Los bosques estaban inquietos. Nunca en toda su vida había
notado esa sensación. Los bosques nunca se ponían nerviosos, eran seres
tranquilos, relajados, sabios. Debía avisar a los señores de la naturaleza.
Pero antes de despertarles, debía asegurarse de que merecía la pena. Los
árboles le guiarían hacía la procedencia de su nerviosismo. Viajó durante días.
Muchos días. Hasta que al final entró en la tierra de los orcos. Pero todo
había cambiado. Cierto era que hacía años que no venía por aquí, pero nunca se
imaginó que todo estaría tan desolado. Continuó el viaje intentando encontrar
algún orco, pero no logró encontrar ninguno. Todo esto no tenía ningún sentido.
Los orcos siempre habían sido un pueblo muy prolífico. Era imposible que no hubiese
encontrado ninguno en este tiempo. El viaje se estaba haciendo demasiado largo.
Pasó por bosques, escaló montañas, navegó por ríos y lagos, pero no lograba
acercarse al final de su viaje.
Al final encontró una aldea. No era muy grande, pero parecía
que estaba habitada. Decidió acercarse con tranquilidad, sin ser vista, todo lo
que sucedía era demasiado extraño como para tomárselo a broma, además, los
orcos siempre habían sido muy desconfiados. Lo primero que le extrañó fue la
ausencia de guardias. Los orcos eran un pueblo guerrero. Desde pequeños se les
regalaba un hacha a los críos. Incluso los granjeros eran feroces guerreros.
Decidió ocultarse en las sombras para parar desapercibida. En cuanto pasó por
la entrada de la empalizada, fue testigo del más absoluto de los horrores.
Efectivamente, la aldea estaba habitada, pero no se podía
considerar que hubiese vida en ella. ¡Los orcos que caminaban por la aldea
estaban muertos! O al menos eso era lo que parecía. Orcos sin extremidades, sin
partes del rostro, arrastrándose. Aquello no podía ser posible. ¡Tenía que ser
obra de los demonios! Intentó irse poco a poco de aquella pesadilla, pero
tropezó con un orco que se encontraba en el suelo.
_ ¡Eh! ¡Alerta! ¡Un intruso! ¡Guardias, venid! ¡Un intruso!
_ ¡No, por favor! ¡No grites! Maldita sea. _ Intentó salir
corriendo, pero habían cerrado la entrada de la aldea. Los orcos comenzaron a
acercar a ella, gruñendo y gimiendo.
Las súplicas eran inservibles. En pocos instantes, un grupo
de orcos muertos la rodeaban. La agarraron de las extremidades y la condujeron
hacia una edificación oscura en el centro de la aldea. En cuanto entraron
dentro la soltaron en el centro de la sala. Lo que vio la sobrecogió.
Esqueletos, sangre, vísceras. Todo lo que le rodeaba le hacía creer que se
encontraba en una horrible pesadilla. Sin que pudiese hacer nada la encadenaron
con unas argollas que se encontraban en el suelo, y los guardias muertos se
alejaron de su posición. Durante unos minutos estuvo sola, esperando la muerte
o un destino mucho peor. Se arrepintió de no haber dado aviso a ningún alma
sobre su viaje. Entonces, vio algo que jamás habría pensado que sería posible.
Un humano en tierra de orcos.
_ Vaya, una elfa. Estás muy lejos de tus hermanos, señora.
¡Y qué sorpresa! ¡Es una druida! ¿Qué es lo que puede haber llevado a una elfa druida
a una tierra tan lejana? Tal vez me haga una idea. _ Mientras el humano
hablaba, la elfa no podía evitar mirar hacia los orcos que se encontraban en la
sala. Algunos parecían vivos, otros no, aunque todos tenían un vacío en sus
ojos, el mismo vacío que tienen los cadáveres de los seres muertos. _ ¿Quieres
saber qué es lo que les sucede, verdad? Es sencillo, están muertos, pero
también vivos. Han logrado algo que muy pocos han logrado, pero que todos
desean. ¡Ser inmortales! Oh, pero no sufras, su destino pronto será el mismo
que el tuyo. Solo hay un problema. Si fueses un varón, tal vez te convertiríamos
en uno de nosotros, al fin y al cabo, mientras más seamos más poderosos nos
volveremos. Pero no eres varón, y nuestras mujeres no pueden concebir hijos. Es
el problema de vivir en un cuerpo muerto. Así que necesitamos mujeres para
poder tener nuestros propios hijos. Nunca se ha intentado, pero ya hemos
comenzado con los experimentos. Así que seguramente vivirás algún tiempo, pero
dudo mucho que lo agradezcas. Guardias, lleváosla a las celdas.
