El cielo estaba completamente despejado, y el sol
resplandecía con fuerza. Era un buen día para el honor, para el valor, para la
victoria. Los soldados se agrupaban al frente del ejército, preparados para
llevar a cabo las órdenes del general. El ejército orco parecía inmenso,
grandes monstruos preparados para eliminar toda forma de vida civilizada, y eso
era impensable. Eran más grandes, más fuertes, y más numerosos, pero no tenían
el valor de los soldados humanos, ni la inteligencia de los comandantes de
estos. Pero lo más importantes, esas bestias verdes no tenían la capacidad para
controlar la magia. El plan era sencillo, los soldados mantendrían ocupados a
los guerreros orcos mientras los magos preparaban el ataque definitivo. El
apoyo para los soldados eran los caballeros y los sacerdotes apostados en los
flancos, preparados para dar curación a todo aquel herido que lo necesitase.
_ Sinceramente, no creo que tardemos mucho en terminar con
el trabajo. _ Dijo un guerrero apostado en la colina del abrevadero. _ Puede
que nuestros guerreros no sean tan fuertes como los orcos, pero son mucho más
hábiles, y pueden reponerse de sus heridas, cosa que ellos desconocen. Además,
yo solo podría acabar con una veintena de ellos sin notar ni un ápice de
cansancio. Es más, creo que para cuando tú y los tuyos vayáis a eliminar a los
orcos, ya no quedarán suficientes ni para crear un peligro para nuestros niños.
_ Y es entonces cuando la humildad del gran Jacluis, Maestro
de Espadas, apareció de entre las sombras. Tú ocúpate de permanecer vivo
mientras nosotros los eliminamos. _ Le contestó una joven vestida con una
túnica roja de bordes dorados. _ Y por favor, deja tu prepotencia al margen, y
tu orgullo en el fondo de tu bolsa. Eres un gran guerrero, pero no eres
invencible. Esta batalla no se puede ganar con la fuerza del acero, ni con el
valor de los hombres. Ni tan siquiera el poder de los caballeros de la luz es
suficientemente poderoso como para detener a las hordas orcas. La unión, esa es
la clave.
En ese momento, un imponente hombre con una coraza dorada y
una joven elfa vestida con una túnica blanca e impoluta aparecieron en el
montículo donde la pareja mantenía su discusión. En cuanto ellos aparecieron,
los guerreros apostados en la colina inclinaron sus cabezas en señal de
respeto. El único que parecía no inmutarse por la aparición era Jacluis. Una
sonrisa apareció en la comisura de sus labios, y se lanzó hacia el caballero de
la luz.
_ ¡Hermano! Creía que nunca aparecerías para saludar a tu
hermanito pequeño. Ya temía que el gran Samm Protector de la Luz no acudiría a
socorrer a sus paisanos de Meribdia.
_ Sigues siendo un irrespetuoso hermano. Debes de saludar
con el respeto que los caballeros de la luz merecemos. Aunque me alegro de
verte. Esta es Palemna, aprendiz de caballero. Es una de las más hábiles
alumnas que he tenido el placer de entrenar.
_ Hermano, ¿Cuántos aprendices has tenido?
_ Ella es la primera, pero eso no implica que no sea cierto
que sea la mejor que he tenido. _ Dijo el caballero intentando ocultar una
sonrisa._ Además, se podría considerar que tú fuiste mi alumno, y ella te
supera con creces. Es más ágil, más rápida, y su dominio de la espada es
inmejorable. Es la mejor que he tenido, no hay más que añadir. Palemna, saluda
a nuestros hermanos.
_ Señores, es un placer conoceros por fin, el maestro Samm
no para de hablar de Jacluis Maestro de Espadas y Librella Domadora del Fuego.
Espero estar a la altura en la batalla.
_ Palemna, ya lo hemos hablado, tu no estarás en la batalla,
ayudarás a los sacerdotes con los heridos y ayudaras a los magos si fuese
necesaria la retirada. Pero en ninguna circunstancia entrarás en combate, aún
no estás preparada.
_ Pero maestro, ¡Soy una gran guerrera! ¡Seré más útil en la
batalla que fuera de ella!
_ Es posible, pero aún no eres miembro de los caballeros, no
estás preparada. No hablaremos más del tema. Ahora, ve a la tienda y prepárate.
La elfa se dio la vuelta, indignada. Se alejó a grandes
zancadas, mientras refunfuñaba palabras ininteligibles. La situación produjo
algunas risas entre los guerreros apostados en el montículo, incluido Jacluis.
