Las aventuras de Belicia habían acabado por fin. Ya era
libre, estaba a salvo. Y sólo tuvo que vender a cinco personas. Dejar a cinco
almas a la deriva de una suerte cruel y sin esperanza. Pero era lo que le
tocaba. Tampoco era para tanto. Ellos eran fuertes, saldrían adelante.
Entonces pasó por delante de la prisión. Y pudo ver a los
negreros de tierras distantes observar a los esclavos. Y lo que era peor, pudo
ver cómo alguno de ellos cataba a las esclavas. No, aquello no podía ser. No
era un futuro justo. Y mucho menos cuando la mano oscura que había cometido el
crimen había sido la suya. Su conciencia no le permitiría seguir viviendo. Así
que optó por acallar a su consciencia en la taberna. Allí encontraría el fin a
su culpa.
Al entrar en ella, pudo ver a varios de los clientes ya bien
cogidos a su jarra, algunos de ellos muy bebidos, y otros ya casi sin
consciencia, tirados por el suelo. Se acercó al tabernero y pidió una pinta. Y
después pidió otra. Y otra. Bebía como un enano, pero en su mente la imagen del
orco y del humano trabajando en alguna mina oscura y lejana, o los cuerpos de
las dos humanas o de la orca siendo usados por algún rico oriental o como
trofeo en alguna competición bárbara, no le abandonaba. Su cabeza ya le daba
vueltas, y comenzaba a ver doble. E incluso comenzó a tener visiones. Vio al
otro humano, al que vestía como un sacerdote, tapado con una capucha y cubierto
por una túnica. Pero bueno, era parte de las características de la cerveza. La
visión se sentó a su lado, y la miró. Nunca se había fijado en esos ojos
oscuros que tenía. Parecían inhumanos.
Entonces, su visión se convirtió en una aparición. El
humano, el tal Franys, comenzó a hablarle.
_ Joven. He sido testigo de innumerables atrocidades en mis
años de vida, pero jamás había sido testigo de una traición como la que has
cometido. Ellos, que te han dado su confianza, que te sacaron de Meribdia, que
te permitieron formar parte de su familia. Y tú les has vendido. ¿No tienes
honor? ¿Ni principios?
Aquello era increíble. ¡Ahora le habla de honor!
_ ¿Y tú? ¿Dónde estabas cuando ellos fueron apresados?
¿Acaso les ayudaste tu?
_ Mira, niñata, mis motivos no son de tu incumbencia. Pero
necesito tu ayuda para sacarles de allí. Y me la darás te guste o no. No me
gustaría llegar a maneras menos civilizadas.
Aquel imbécil intentaba coaccionarla. Desde luego, ese tío
tenía mucha cara. Pero algo de razón tenía. Aquello era culpa suya, y su nombre
estaba ya limpio. Al fin y al cabo, ella era la más sigilosa ladrona y
extorsionadora que jamás había visto el mundo. No sería muy complicado entrar y
salir de la prisión. Sólo debía ser ella misma, y su nueva deuda quedaría
saldada.
_ Está bien. De acuerdo. Les sacaremos, pero debes seguir
mis órdenes. Y si veo que me eres un estorbo, te dejaré atrás. Necesito el
silencio, ¿De acuerdo?
_ Seré como un muerto, joven. Pero démonos prisa. Quién sabe
lo que les pueden estar haciendo.
* * *
Todo estaba oscuro, pero era capaz de escuchar la
respiración del orco. Aquel enorme orco era capaz de dormir incluso en los
momentos más tensos. Intentó forzar la vista para ver a Librella o a Anisa,
pero a esas horas, la oscuridad era absoluta. Jacluis supuso que era de noche.
_ Ha oscurecido hace poco. Ha pasado un día más en este
tormento. Ya te acostumbrarás. Hasta que nos encuentren un comprador, pueden
pasar días. Yo ya he contado aquí dos semanas. Pero claro, supongo que yo como
bardo tengo poca salida en la mina. A no ser que encuentren a algún noble con
gustos algo depravados, dudo mucho que salga de aquí pronto. Vuestro caso no es
el mismo, saldréis pronto de aquí.
Era el bardo, aquel pequeño semielfo que había sido su guía
en aquella antesala del horror. Un hombre castigado por dejarse llevar por sus
impulsos. Aquello no era típico de los meribdianos, ellos eran disciplinados,
pero había oído hablar de los bardos. Gentes de placer y arte. Nunca le habían
gustado.