Cuando los guardias se acercaban, una flecha pasó rozando
una de sus orejas y se instaló en el cráneo de uno de los orcos muertos. Varias
flechas cayeron más hacia los orcos, todos en las cabezas de los muertos, y
entonces apareció otro orco. Blandía un hacha enorme, y tenía mucha vida en sus
ojos. Acabó en un instante con el resto de guardias, y entonces atacó al humano
que estaba al mando. Este dijo unas palabras que la elfa no pudo escuchar, y un
repentino chillido salió de la bocha del enorme orco. Se echó al suelo llorando
y quejándose, como un niño temeroso de la furia de un padre cruel, pero una
flecha surcó el aire para hacerse hueco en el ojo del humano, acabando con su
vida. En el momento en el que el brujo murió, el orco se levantó y se acercó a
ella.
_ Tenemos que irnos ya, los demás ya deben de estar a punto
de entrar. _ Dijo mientras le quitaba las cadenas._ Espero que puedas correr,
porque vamos a tener que hacerlo.
El orco se esperó a que la elfa se incorporase, y entonces
comenzó a correr. La elfa le siguió el paso. A la salida del edificio, vio que
otro orco se unió a la huida. Los tres corrieron como si un monstruoso demonio
les persiguiera, aunque en realidad no se alejaba mucho que lo que sucedía.
Corrieron durante horas, hasta que ya no les perseguían. Y aun en ese momento,
continuaron corriendo una hora más. Al terminar la carrera, la elfa estaba
exhausta, casi no le quedaba aliento.
_ Muchas gracias, de verdad. Creía que no lo contaba. Os
debo la vida.
_ No nos debe la vida, druida, nos debe mucho más. Morir no
es lo peor que esos monstruos hacen. Roban el alma, los sentimientos, incluso a
veces los mismos recuerdos.
_ Los recuerdos. Pero eso no es posible. ¿Sabéis que es lo
que hacen? ¿Cómo lo consiguen? Necesito información.
_ Druida, da gracias a que estás viva. No sabemos cómo hacen
que los muertos se levanten. No sabemos cómo hacen que este mal se contagie. No
sabemos quién lo hace ni cuál es el motivo. Sólo sabemos que sucede, ya está.
No le des más vueltas. Es problema de orcos, y los orcos lo solucionan. Ahora
descanse, que el viaje es largo.
_ El viaje. ¿Qué viaje? Yo no puedo salir de aquí hasta que
no descubra a lo que nos enfrentamos. Por cierto, disculpad mi falta de tacto.
Soy Luura, elfa perteneciente a la casa de Lar’reh, y soy una druida.
_ Entonces no debe quedarse aquí. Debe avisar a las razas
para que puedan defenderse. Aquí no puede hacer nada, salvo morir o caer en sus
manos. Debe convencer a las razas para que se alíen, para que se defiendan. Los
orcos han caído en pocos días. Una semana estábamos luchando para proteger la
frontera, y a la siguiente huyendo como niños hacía la ciudad de los humanos.
_ ¿Los orcos huyendo? Creía que eso era imposible. ¿Qué
sucedió?
_ No lo sabemos. Solo sabemos que en la ciudad de
Sangra’khan algunos orcos comenzaron a atacar a sus parientes, a sus amigos.
Cuando los jefes fueron avisados, ya era tarde, había muchos poseídos, sólo
pudimos abandonar la ciudad. Pero las demás aldeas del reino cayeron frente a
estos extraños atacantes. Cuando nos dimos cuenta, estábamos abandonando el
reino. La pena fue que los humanos pensaron que intentábamos esclavizarlos. En
la frontera nos atacaron, cayeron muchos de los nuestros. No tardaron en darse
cuenta del error, aunque para entonces ya era un poco tarde. Muchos de los
nuestros y muchos humanos cayeron, aunque hemos de agradecerles lo que han
hecho desde entonces por nuestro pueblo. Nuestros enemigos ancestrales dándonos
alojamiento y protección. Desde entonces los guerreros que nos recuperamos
volvemos a nuestra tierra buscando supervivientes, atacando a estos demonios, e
intentando encontrar una explicación a lo que ha pasado. Aunque tú has sido la
primera en vivir hasta este momento. Y no, no hemos encontrado una explicación.
_ Supongo entonces que lo único que puedo hacer es ir a
hablar con los Padres. Debemos buscar una solución. Gracias de nuevo por
salvarme la vida.
_ Druida, ahora mismo eres la única que puede hacer algo por
mi pueblo. Permite que mi hacha y el arco de mi hembra te acompañen.
_ ¿Hembra? _ La verdad, no se había dado cuenta de que el
tercer acompañante era una mujer. Aunque no se había tomado la molestia de
mirarla todavía. _ Lo siento, no me había dado cuenta. Tienes una puntería muy
certera, compañera, mejor que algunos de los mejores elfos que conozco.