Entre las risas, miró un momento al caballero Samm, y notó algo que hacía años
que no veía. Miedo. Mucho miedo. La situación no agradó al guerrero. Su
hermano, el hombre que le enseñó todo lo que sabía sobre la guerra y la
estrategia, aquel con el que peleaba de pequeño, el gran caballero Samm, tenía
miedo.
_ Hermano ¿Qué te ocurre? Tus ojos muestran, los dioses
quieran que me equivoque, miedo.
_ Yo también lo he notado. _ Dijo Librella._ Un mal augurio
en el ambiente. He notado una sacudida en la naturaleza de la magia. No me
gusta nada. Samm, deberíais dar aviso a los comandantes. Debemos andarnos con
cuidado en esta batalla, hay algo que no hemos tenido en cuenta, algo que
desconocemos, y eso puede perjudicarnos.
_ Malos augurios, poder de la magia. Os recuerdo que hemos
sido los guerreros los que hemos protegido esta nación desde tiempos
ancestrales. Dejadlo todo en manos del acero, no hay nada a lo que no podamos
enfrentarnos. Somos fuertes, rápidos, hábiles, y nuestras espadas y hachas
están afiladas. Ningún orco podrá contra nosotros. Hace tiempo la magia no
existía, y siempre nos ha ido bien. Confiad en nosotros, aunque sea una vez en
vuestras vidas.
_ Hermano, confiamos en vosotros, más de lo que os creéis,
pero no debemos despreciar el poder de la magia. Iré inmediatamente a hablar
con los Dumtor, y esperemos que encuentren una solución para dicha sacudida.
Hermano, Librella, nos veremos pronto. ¡Coraje y honor!
_Coraje y honor, hermano, y cuídate, por favor. De evitar
que esos bastardos verdes lleguen hasta nuestro campamento me encargaré yo
personalmente.
El caballero se alejó en dirección a las tiendas de los
comandantes. En ese instante pareció un hombre alto y flaco, de aspecto frágil
y mirada penetrante, con la túnica roja de bordes dorados perteneciente a los
magos de Meribdia. Parecía contento, y eso era extraño en un hechicero. Se
acercó a Librella, la abrazó, y después se dirigió al guerrero.
_ ¡Los espías han informado de que una parte del ejército
orco se ha extraviado en las montañas! ¡Al menos unos doscientos orcos menos en
batalla! ¿¡No os parece fantástico!?
La noticia pareció alegrar mucho a Librella. _ ¿Doscientos
menos? ¡Eso es fantástico Golnir! _ En ese momento se giró hacia Jacluis_ Los
guerreros ya no tendríais ni que entrar en batalla durante mucho tiempo. ¡Qué
bien!
_ La verdad, es la mejor noticia que nos hayan podido dar.
Creo que ni tan siquiera será necesario que todos los magos actuemos, algunos
podrán quedarse rezagados por si se necesita un plan de emergencia. Acabar con
ellos antes de que logren llegar a nuestras líneas de defensa. Los soldados
podrán vivir un día más.
El comentario pareció molestar al guerrero, que inmediatamente
ensombreció el rostro y miró duramente al mago recién aparecido.
_ Estos magos siempre igual. A nosotros no nos interesa
sobrevivir, nos interesa la lucha, el honor, la victoria. Estar ocioso no es
bueno para nosotros.
_ Pero tienes más opciones de morir en la lucha. Y yo no
quiero que mueras. _ Le contestó Librella._ ¿Por qué te cuesta tanto
entenderlo? ¿No podrías hacer como que te alegras al menos para no preocuparme?
_ Eso sería mentir, y la mentira es deshonrosa. Fuiste tú
quien me enseñó a ser honorable. _ En ese momento el cuerno de batalla retumbó
por toda la llanura. Los soldados comenzaron a colocarse en su posición,
preparados para el choque contra el enemigo. _ Mira tú por dónde. Terminaremos
la conversación mañana, cuando los apestosos hayan sucumbido ante nuestro acero
y vuestra magia. Y no sufras, no moriré hoy. Ni mañana. Te lo prometo.
El guerrero salió corriendo hacia la vanguardia. Agarró su
espada, se colocó el casco, y se preparó para la arremetida orca. No estaba
nervioso, si no impaciente. Su espada quería sangre, sangre traicionera, sangre
invasora, y la quería ya. No tardaron mucho en ver la mancha verde a lo lejos.