_ Nosotros saldremos pronto, ya verás. Y tú vendrás conmigo.
La esclavitud no debería ser perdonada. No es justa. Y el conde de Onderas
recibirá su castigo.
_ Vale amigo, avísame cuando eso suceda para componer una
oda a tu valor y arrojo. Así se la podré cantar a mis futuros amos.
El silencio volvió a hacerse. Era normal que el bardo se
hubiese dado por vencido. Dos semanas acaban con la moral de muchos, y él no
era un guerrero. Pero Jacluis no podía darse por vencido. Tenía una misión, una
misión que debía cumplir. Y nada se lo impediría.
_ A lo mejor podríamos llamar la atención de un guardia, y
tú aprovecharías para acabar con él, como en las historias. Es el recurso
literario más empleado en las grandes historias de héroes y salvaciones.
Conozco unas cuantas que empiezan así.
_ ¿Podrías contarnos algo, Adry'Yan?
La voz provenía de la otra jaula. Jacluis supuso que sería
Librella, la conocía desde hacía años. A ella siempre le habían gustado las
historias, y las canciones de batallas y heroicidades. Cuando eran pequeños,
ella siempre decía que ellos dos vivirían su propia historia, y que ella sería
la dama y Jacluis el caballero valeroso. Cómo cambiaban las cosas. Ahora, él
estaba casado con la guerra, y ella se enamoró de Golnir, aunque por desgracia
este murió en el campo de batalla.
_ Librella. Te sacaré de aquí. _ Dijo el guerrero a la
oscuridad.
_ Lo sé. Tu eres mi caballero de brillante armadura. Nos
sacarás a todos de aquí.
No podía verla, pero la conocía. Ella estaba perdiendo la
fe. Estaba desesperándose. Y él no podía hacer nada. Debía sacarles de allí.
Debía ayudarles. Pero no sabía cómo. Entonces, un sonido seco se oyó. Como un
saco cayendo a plomo sobre el suelo. Despertó inmediatamente a Tatoht y se puso
en guardia. No sabía qué podía ser, pero prefería no llevarse sorpresas.
Una luz comenzó a hacer visible la celda poco a poco. Una
luz llameante que se hacía cada vez más y más grande. No tenía fuerzas, pero se
defendería hasta su último aliento. Les defendería a todos. Entonces, un rostro
conocido le sorprendió. Dos, para ser más exactos. Eran Franys y Belicia.
_ ¿Qué demonios hacéis aquí? ¿Y qué hace ella contigo? Es
una traidora.
_ Jacluis, relájate. Ella me está ayudando. Hay cerca un
túnel que conecta el castillo con las afueras de la ciudad. No es mucho mejor
que las cloacas por las que salimos de Meribdia, pero nos ayudará.
_ Lo siento Jacluis, de verdad. _ Dijo la pelirroja. _ Pero
estaba asustada. Me amenazaron, y no sabía qué hacer. Me propusieron el trato,
y lo acepté. Pero mi conciencia y este idiota no me han dejado dormir.
Saldremos de aquí. He de saldar una nueva deuda. Con vosotros.
Tras decir esto, la joven abrió las puertas de las celdas.
Pudo ver la cara de Luura, Librella y Anisa. Estaban desnudas, pero no habían sido
golpeadas. Algo era algo.
_ Vuestras pertenencias están perdidas, pero en una sala de
al lado hay algo de ropa. Y hemos noqueado a un par de guardias, tenéis allí
sus armas. Algo es algo. Para salir de aquí será suficiente.
No dijeron nada más. No había tiempo. En cuanto los siete,
bardo incluido, hubieron salido, empezaron a escuchar pasos. Era el cambio de
guardia. Y un par de soldados no se iban a presentar a él. Tendrían problemas.
Se vistieron con las ropas que había. Ninguno tenía su talla,
y mucho menos el orco o las chicas. Pero debería valer.
Salieron corriendo de aquella mazmorra, sólo para
encontrarse con pasillos llenos de soldados, y cómo el cuerno de la alarma sonó
a lo lejos. El sigilo ya no era una opción, habría que salir rápido, o por la
fuerza. Avanzaron por varios pasillos, siempre detrás de Belicia, siempre
mirando por las esquinas, con cuidado para no ser vistos, o para que los que le
viesen no pudiesen darse cuenta demasiado pronto. Un par de soldados acabaron
con el cráneo partido o destrozado. Pero no llegaban a la salida. Sólo veían
paredes de roca, eternas, todas iguales que sus antecesoras. Pero Belicia y
Franys parecían muy tranquilos. Sabían dónde iban, aunque no lo pareciese. Tras
correr durante un largo periodo de tiempo, llegaron a una sala. Muy elegante,
en contra del resto de las mazmorras. Con elegantes cortinas, tapices
exquisitos, alfombras coloridas y una mesa de roble con candelabros de plata. Y
una chimenea enorme, que daba la sensación de no haber sido encendida en mucho
tiempo.
_ Esta es la sala dónde el conde se esconde durante los
asedios a Onderas. Como veréis hace tiempo que no se usa. La chimenea tiene un
túnel para su evacuación, y es por donde saca a los esclavos de su propia
ciudad, para evitar amotinamientos de la población. Después les echa la culpa a
los bandidos, o a otros reinos, y se evita explicaciones más extensas. Así
puede decirles a los ciudadanos que los esclavos que vende son esos mismos
bandidos, y no tiene problemas con ellos. El odio y la ignorancia son grandes
aliados, la verdad.
La explicación de Belicia les dejó extrañados. Jacluis
conocía al conde de Onderas desde hacía años, y jamás habría pensado algo tan
turbio por su parte. Franys accionó algo y un clic se escuchó, entonces, el
falso fondo de la chimenea se abrió unos centímetros, y ellos pudieron empujar
hasta hacer un hueco por donde poder entrar al túnel.
De pronto, escucharon pasos a su espalda, y comenzaron a
correr hasta el final del túnel. Sin mirar atrás. Pero a la salida tuvieron que
detenerse. Endemoniados. Un pequeño grupo. Pero suficientes como para hacer que
los soldados de Onderas les diesen caza. No se lo pensaron dos veces. Abrieron
la reja y cargaron contra los endemoniados. No buscaban siquiera acabar con la extraña
vida que tenían, tan solo apartarles. Jacluis, Tatoht, y Franys acabaron con
tres de ellos, mientras que el resto empujó a un par de endemoniados. Tras lo
cual se internaron en el bosque de Onderas, hacia el norte. Cuando estuvieron
lo suficientemente lejos, se detuvieron para asegurarse de que nadie les
siguiese. Tras unos instantes, se cercioraron de que los endemoniados les
habían perdido la pista.
_ Bueno, ¿Y ahora dónde vamos?
La pregunta la hizo el bardo, Adry'Yan. Todos le miraron
extrañados, sobre todo Franys, que fue el que le contestó.
_ ¿Quién eres tú? ¿Y por qué estás aquí?
_ Me llamo Franys, soy un bardo. Estaba en la celda con
Jacluis y Tatoht, y os puedo ser de ayuda. Conozco todo Aerandir como la palma
de mi mano. Me sé las historias, y los nombres de todos los hombres
importantes. Puedo guiaros.
_ No sé yo. Ya tenemos demasiados dependientes en este
grupo.
_ ¿A qué te refieres con dependientes, blanquito? _ Soltó
Anisa enojada. _ Aquí todos tenemos una función, y si no te gusta te vas. Te
recuerdo que tú no formas parte de esta misión, eres el menos indicado para
hablar. A mí me parece bien que se quede. Toda ayuda es poca.
_ Esto se está convirtiendo en un paseo por el campo. Y eso
nunca es bueno.
_ Franys, relájate. Se quedará con nosotros hasta que
encontremos un lugar seguro. No podemos dejarle aquí solo, rodeado de
endemoniados. Vendrá con nosotros. _ Sentenció Jacluis. _ Y ahora, deberíamos
planear el siguiente paso.
_ De planear nada Jacky. Los enviados del templo no estaban
en Onderas, lo oí decir a un soldado en el banquete. Así que deberíamos ir al
poblado de donde vienen las noticias. Y no podemos perder tiempo. Vamos.
Tras decir aquello, Librella comenzó a andar. Jacluis se
quedó mirándola, la verdad, aquel uniforme de Onderas le quedaba muy bien, muy
atractivo. Anisa y Marsys comenzaron a seguirla, y el resto del grupo con
ellas. Ya tenían un plan, un objetivo.
Mientras, la reja del túnel de Onderas gimió. Y algo entró
en él arrastrando los pies.
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