_ Mi nombre es Marsys, y soy una cazadora de la aldea de
Amklade, la aldea de donde te hemos rescatado. Este es mi compañero de viajes
Tatoth. Es el mejor guerrero de la guardia ardiente de Sangra’khan. Y aunque no
lo creas, no podrás sobrevivir en esta tierra sin ayuda. Te acompañaremos hasta
la ciudad humana, y entonces podrás continuar tu camino hacia donde quiera que
te dirijas._ El tono de la orca parecía desagradable, despreciaba la vida de la
elfa, la despreciaba a ella misma. La elfa no entendía por qué sucedía.
_ Disculpa si he dicho algo que te haya molestado, no ha
sido mi intención.
_ Tranquila, no ha sido algo que hayas dicho, en esa aldea
vivían algunos parientes de mi compañera, parientes a los que posiblemente
hayamos tenido que matar para poder sacarte de allí. Sólo está dolida, nunca es
fácil herir a alguien a quien amas. Pero todo el dolor se pasa. Al fin y al
cabo, ya no se puede considerar que sean sus parientes. No son más que esclavos
de una voluntad oscura y cruel. Ha sido mejor así.
_ ¡No sabemos si son meras vasijas! ¿Y si aún mantienen la
conciencia de los vivos? ¿Y si están obligados a actuar como lo hacen por un
poder oscuro, pero no quieren? ¿Y si hemos matado a decenas de inocentes? ¡No
lo sabes! ¡Mis hermanos, mis padres, mis amigos! ¡Todos estaban allí! Nunca
olvidaré lo que he tenido que hacer.
En ese instante la orca se dio la vuelta, se acercó al
fuego, y se tumbó. La druida supo en ese mismo instante que lucharía por calmar
el dolor de esta mujer. Que debía luchar por todos aquellos que habían sufrido,
y que posiblemente estaban sufriendo en manos de aquellos monstruos. Entonces
se acordó de lo que el humano dijo. Buscaban mujeres vivas para experimentar
con ellas, para que diesen a luz a pequeños monstruos como aquellos. Debían
impedirlo, debían hacer algo para evitar que aquella amenaza se hiciese
realidad. Esa noche descansaría, pero en cuanto el sol saliese andaría hacia el
círculo de los Padres y buscaría su consuelo y su consejo.
Ninguno de los tres logró dormir en toda la noche. Cada
sonido, por pequeño que fuese, les desvelaba. Fue por ello por lo que
estuvieron muy cansados durante todo el camino que les siguió, y también fue
por ello que ni la experimentada cazadora, ni la observadora druida, lograron
ver las figuras oscuras que les daban persecución. El viento intentó
advertirles, pero la druida sólo notaba una agradable brisa. Los pájaros les
alertaban, pero la druida sólo escuchaba molestos graznidos. La naturaleza
intentaba advertirles del posible peligro al que se enfrentaban, pero ni la
cazadora ni la druida hacían oídos a las súplicas. Al final, fue el guerrero
orco el que se percató de que algo no iba bien. Pese a que su pueblo hacía
algún tiempo que había abandonado aquellas tierras, no había visto ni un simple
escorpión desde el comienzo del viaje, y eso le perturbaba, pues necesitaban
comer.
_ Haremos un alto, debemos encontrar algo que llevarnos a la
boca. No podemos seguir con este ritmo.
_ Compañero, yo me encargo de buscar comida. Debe haber
animales por esta zona. Aunque hace tiempo que no veo ninguno. Esperadme aquí.
_ Dijo Marsys mientras colocaba una flecha en el arco.
_ ¡No! ¡No debemos separarnos! El ambiente está tenso,
asustadizo. Algo nos observa, me lo dice mi instinto. Algo nos rodea, nos
vigila, nos acosa. Debemos descansar y comer, pero sin separarnos. No confío.
_ La naturaleza parece que ha desaparecido de esta zona. No
hay árboles, ni plantas. Ni siquiera noto tubérculos u hongos. No hay insectos,
ni lagartos, me parece que ni tan siquiera encontraríamos roedores. Mis poderes
sobre la naturaleza no sirven si no existe naturaleza. Deberíamos continuar, no
debemos parar en esta zona, es peligrosa. Por favor, continuemos.
_ Druida, no debes temer, mi hacha es lo suficientemente
poderosa como para defender este lugar de cualquier peligro que pueda
acercarse. Además, tú lo has dicho, no hay nada alrededor. Estamos seguros, y
debemos comer.
_ Precisamente, me preocupa la ausencia de vida, porque
estoy segura de que algo nos acecha, y ese algo no está vivo. Continuemos.
_ ¡Somos dos orcos, maldita sea! _ Gritó Marsys._ No
huiremos, ni nos asustaremos. ¡Buscaré algo de lo que alimentarnos, y tú
seguirás con nosotros mientras eso sucede!
_ Deberíais hacerle caso a la druida, par de orcos
estúpidos.
La voz, una voz profunda, abismal, procedía de un grupo de
rocas que se encontraban a la espalda del grupo. En cuanto sonó, los tres se
pusieron en guardia. En el momento en el que los compañeros sacaron las armas,
una risa siniestra llegó desde las rocas.
_ ¿De verdad pensáis que podéis vencerme con un arco, un
hacha y una daga? ¡No tenéis poder suficiente para derrotar a Franys la Sombra!
Soltad las armas y seréis perdonados.
_ Déjate ver, maldito siervo del mal. _ Gritó el guerrero
orco hacia la procedencia de la voz.
_ Maldito si, siervo del mal, lo dudo. ¡Está bien! ¡Saldré!
Pero un movimiento y estaréis todos muertos. Allá voy.
De pronto, de entre las sombras de las rocas, salió un
hombre. O lo que antaño había sido un hombre. Tenía la misma altura, y el mismo
cuerpo, con una diferencia, parte de su carne había sido desprendida de su
cuerpo. En algunas zonas se podían ver sus huesos. Su piel estaba en un estado
de principio de descomposición. ¡Era como los orcos muertos! Aunque tenía una
diferencia, al contrario que ellos, él mantenía sus ojos vivos, o algo
parecido. Llevaba una túnica negra raída, unos pantalones de cuero desgastado,
y dos pequeñas espadas en la cintura. Su pelo estaba lacio y descolorido. Pero podía
moverse, podía hablar, podía pensar.
En cuanto salieron del shock, el orco se lanzó al ataque.
Levantó su enorme hacha y soltó un golpe muy poderoso, aunque el medio
esqueleto lo esquivó con facilidad, sacó una de sus espadas y la colocó en la
garganta del gigante azul. Gritó, le golpeó con el mango de la otra espada en
la nuca, y volvió a guardar las dos espadas en sus vainas.
_ ¿Por qué demonios ha hecho eso? Creía que habíamos llegado
a un acuerdo. No se puede confiar en la palabra de un orco. Maldita sea.
Decidme inmediatamente quienes sois o me veré obligado a eliminaros
rápidamente.
_ Mi nombre es Luura, de la casa de Lar’reh, y sierva de los
Padres. Estos son Martys y Tatoth, mis compañeros de viaje. Aunque creo que
deberías ser tú el que se explique. La última vez que vimos a algo como tú
intentaron matarnos. Y te aviso, puede que hayas tumbado al grandullón, pero la
orca tiene una puntería certera, y una rapidez pasmosa. No podrás huir de ella.
¡Habla ya!
_ Una druida en un lugar tan alejado de la vida. Está bien.
Mi nombre es Franys, soy agente del reino humano, más concretamente del señor
de Virilia. Mi misión era infiltrarme en la ciudad de Sangra’khan y sacar de
allí a la hermana de mi señor, retenida por la Guardia Ardiente. Cuando estuve
a punto de terminar las negociaciones, esta plaga comenzó. Intenté ir a los
calabozos, donde suponía que estaba la hermana de mi señor. Pero parece que ese
era el epicentro de esta locura. Algunos humanos que se encontraban retenidos
me atacaron, uno de ellos me mordió. Lo siguiente que recuerdo fue estar en el
suelo de los calabozos, rodeado de muertos andantes, convertido en uno de
ellos.
_ Virilia…_Dijo la elfa pensativa.
_ ¿Entonces es posible que los muertos no sean peligrosos?
_Preguntó Martys. _ ¿Les estamos matando sin saber si nos harán daño?
_ Cuidado azulilla, no tan rauda. No entiendo por qué, pero
algunos son simples esclavos de la voluntad de otros. Hay algunos que son
marionetas, y unos pocos que mantienen la voluntad que tenían en vida. Yo soy
uno de los pocos privilegiados. No puedo explicar por qué yo, sólo sé que, por
culpa de lo ocurrido, no soy bien recibido entre los muertos. En cuanto me ven
me atacan. Como comprobaréis, ya me han atacado unas cuantas veces. Un poco más
y sólo sería hueso, sin nada de carne.
_ De acuerdo, debemos actuar ya. _ Dijo la druida. _ Lo
primero es despertar al grandullón. Después te vendrás con nosotros a
territorio aliado, allí lo explicarás todo y nos ayudaras a encontrar una
explicación racional para todo esto.
_ Está bien, pero espero que sean también mis aliados. Ya
has visto la reacción que provoco a la gente que me rodea, ya sean vivos o
muertos. Eso sí, en el momento en el que se tuerza algo, seré el primero en dar
un golpe con mis armas. ¿Entendido?
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