Corrían, corrían mucho. Algo extraño. Parecían asustados, aterrados, y eran
menos de lo que se esperaba. El comandante dio la orden para atacar, pero
entonces Jacluis los vio. Había mujeres y niños entre los guerreros. Corrían.
Aquello no era un ataque, ni una invasión, era una huida. Para cuando intentó
advertir a sus compañeros, estos ya habían comenzado a avanzar. Intentó retener
a los que tenía más cerca, pero eran guerreros humanos, sólo conocían la
guerra, la batalla, y no atendían a nada más. Se abrió paso a empujones hacia
los jefes de escuadrón.
_ ¡Mi señor! ¡Mi señor! Dé orden de retirada. ¡Son mujeres y
niños! ¡Creo que hasta hay ancianos! ¡Señor!
Era imposible, no le escuchaban, había demasiado caos.
Entonces los dos ejércitos chocaron. Algunos orcos intentaron luchar, pero la
mayoría sólo intentaban continuar corriendo, como inducidos por un terror de
otro mundo. Los pocos orcos que intentaban defenderse caían ante el acero
humano, presas del agotamiento. Cuerpos de inocentes mujeres, crías orcas,
aquello no era una batalla, era una matanza. Entonces fue cuando todo perdió su
sentido. Algunos orcos, los más retrasados, comenzaron a morder a los guerreros
humanos... ¡Y a sus propios hermanos orcos! Estaban como endemoniados. Locos.
Esos no huían, solo buscaban sangre, les daba igual de quien. Los soldados
intentaban defenderse, pero los alocados orcos no perecían. ¡Luchaban incluso
sin brazos y sin piernas! Entonces escuchó una voz a su espalda.
_ ¡Hermano! Tocan retirada. ¡Huye! ¡Debes huir ahora!
_ ¡Samm! ¿Qué es lo que ocurre? ¿Qué nuevos enemigos son
estos?
_ ¡No hay tiempo! ¡Huye! ¡Nosotros nos encargamos de
retenerles! ¡Pon a salvo a los sacerdotes y a los magos! ¡No podemos ganar esta
batalla! ¡Busca a Palemna! ¡Huye!
Jacluis intentó contestar, pero entonces un grupo de
salvajes orcos saltaron sobre él. Su instinto de guerrero le salvó. Levantó la
espada y sesgó el brazo del primer orco. Después de este, cayeron tres más bajo
su espada, pero se volvían a levantar pese a sus mortales heridas. Por muchas
heridas que Jacluis les infringiese, ellos volvían a levantarse. Tras un
tiempo, Jacluis se encontraba exhausto. Era imposible lograr una victoria,
incluso era imposible sobrevivir. El guerrero ya lo veía todo perdido cuando
una figura pequeña separó la cabeza de uno de los orcos. Cuando Jacluis se
percató, todo el mundo se le vino encima. Palemna, la aprendiza de Samm, se
encontraba en el epicentro de la batalla. Aquello no podía estar pasando, ella
debería estar ya lejos de la batalla, hacía ya mucho que el cuerno de retirada
había sonado. Se abrió camino hacia donde se encontraba Palemna, pero mientras
más miembros cortaba, más enemigos le atacaban. Pronto perdió de vista a la
aprendiza de caballero. Solo veía orcos. Decenas de orcos le rodeaban. Debía
encontrar a Palemna, debía de hacerlo por su hermano. Pero no podía seguir
manteniendo las fuerzas. Cada vez había más enemigos. Y ya no sabía qué era lo
que le atacaba. Había orcos, humanos, incluso las hembras orcas y los niños se
habían vuelto locos. Todos atacaban a todos. Algunos usaban armas, otros las manos
desnudas. Aquello era el caos, era como si las puertas de los infiernos se
hubieran abierto para sembrar de locura las mentes de los seres del mundo. Las
filas de los guerreros estaban cayendo, los caballeros no lograban proteger a
los heridos ni a los que intentaban huir. Ya habían llegado a los magos, que
intentaban defenderse como podían de los endemoniados. Jacluis incluso vio a
algunos de sus compañeros atacar a mordiscos a sus hermanos de armas. Entonces
tomó una decisión. No podía continuar así, decidió retirarse y ayudar a todos
los que aún intentaban ponerse a cubierto. Lo primero era dirigirse hacia la
zona de los heridos. Los sacerdotes necesitarían apoyo para poder retirarse.
Aunque no tardó mucho en ver que estaba en un error.
