Por fin le habían permitido salir del centro de curación.
Llevaba tanto tiempo allí dentro que había perdido incluso la musculatura. No
quería perder ni un solo instante. Lo primero era encontrar a Librella. No
habían querido darle ninguna noticia, pero había podido averiguar que entre los
magos y los sacerdotes casi no había habido pérdidas. Esperaba que ese “casi”
no significase que no iba a poder volver a ver a esa mocosa. Corrió hacia la
academia de magia de Meribdia. En cuanto entró, todos los allí presentes
comenzaron a aplaudir. Parecía, aunque fuese increíble, que los hechiceros le
respetaban. No entendía lo que ocurría, pero le daba igual. Se acercó a la mesa
de la ama de llaves y preguntó por Librella.
_ ¡Oh! ¡Si es Jacluis, el Superviviente! Todos conocemos la
heroicidad que lograste en la batalla de la frontera. Es increíble que un
hombre, un único hombre, pudiese haber logrado salvar a tantos inocentes.
_ ¿Salvar inocentes? ¡No salvé a nadie! Por el amor de los
dioses, si aquello fue una matanza. ¡Los únicos que se comportaron como héroes
fueron los caballeros de la luz! Bueno, es igual, por favor, necesito ver a
Librella. Hechicera de fuego de tercera clase.
_ Está usted muy equivocado, Maestro de Espadas. Librella es
una hechicera de segunda clase. Fue ascendida tras la batalla de la frontera.
Fue otra de las heroínas que lograron evitar una catástrofe mucho mayor. Tienes
razón, fueron muchos los héroes aquel día, y casi todos ellos perecieron. Pero
aún nos queda la seguridad de contar con algunos como tú. Ve a la planta
biblioteca, a estas horas suele estar allí. Pero hace tiempo que no hace caso a
nada ni a nadie, está como absorta en una investigación. Prueba suerte, si
quieres.
_ Muchas gracias. _ Dijo Jacluis._ Ha sido de gran ayuda.
Nos veremos pronto.
El guerrero salió corriendo hacia la planta biblioteca.
Nunca le gustó ese sitio, y no entendía cómo alguien podía pasarse tanto tiempo
encerrado allí. En la carrera tuvo que esquivar a varios aprendices, y otros
tantos magos. Había mucho movimiento en aquel día, mucho más del que el
guerrero podía recordar, pero eso no le importaba. Quería ver a Librella. Por
fin sabía que alguien había sobrevivido, y sólo quería abrazar a alguien
querido. En cuanto abrió las puertas de la biblioteca, se dio cuenta de que la
joven maga no se encontraba en condiciones. Estaba sola, encerrada, rodeada de
libros en un perfecto desorden. No paraba de leer, y leer. Estaba absorta,
poseída por una furia investigadora. Jacluis se acercó despacio hacia ella, y
le tocó el hombro. Ella se sobresaltó, giró la cabeza, dejando ver a Jacluis la
cara pálida y unas ojeras inhumanas.
_ Pero Librella, ¿Se puede saber qué es lo que has estado
haciendo todo este tiempo? ¡Estás horrible! ¡Pero si tú eres una niña bien que
se arreglaba constantemente! ¿Qué has estado haciendo?
_ Jacluis. ¡Jacluis! ¡Eres tú! ¡Por fin has salido del
centro de curación! ¡Creía que no volvería a verte! ¡He estado buscando una
forma de curar a los enfermos de esta enfermedad! Pero no logro hacer ningún
avance.
_ Avances. Preciosa, tú eres hechicera, no sanadora. Deja a
los sacerdotes buscar una curación, y tú descansa un poco. Eres una maga, una
gran maga por lo que me he enterado. ¿Cómo es que te han subido un rango? ¿Y se
puede saber por qué no has ido en ningún momento a verme? ¡He estado semanas
solo!
_ Lo siento, pero no estaba permitido ver a los enfermos. No
me han dejado ir a verte. Lo he intentado, de verdad, pero tenían miedo de que
estuvieseis contaminados. Desde entonces he estado buscando una posible cura.
_ ¿Cómo fue la batalla? No me han dado ninguna información,
pero parece que me considera un gran héroe, cosa que no entiendo. El
Superviviente me llaman. ¿Sabes algo de Samm? ¿De alguien?
_ Murieron muchos. Sólo un par de decenas de guerreros
sobrevivieron, y el único que aguantó de pie fuiste tú. También sobrevivieron
unos pocos caballeros. Pero cayeron muchos. Samm, Palemna, todos han
desaparecido. No hemos podido saber nada de los que se quedaron en el otro
lado, hemos mantenido desde entonces una barrera. Algunos pasan al otro lado,
al reino orco, intentando recabar información o encontrar supervivientes,
incluso los orcos que han sobrevivido se han unido a nuestras filas intentando
buscar una explicación.
_ ¡Orcos! ¿Es posible que esos malnacidos hayan logrado una
alianza? ¡Una alianza con esos bastardos! Deberíamos aniquilarlos. En cuanto
puedan, nos quitarán nuestras tierras. ¿En qué piensa el conde de Meribdia?
_ Jacluis, relájate. Piensa en que son pocos y están lejos
de sus tierras. Esta plaga les ha arrebatado sus casas. Están abandonados al
destino, y nosotros debemos ayudar a los más desfavorecidos. Por cierto,
deberías ir a ver al conde. Creo que tiene nuevas tareas para los guerreros que
sobrevivieron. Ven, te acompaño, que ya es hora de que me dé el aire.
La joven se puso en pie en seguida y salió rápidamente de la
biblioteca, sin darle tiempo al guerrero a reaccionar un mínimo. Lo único que
pudo hacer fue seguirla. Bajaron a la planta baja, y cambiaron unas palabras
con el ama de llaves, la cual se alegró muchísimo de ver a la joven maga de
nuevo fuera de la biblioteca. Entonces escribió algo en un pergamino, y le
señaló una puerta. Librella guiño un ojo a Jacluis, y le hizo una señal para
que le siguiese. Se dirigió hacía la puerta que le habían señalado, y entró. Al
entrar el hombre en la sala, una luz blanca cegadora lo envolvió. Cuando pudo
abrir nuevamente los ojos, se encontraba dentro de lo que parecían los
barracones de la guardia de la ciudad.
_ ¿Qué demonios ha pasado? _ Preguntó.
_ Un nuevo hechizo, puede trasladarnos de un lugar a otro,
siempre y cuando en la zona de destino haya unos pergaminos preparados. Lo
descubrió Golnir antes de… Bueno, lo descubrió Golnir. Es bastante útil a la
hora de llevar noticias. Yo soy de las pocas que ya lo controlan. Sígueme, te
llevaré hasta el conde.
Librella continuó por un pasillo bastante largo con grandes
puertas a ambos lados, cuadros enormes y extrañas cortinas. Jacluis nunca había
estado en esta parte de los barracones, pero sabía que se conectaba con la
estancia privada de los condes. La final llegamos a una puerta roja, más
adornada que todas las demás. La verdad, la enorme puerta le daba una sensación
de agobio. Pero a Librella no le dio la misma sensación, entró de golpe en la
estancia sin ningún tipo de contemplación. Jacluis la siguió como un perrillo
sigue a su dueño. La estancia le dio una impresión de exuberancia. Todo dorado,
cortinas de seda con bordes dorados, muebles con joyas incrustadas, armas de
plata, diamantes, rubíes. Ahora sabía por qué el salario de los soldados era
tan bajo. Pero bueno, no era hora de estar pensando en salarios. Los problemas
eran otros. Cuando llegó a la zona del trono, Librella ya estaba hablando con
el conde, aunque la conversación no podía haber sido muy larga, ya había
llegado a un punto álgido.
_ ¡No puede hacer eso! ¡Es un suicidio! ¡Sería como enviar a
un cerdo a la bandeja de un obeso enano!
_ Es lo que tenemos que hacer. Nos han llegado nuevas
noticias. Hace ya años unos muertos se levantaron del cementerio de un pueblo
enano al norte de las Dentadas. Tenéis que ir allí y averiguar todo lo que
podáis. Además, ya hay dos miembros de los caballeros de la luz en la zona, os
están esperando. Le he enviado un mensajero, os esperan dentro de tres jornadas
al este de Onderas. Debéis salir al anochecer y llegar allí sin demora. Es una
orden, y debe ser cumplida. Id a preparaos.
_ ¡Pero señor! ¿Y si aquella zona está sufriendo los mismos
ataques? Sólo seremos tres… ¡Tres! Y uno de los tres acaba de salir de curación.
_ Librella se encontraba completamente fuera de sí.
_ Te recuerdo que allí esperan dos más, y es lo que yo
ordeno. No tengo porqué darte explicaciones, pero te diré una cosa. Necesitamos
soldados para defender la frontera, y necesitamos dar con la raíz del problema.
Además, vais tres grandes héroes del reino. Jacluis el Superviviente, Maestro
de Espadas; Librella Domadora del Fuego, e irá con vosotros Anisa, una novicia
del centro de sanación. Es joven, pero tiene un gran talento. No iréis desprotegidos.
_ Señor, con su permiso. _Por primera vez desde hacía años
Jacluis se estaba dirigiendo al conde de Meribdia. _ creo que no es necesario
que la hechicera y la sanadora vengan a la misión. En tres días puedo estar en
Onderas sin problemas, y allí me uniría a los caballeros de la luz. No es
necesario que las dos jóvenes se pongan en peligro. Además, harán una labor
mayor aquí, protegiendo la ciudad y sanando a los heridos.
_ Tu entrega es encomiable, Maestro de Espadas, pero no.
Necesitáis los conocimientos mágicos de Librella y los conocimientos de
curación de Anisa. Y espero que las cuides bien, Anisa es la hija de mi primo,
el barón de Zimarra, y sería un gran pesar para la familia perderla. En
realidad, si no fuese porque la misión es arriesgada, tú no irías. No tienes
conocimientos sobre la plaga, aunque hayas sido de los pocos en sobrevivirla, y
aún menos tienes conocimientos mágicos. Tu tarea es que las dos vuelvan sanas.
¿Queda claro?
_ ¡Si señor! ¡Transparente, señor! _ Respondió Jacluis, no
sin sentirse molesto por el comentario del conde._ Saldremos de inmediato.
Vamos Librella.
El guerrero giró sobre sus talones y se dirigió a la salida.
Cruzó el largo pasillo y se dirigió hacia la armería. Estaba muy cabreado, se
sentía menospreciado por los comentarios del conde. ¿Acaso no habían sido los
guerreros de Meribdia los que habían protegido el reino desde tiempos antiguos?
Al fin y al cabo, la magia sólo existía desde hacía unos siglos, y ya había
creado muchos problemas. Antes tan solo poseían poderes parecidos los elfos druidas
y los chamanes. Cuando se dio cuenta estaba entrando en la armería, y Librella
no hacía más que intentar llamar su atención. Se dio la vuelta, y se encaró a
ella:
_ ¿Qué demonios está pasando, Librella? ¿Desde cuándo este
reino ha dejado de confiar en la habilidad de sus guerreros, para dar paso a
una fe ciega en la magia? ¿Cuándo la espada dejó su lugar de honor en el
orgullo del pueblo humano? ¿Qué es lo que ocurre, lo que me ocultas?
_ Jacky, relájate, no se está dejando a un lado a los
guerreros. Pero comprende que en algunas ocasiones la fuerza no es suficiente.
Se necesita estudiar lo que ocurre, evolucionar. ¿O piensas que se puede vencer
sólo con la fuerza a unos individuos que pueden sobrevivir sin extremidades?
¿Qué nunca se desangran? Son casi inmortales.
_ Tú lo has dicho, casi inmortales. Estoy seguro de que
pueden ser derrotados. Alguna manera habrá.
_ Tienes razón, existen maneras. _ Confesó Librella._
Mediante la magia se puede eliminar sus cuerpos, y también si se les hiere en
la cabeza. Es lo único que les detiene. E incluso algunos han seguido vivos
tras haberles cortado la cabeza, aunque su cuerpo ya no era una amenaza.
_ Amiga, sé que no es tu culpa, pero me indigna. Meribdia
siempre ha sido un pueblo orgulloso de sus guerreros, y ahora, desde la
aparición de la magia, nos dejan de lado. Sólo se nos utiliza como carne de
cañón. Meros peones en la partida. Pero bueno, dejémonos de tonterías.
Preparémonos, recojamos a la sacerdotisa, y cumplamos ya esta misión. Sólo
deseo poder volver pronto al combate. Sólo existe la pureza en la batalla.
¡Vamos! Te esperaré en el portón de entrada.
Jacluis dejó a Librella en la entrada de los barracones y se
marchó a su casa a recoger sus armas y su armadura, mientras todavía le iba
dando vueltas al asunto de los guerreros. ¿Qué no habría sido mejor alistarse
en los caballeros como otrora hiciese su hermano mayor? A él nunca le
menospreciaron. Siempre se le consideró un hombre importante por pertenecer a los
caballeros de la luz.
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