las montañas! ¡Al menos unos doscientos orcos menos en batalla! ¿¡No os parece fantástico!?

La noticia pareció alegrar mucho a Librella. _ ¿Doscientos menos? ¡Eso es fantástico Golnir! _ En ese momento se giró hacia Jacluis_ Los guerreros ya no tendríais ni que entrar en batalla durante mucho tiempo. ¡Qué bien!

_ La verdad, es la mejor noticia que nos hayan podido dar. Creo que ni tan siquiera será necesario que todos los magos actuemos, algunos podrán quedarse rezagados por si se necesita un plan de emergencia. Acabar con ellos antes de que logren llegar a nuestras líneas de defensa. Los soldados podrán vivir un día más.

El comentario pareció molestar al guerrero, que inmediatamente ensombreció el rostro y miró duramente al mago recién aparecido.

_ Estos magos siempre igual. A nosotros no nos interesa sobrevivir, nos interesa la lucha, el honor, la victoria. Estar ocioso no es bueno para nosotros.

_ Pero tienes más opciones de morir en la lucha. Y yo no quiero que mueras. _ Le contestó Librella._ ¿Por qué te cuesta tanto entenderlo? ¿No podrías hacer como que te alegras al menos para no preocuparme?

_ Eso sería mentir, y la mentira es deshonrosa. Fuiste tú quien me enseñó a ser honorable. _ En ese momento el cuerno de batalla retumbó por toda la llanura. Los soldados comenzaron a colocarse en su posición, preparados para el choque contra el enemigo. _ Mira tú por dónde. Terminaremos la conversación mañana, cuando los apestosos hayan sucumbido ante nuestro acero y vuestra magia. Y no sufras, no moriré hoy. Ni mañana. Te lo prometo.

El guerrero salió corriendo hacia la vanguardia. Agarró su espada, se colocó el casco, y se preparó para la arremetida orca. No estaba nervioso, si no impaciente. Su espada quería sangre, sangre traicionera, sangre invasora, y la quería ya. No tardaron mucho en ver la mancha verde a lo lejos. Corrían, corrían mucho. Algo extraño. Parecían asustados, aterrados, y eran menos de lo que se esperaba. El comandante dio la orden para atacar, pero entonces Jacluis los vio. Había mujeres y niños entre los guerreros. Corrían. Aquello no era un ataque, ni una invasión, era una huida. Para cuando intentó advertir a sus compañeros, estos ya habían comenzado a avanzar. Intentó retener a los que tenía más cerca, pero eran guerreros humanos, sólo conocían la guerra, la batalla, y no atendían a nada más. Se abrió paso a empujones hacia los jefes de escuadrón.

_ ¡Mi señor! ¡Mi señor! Dé orden de retirada. ¡Son mujeres y niños! ¡Creo que hasta hay ancianos! ¡Señor!

Era imposible, no le escuchaban, había demasiado caos. Entonces los dos ejércitos chocaron. Algunos orcos intentaron luchar, pero la mayoría sólo intentaban continuar corriendo, como inducidos por un terror de otro mundo. Los pocos orcos que intentaban defenderse caían ante el acero humano, presas del agotamiento. Cuerpos de inocentes mujeres, crías orcas, aquello no era una batalla, era una matanza. Entonces fue cuando todo perdió su sentido. Algunos orcos, los más retrasados, comenzaron a morder a los guerreros humanos... ¡Y a sus propios hermanos orcos! Estaban como endemoniados. Locos. Esos no huían, solo buscaban sangre, les daba igual de quien. Los soldados intentaban defenderse, pero los alocados orcos no perecían. ¡Luchaban incluso sin brazos y sin piernas! Entonces escuchó una voz a su espalda.

_ ¡Hermano! Tocan retirada. ¡Huye! ¡Debes huir ahora!

_ ¡Samm! ¿Qué es lo que ocurre? ¿Qué nuevos enemigos son estos?

_ ¡No hay tiempo! ¡Huye! ¡Nosotros nos encargamos de retenerles! ¡Pon a salvo a los sacerdotes y a los magos! ¡No podemos ganar esta batalla! ¡Busca a Palemna! ¡Huye!

Jacluis intentó contestar, pero entonces un grupo de salvajes orcos saltaron sobre él. Su instinto de guerrero le salvó. Levantó la espada y sesgó el brazo del primer orco. Después de este, cayeron tres más bajo su espada, pero se volvían a levantar pese a sus mortales heridas. Por muchas heridas que Jacluis les infringiese, ellos volvían a levantarse. Tras un tiempo, Jacluis se encontraba exhausto. Era imposible lograr una victoria, incluso era imposible sobrevivir. El guerrero ya lo veía todo perdido cuando una figura pequeña separó la cabeza de uno de los orcos. Cuando Jacluis se percató, todo el mundo se le vino encima. Palemna, la aprendiza de Samm, se encontraba en el epicentro de la batalla. Aquello no podía estar pasando, ella debería estar ya lejos de la batalla, hacía ya mucho que el cuerno de retirada había sonado. Se abrió camino hacia donde se encontraba Palemna, pero mientras más miembros cortaba, más enemigos le atacaban. Pronto perdió de vista a la aprendiza de caballero. Solo veía orcos. Decenas de orcos le rodeaban. Debía encontrar a Palemna, debía de hacerlo por su hermano. Pero no podía seguir manteniendo las fuerzas. Cada vez había más enemigos. Y ya no sabía qué era lo que le atacaba. Había orcos, humanos, incluso las hembras orcas y los niños se habían vuelto locos. Todos atacaban a todos. Algunos usaban armas, otros las manos desnudas. Aquello era el caos, era como si las puertas de los infiernos se hubieran abierto para sembrar de locura las mentes de los seres del mundo. Las filas de los guerreros estaban cayendo, los caballeros no lograban proteger a los heridos ni a los que intentaban huir. Ya habían llegado a los magos, que intentaban defenderse como podían de los endemoniados. Jacluis incluso vio a algunos de sus compañeros atacar a mordiscos a sus hermanos de armas. Entonces tomó una decisión. No podía continuar así, decidió retirarse y ayudar a todos los que aún intentaban ponerse a cubierto. Lo primero era dirigirse hacia la zona de los heridos. Los sacerdotes necesitarían apoyo para poder retirarse. Aunque no tardó mucho en ver que estaba en un error.

Los sacerdotes ya habían tomado sus medidas para proteger a los heridos. Un muro invisible impedía a cualquiera entrar en la zona de curaciones, y mientras los heridos tenían tiempo de huir. Los magos también habían puesto en práctica sus propios métodos de supervivencia. Un remolino de fuego impedía el avance de los orcos y eliminaba a cualquiera que se acercase. El problema era que tampoco los humanos que aún no habían caído podían huir en aquella dirección, y las demás posibles zonas de retirada estaban atestadas de enemigos. Era imposible. La muerte estaba cerca. Pero era un guerrero, no podía permitirse el lujo de dejarse vencer por el desasosiego. Seguiría luchando hasta la muerte, o hasta que los dioses le concediesen una oportunidad de sobrevivir. Se giró hacia el enemigo, levantó la espada, y corrió hacia ellos. Volvió al fragor de la batalla. Y volvió a sentir fuerzas de nuevo. Era un guerrero, y en esos momentos era lo único que importaba.

Tras unos instantes de batalla, volvió a ver a Palemna, pero esta vez no iba a escapársele. Una furia se apoderó de él. Comenzó a arrebatar vidas hasta que se encontró delante de ella. Eliminó a dos orcos que luchaban contra ella, le agarró del brazo, y la alejó del centro de la batalla.

_ ¡Déjame! ¡No me alejes de la batalla! ¡Debo continuar luchando!

_ ¡Cállate ingrata! ¡Tu maestro está jugándose la vida para que tú y los demás aprendices podáis huir! ¡No pienso permitir que la vida de mi hermano se haya perdido en balde! ¡Voy a sacarte de aquí, aunque me cueste la vida! ¡Vamos!

Se puso detrás de la elfa y avanzó hacia el escudo de los sacerdotes. Durante el camino acabaron con la vida de algunos endemoniados. La verdad, la elfa luchaba con una habilidad pasmosa, pero el agotamiento ya hacía mella en ella. Cuando llegaron a la pantalla protectora, intentó llamar la atención de uno de los sacerdotes que la mantenían en alto. Los enemigos se abalanzaban sobre ellos, y tanto la elfa como el humano se encontraban exhaustos. Por suerte, una sacerdotisa pareció verlos. Comenzó a abrir un hueco en la pared, sólo para cerrarla poco después al ver que los enemigos se agrupaban demasiado rápido alrededor de los supervivientes. Por suerte, unos cuantos caballeros de la luz hicieron aparición con unos cuantos heridos, y comenzaron a hacer fuerza para proteger a los refugiados. Entre ellos se encontraba Samm. Unos sacerdotes abrieron la pared para dejar paso a los heridos, entre ellos algunos orcos que intentaban huir del caos reinante. Por desgracia los endemoniados los vieron y comenzaron a forzar a los caballeros que intentaban proteger a los heridos. Ya casi habían logrado entrar en la zona protegida, gracias a los caballeros, pero en un último instante Palemna se zafó del guerrero y avanzó hacía la batalla en el momento en el que la barrera se cerraba, quedando atrapada junto con los caballeros restantes en el campo de batalla.

_ ¡No! ¡Abrid la pantalla! ¡Debéis dejarles entrar! ¡Dejadles entrar! _ Jacluis intentaba abrir la pantalla golpeándola con la espada. Pero era inútil.

_ Guerrero, déjalo, debemos huir, y necesitamos la ayuda de todos los que no estén heridos. La batalla ha acabado, hemos perdido, no hay nada que tú puedas hacer. Ayúdanos.

_ Pero todavía quedan supervivientes. No podemos dejarles. ¡No debemos dejarles!

_ ¡Si debemos hacerlo! ¡Debes darte cuenta! Lo único que ahora puedes hacer es ayudar a los heridos a llegar hasta Meribdia. Por favor, ayúdanos. Sólo somos sacerdotes, y necesitamos gente fuerte. Por favor, si de verdad quieres honrar a los valientes que están dando su vida ahí fuera, no permitas que su sacrificio haya sido inútil. Ayúdanos y protégenos.

Tenían razón. Sólo quedaba la opción de reagruparse y recuperarse. Si lo hacían pronto, puede que algunos caballeros se hubiesen guarecido en alguna cueva. Era lo único que se podía hacer en esos momentos. Huir. Jamás se habría imaginado tomando esa opción, pero debía ser inteligente.

Por Palemna, por su hermano, por los caídos.