Los sacerdotes ya habían tomado sus medidas para proteger a
los heridos. Un muro invisible impedía a cualquiera entrar en la zona de
curaciones, y mientras los heridos tenían tiempo de huir. Los magos también
habían puesto en práctica sus propios métodos de supervivencia. Un remolino de
fuego impedía el avance de los orcos y eliminaba a cualquiera que se acercase.
El problema era que tampoco los humanos que aún no habían caído podían huir en
aquella dirección, y las demás posibles zonas de retirada estaban atestadas de enemigos.
Era imposible. La muerte estaba cerca. Pero era un guerrero, no podía
permitirse el lujo de dejarse vencer por el desasosiego. Seguiría luchando
hasta la muerte, o hasta que los dioses le concediesen una oportunidad de
sobrevivir. Se giró hacia el enemigo, levantó la espada, y corrió hacia ellos.
Volvió al fragor de la batalla. Y volvió a sentir fuerzas de nuevo. Era un
guerrero, y en esos momentos era lo único que importaba.
Tras unos instantes de batalla, volvió a ver a Palemna, pero
esta vez no iba a escapársele. Una furia se apoderó de él. Comenzó a arrebatar
vidas hasta que se encontró delante de ella. Eliminó a dos orcos que luchaban
contra ella, le agarró del brazo, y la alejó del centro de la batalla.
_ ¡Déjame! ¡No me alejes de la batalla! ¡Debo continuar
luchando!
_ ¡Cállate ingrata! ¡Tu maestro está jugándose la vida para
que tú y los demás aprendices podáis huir! ¡No pienso permitir que la vida de
mi hermano se haya perdido en balde! ¡Voy a sacarte de aquí, aunque me cueste
la vida! ¡Vamos!
Se puso detrás de la elfa y avanzó hacia el escudo de los
sacerdotes. Durante el camino acabaron con la vida de algunos endemoniados. La
verdad, la elfa luchaba con una habilidad pasmosa, pero el agotamiento ya hacía
mella en ella. Cuando llegaron a la pantalla protectora, intentó llamar la
atención de uno de los sacerdotes que la mantenían en alto. Los enemigos se
abalanzaban sobre ellos, y tanto la elfa como el humano se encontraban
exhaustos. Por suerte, una sacerdotisa pareció verlos. Comenzó a abrir un hueco
en la pared, sólo para cerrarla poco después al ver que los enemigos se
agrupaban demasiado rápido alrededor de los supervivientes. Por suerte, unos
cuantos caballeros de la luz hicieron aparición con unos cuantos heridos, y
comenzaron a hacer fuerza para proteger a los refugiados. Entre ellos se
encontraba Samm. Unos sacerdotes abrieron la pared para dejar paso a los
heridos, entre ellos algunos orcos que intentaban huir del caos reinante. Por
desgracia los endemoniados los vieron y comenzaron a forzar a los caballeros
que intentaban proteger a los heridos. Ya casi habían logrado entrar en la zona
protegida, gracias a los caballeros, pero en un último instante Palemna se zafó
del guerrero y avanzó hacía la batalla en el momento en el que la barrera se
cerraba, quedando atrapada junto con los caballeros restantes en el campo de
batalla.
_ ¡No! ¡Abrid la pantalla! ¡Debéis dejarles entrar!
¡Dejadles entrar! _ Jacluis intentaba abrir la pantalla golpeándola con la
espada. Pero era inútil.
_ Guerrero, déjalo, debemos huir, y necesitamos la ayuda de
todos los que no estén heridos. La batalla ha acabado, hemos perdido, no hay
nada que tú puedas hacer. Ayúdanos.
_ Pero todavía quedan supervivientes. No podemos dejarles.
¡No debemos dejarles!
_ ¡Si debemos hacerlo! ¡Debes darte cuenta! Lo único que
ahora puedes hacer es ayudar a los heridos a llegar hasta Meribdia. Por favor,
ayúdanos. Sólo somos sacerdotes, y necesitamos gente fuerte. Por favor, si de
verdad quieres honrar a los valientes que están dando su vida ahí fuera, no
permitas que su sacrificio haya sido inútil. Ayúdanos y protégenos.
Tenían razón. Sólo quedaba la opción de reagruparse y
recuperarse. Si lo hacían pronto, puede que algunos caballeros se hubiesen
guarecido en alguna cueva. Era lo único que se podía hacer en esos momentos.
Huir. Jamás se habría imaginado tomando esa opción, pero debía ser inteligente.
Por Palemna, por su hermano, por los caídos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario