viernes, 6 de diciembre de 2019

Capítulo 7


Salir de Onderas, todo lo que debieron ver. Sus mentes no estaban preparadas para tanta maldad. El camino hacia la aldea se hizo tremendamente largo. Las miradas entre el grupo eran mínimas, y las que se dirigían a Belicia eran del todo oscuras. Nadie, a excepción de Franys, tenía ninguna interacción con ella.

Tras una semana de camino, lograron divisar la aldea. Se trataba de una aldea de pocas casas, todas de ellas bajas. Había algún huerto, y un poco de ganado, pero la aldea se dedicaba sobre todo a la extracción de hierro de una pequeña mina que se encontraba en su centro. Los aldeanos eran todos enanos, robustos y poco habladores.

Tras preguntar a varios de ellos, lograron adivinar que un par de forasteros aparecieron hacía unos días, y que actualmente se alojaban en la pequeña posada de la aldea, que hacía más las funciones de taberna y de sede de la asamblea de la aldea. Tras escucharlo, se dirigieron hacia allí.

La posada se componía de una sola estancia con funciones de comedor, y la cocina, y no tardaron mucho en encontrar a los dos forasteros. Un caballero de la Luz de tez y pelo moreno, que se encontraba riendo con otros tres aldeanos, y un hombre que superaba con creces al más alto que hubiesen conocido hasta el momento. Se acercaron a ellos y Jacluis se presentó.

_ Buenas. Supongo que son ustedes los dos enviados por el Templo para intentar aclarar lo que ha sucedido por aquí. Nosotros somos los enviados de Meribdia. Soy Jacluis, Maestro de Espadas. Conmigo vienen Librella, hechicera de fuego; Anisa, novicia del templo; Marsys y Tatoth, representantes del pueblo orco; Luura, una druida del Círculo; y Franys y Belicia, expertos botánicos.

Tras esto, todo el grupo le miró de forma extraña. Librella se acercó a él y le susurró_ ¿Desde cuando sabes mentir tan bien? _ La respuesta del guerrero fue una mirada jocosa.

_ Así que por fin llegáis _ Dijo el caballero _ Esperaba a un par de personas, pero no a todo un pelotón. Por desgracia, habéis perdido el tiempo, como nosotros. La historia no es tan interesante como creeríais. Parece ser que un aldeano se encontró con algunas plantas desconocidas por estos lares. Tras tocarlas, entró en un profundo sueño, por lo que todos aquí creyeron que estaba muerto. Pero tras pasar los días, el cuerpo no se corrompía, por lo que no podía ser devuelto a la tierra siguiendo el rito enano. Por eso se pusieron en contacto con el Templo. Pero todo ha sido un malentendido. Con el tiempo el enano despertó, vivito y coleando. Nosotros esperamos a que llegasen ustedes, pero se han demorado más de lo que creíamos.

_ Lo lamentamos, pero hemos tenido algunos contratiempos que nos han retrasado más de lo debido _ Dijo Anisa _ Aun así, me entristece que este viaje haya sido en vano. Todo el mundo se está hundiendo en la muerte y la sombra, y creí de veras que podríamos marcar una diferencia. Pero por desgracia, la única diferencia que podremos marcar será la de morir más tarde de lo que imaginábamos.

_ Tirius ¿De qué habla esta chica? A mi me contrató el templo como guía, no para morir de forma terrible ni nada por el estilo. No me han pagado para luchar. Soy un contratista, y tengo un contrato.

_ No te preocupes, no sé que pasará, pero cobrarás por todo. _ Dijo mirando al grandullón. Tras estó, fijó su mirada en Anisa _ Soy Tirius, por cierto, Caballero de la Luz. Este grandullón de aquí es Ruul, experto contratado por el Templo para guiarme por este sistema montañoso y laberíntico. Aun así, hermosa flor, no todo está perdido. Aquí mis nuevos amigos me estaban contando cosas sobre una especie de maldición, o sombra, que ha sido vista últimamente rodeando el Bosque Sombrío, y adentrándose camino de lo que se supone son las ruinas de la antigua ciudad de Virilia. Cuéntales, amigo. _ Le dijo a uno de los aldeanos que le rodeaban.

_ No es muy complicado. _ Comenzó el que parecía más viejo de los tres aldeanos _ Nosotros no solemos tener mucho trato con el resto de las razas, somos una aldea de orgullosos enanos mineros. Pero por desgracia esta zona es bastante yerma, y necesitamos alimentarnos. De vez en cuando vienen mercaderes, y a veces incluso nosotros enviamos algunos a comerciar en Muyabajo y en las aldeas elfas del norte de las Dentadas. Últimamente se oyen rumores de un sombra que se dedica a entrar y salir del bosque cuando cree que no se le ve…

_ Perdone. _ Dijo Librella cortando al enano _ Pero ¿Qué es un sombra?

_ Un sombra es un enemigo ancestral de los elfos _ Contestó Luura _ Se dice que es una criatura con forma humana, pero que no puede ser herido por ninguna arma mortal. Únicamente la magia es capaz de hacerles daño alguno. Yo nunca he visto a ninguno, pero antaño se ponía como requisito para entrar al círculo el entregar la cabeza de uno de esos seres. Aunque hace mucho que no se oyen noticias sobre su paradero, y creíamos que habían sido destruido todos.

_ Si, bueno, eso mismo _ Dijo el enano _ Si me permiten continuar. Como iba diciendo, se dice que un sombra entra y sale del bosque a su antojo. Pero no solo eso. Algunos exploradores y colectores de plantas han dicho haber visto luces extrañas en dirección a las antiguas ruinas. Y algunos marineros han explicado lo mismo sobre ellas, que se ven como destellos verdosos en algunos de los edificios en ruinas de la ciudad abandonada. Eso es todo lo que se ha dicho.

_ Como veis señores, a lo mejor todo esto puede tener algo que ver con las cosas esas que decís que se levantan tras morir. _ Dijo Tirius.

En ese momento Franys se levantó de golpe y salió de la posada. Todos se quedaron mirando, pero la única que se levantó tras él, fue Luura. Le descubrió a pocos metros de la entrada a la posada, mirando por un barranco.

_ ¿Qué te sucede? Si no fuese porque es imposible, diría que te has derretido.

_ Lo que ha contado. _ Dijo el asesino. _ La ciudad de Virilia que vuelve a estar en funcionamiento. Es imposible. Llevo siglos deambulando por este maldito mundo buscando una explicación a lo que me sucedió. Y en tanto tiempo no he logrado encontrar nada. ¿Y ahora resulta que todo estaba en casa? Me marché de allí, me convertí en este ser asqueroso. Todo lo que yo era, lo que tenía, estaba en Virilia. Luego los pueblos se sublevaron, y redujeron Virilia a cenizas. Eso es lo que siempre se ha contado. Yo me mantuve escondido durante años por miedo, y vergüenza. No pude ni ver por última vez mi hogar. Me comporté como alguien sin honor. No creo ser capaz de volver allí, y ver todo lo que no he sido capaz de proteger.


_ Toda la verdad se descubrirá, no te preocupes. Averiguaremos que es lo que está sucediendo.

_ Gracias elfa. Esta historia parece que está creando extraños compañeros de camino. _ Dijo Franys, tras lo cual se adentró de nuevo en la posada, solo para ver a sus compañeros levantándose.

_ Chicos. _ Dijo Jacluis._ Haremos noche aquí y recompondremos fuerzas. Mañana, al alba, saldremos hacia el Bosque Oscuro. Y visitaremos la antigua ciudad de Virilia.

Y tras eso, con una extraña mueca en la cara, el guerrero meribdiano comenzó a subir las escaleras, seguidos por los demás. Y ninguno se hacía idea de lo que iban a desencadenar con su decisión.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Capítulo 6


Las aventuras de Belicia habían acabado por fin. Ya era libre, estaba a salvo. Y sólo tuvo que vender a cinco personas. Dejar a cinco almas a la deriva de una suerte cruel y sin esperanza. Pero era lo que le tocaba. Tampoco era para tanto. Ellos eran fuertes, saldrían adelante.

Entonces pasó por delante de la prisión. Y pudo ver a los negreros de tierras distantes observar a los esclavos. Y lo que era peor, pudo ver cómo alguno de ellos cataba a las esclavas. No, aquello no podía ser. No era un futuro justo. Y mucho menos cuando la mano oscura que había cometido el crimen había sido la suya. Su conciencia no le permitiría seguir viviendo. Así que optó por acallar a su consciencia en la taberna. Allí encontraría el fin a su culpa.

Al entrar en ella, pudo ver a varios de los clientes ya bien cogidos a su jarra, algunos de ellos muy bebidos, y otros ya casi sin consciencia, tirados por el suelo. Se acercó al tabernero y pidió una pinta. Y después pidió otra. Y otra. Bebía como un enano, pero en su mente la imagen del orco y del humano trabajando en alguna mina oscura y lejana, o los cuerpos de las dos humanas o de la orca siendo usados por algún rico oriental o como trofeo en alguna competición bárbara, no le abandonaba. Su cabeza ya le daba vueltas, y comenzaba a ver doble. E incluso comenzó a tener visiones. Vio al otro humano, al que vestía como un sacerdote, tapado con una capucha y cubierto por una túnica. Pero bueno, era parte de las características de la cerveza. La visión se sentó a su lado, y la miró. Nunca se había fijado en esos ojos oscuros que tenía. Parecían inhumanos.

Entonces, su visión se convirtió en una aparición. El humano, el tal Franys, comenzó a hablarle.

_ Joven. He sido testigo de innumerables atrocidades en mis años de vida, pero jamás había sido testigo de una traición como la que has cometido. Ellos, que te han dado su confianza, que te sacaron de Meribdia, que te permitieron formar parte de su familia. Y tú les has vendido. ¿No tienes honor? ¿Ni principios?

Aquello era increíble. ¡Ahora le habla de honor!

_ ¿Y tú? ¿Dónde estabas cuando ellos fueron apresados? ¿Acaso les ayudaste tu?

_ Mira, niñata, mis motivos no son de tu incumbencia. Pero necesito tu ayuda para sacarles de allí. Y me la darás te guste o no. No me gustaría llegar a maneras menos civilizadas.

Aquel imbécil intentaba coaccionarla. Desde luego, ese tío tenía mucha cara. Pero algo de razón tenía. Aquello era culpa suya, y su nombre estaba ya limpio. Al fin y al cabo, ella era la más sigilosa ladrona y extorsionadora que jamás había visto el mundo. No sería muy complicado entrar y salir de la prisión. Sólo debía ser ella misma, y su nueva deuda quedaría saldada.

_ Está bien. De acuerdo. Les sacaremos, pero debes seguir mis órdenes. Y si veo que me eres un estorbo, te dejaré atrás. Necesito el silencio, ¿De acuerdo?

_ Seré como un muerto, joven. Pero démonos prisa. Quién sabe lo que les pueden estar haciendo.

* * *

Todo estaba oscuro, pero era capaz de escuchar la respiración del orco. Aquel enorme orco era capaz de dormir incluso en los momentos más tensos. Intentó forzar la vista para ver a Librella o a Anisa, pero a esas horas, la oscuridad era absoluta. Jacluis supuso que era de noche.

_ Ha oscurecido hace poco. Ha pasado un día más en este tormento. Ya te acostumbrarás. Hasta que nos encuentren un comprador, pueden pasar días. Yo ya he contado aquí dos semanas. Pero claro, supongo que yo como bardo tengo poca salida en la mina. A no ser que encuentren a algún noble con gustos algo depravados, dudo mucho que salga de aquí pronto. Vuestro caso no es el mismo, saldréis pronto de aquí.

Era el bardo, aquel pequeño semielfo que había sido su guía en aquella antesala del horror. Un hombre castigado por dejarse llevar por sus impulsos. Aquello no era típico de los meribdianos, ellos eran disciplinados, pero había oído hablar de los bardos. Gentes de placer y arte. Nunca le habían gustado.

_ Nosotros saldremos pronto, ya verás. Y tú vendrás conmigo. La esclavitud no debería ser perdonada. No es justa. Y el conde de Onderas recibirá su castigo.

_ Vale amigo, avísame cuando eso suceda para componer una oda a tu valor y arrojo. Así se la podré cantar a mis futuros amos.

El silencio volvió a hacerse. Era normal que el bardo se hubiese dado por vencido. Dos semanas acaban con la moral de muchos, y él no era un guerrero. Pero Jacluis no podía darse por vencido. Tenía una misión, una misión que debía cumplir. Y nada se lo impediría.

_ A lo mejor podríamos llamar la atención de un guardia, y tú aprovecharías para acabar con él, como en las historias. Es el recurso literario más empleado en las grandes historias de héroes y salvaciones. Conozco unas cuantas que empiezan así.

_ ¿Podrías contarnos algo, Adry'Yan?

La voz provenía de la otra jaula. Jacluis supuso que sería Librella, la conocía desde hacía años. A ella siempre le habían gustado las historias, y las canciones de batallas y heroicidades. Cuando eran pequeños, ella siempre decía que ellos dos vivirían su propia historia, y que ella sería la dama y Jacluis el caballero valeroso. Cómo cambiaban las cosas. Ahora, él estaba casado con la guerra, y ella se enamoró de Golnir, aunque por desgracia este murió en el campo de batalla.

_ Librella. Te sacaré de aquí. _ Dijo el guerrero a la oscuridad.

_ Lo sé. Tu eres mi caballero de brillante armadura. Nos sacarás a todos de aquí.

No podía verla, pero la conocía. Ella estaba perdiendo la fe. Estaba desesperándose. Y él no podía hacer nada. Debía sacarles de allí. Debía ayudarles. Pero no sabía cómo. Entonces, un sonido seco se oyó. Como un saco cayendo a plomo sobre el suelo. Despertó inmediatamente a Tatoht y se puso en guardia. No sabía qué podía ser, pero prefería no llevarse sorpresas.

Una luz comenzó a hacer visible la celda poco a poco. Una luz llameante que se hacía cada vez más y más grande. No tenía fuerzas, pero se defendería hasta su último aliento. Les defendería a todos. Entonces, un rostro conocido le sorprendió. Dos, para ser más exactos. Eran Franys y Belicia.

_ ¿Qué demonios hacéis aquí? ¿Y qué hace ella contigo? Es una traidora.

_ Jacluis, relájate. Ella me está ayudando. Hay cerca un túnel que conecta el castillo con las afueras de la ciudad. No es mucho mejor que las cloacas por las que salimos de Meribdia, pero nos ayudará.

_ Lo siento Jacluis, de verdad. _ Dijo la pelirroja. _ Pero estaba asustada. Me amenazaron, y no sabía qué hacer. Me propusieron el trato, y lo acepté. Pero mi conciencia y este idiota no me han dejado dormir. Saldremos de aquí. He de saldar una nueva deuda. Con vosotros.

Tras decir esto, la joven abrió las puertas de las celdas. Pudo ver la cara de Luura, Librella y Anisa. Estaban desnudas, pero no habían sido golpeadas. Algo era algo.

_ Vuestras pertenencias están perdidas, pero en una sala de al lado hay algo de ropa. Y hemos noqueado a un par de guardias, tenéis allí sus armas. Algo es algo. Para salir de aquí será suficiente.

No dijeron nada más. No había tiempo. En cuanto los siete, bardo incluido, hubieron salido, empezaron a escuchar pasos. Era el cambio de guardia. Y un par de soldados no se iban a presentar a él. Tendrían problemas.

Se vistieron con las ropas que había. Ninguno tenía su talla, y mucho menos el orco o las chicas. Pero debería valer.

Salieron corriendo de aquella mazmorra, sólo para encontrarse con pasillos llenos de soldados, y cómo el cuerno de la alarma sonó a lo lejos. El sigilo ya no era una opción, habría que salir rápido, o por la fuerza. Avanzaron por varios pasillos, siempre detrás de Belicia, siempre mirando por las esquinas, con cuidado para no ser vistos, o para que los que le viesen no pudiesen darse cuenta demasiado pronto. Un par de soldados acabaron con el cráneo partido o destrozado. Pero no llegaban a la salida. Sólo veían paredes de roca, eternas, todas iguales que sus antecesoras. Pero Belicia y Franys parecían muy tranquilos. Sabían dónde iban, aunque no lo pareciese. Tras correr durante un largo periodo de tiempo, llegaron a una sala. Muy elegante, en contra del resto de las mazmorras. Con elegantes cortinas, tapices exquisitos, alfombras coloridas y una mesa de roble con candelabros de plata. Y una chimenea enorme, que daba la sensación de no haber sido encendida en mucho tiempo.

_ Esta es la sala dónde el conde se esconde durante los asedios a Onderas. Como veréis hace tiempo que no se usa. La chimenea tiene un túnel para su evacuación, y es por donde saca a los esclavos de su propia ciudad, para evitar amotinamientos de la población. Después les echa la culpa a los bandidos, o a otros reinos, y se evita explicaciones más extensas. Así puede decirles a los ciudadanos que los esclavos que vende son esos mismos bandidos, y no tiene problemas con ellos. El odio y la ignorancia son grandes aliados, la verdad.

La explicación de Belicia les dejó extrañados. Jacluis conocía al conde de Onderas desde hacía años, y jamás habría pensado algo tan turbio por su parte. Franys accionó algo y un clic se escuchó, entonces, el falso fondo de la chimenea se abrió unos centímetros, y ellos pudieron empujar hasta hacer un hueco por donde poder entrar al túnel.

De pronto, escucharon pasos a su espalda, y comenzaron a correr hasta el final del túnel. Sin mirar atrás. Pero a la salida tuvieron que detenerse. Endemoniados. Un pequeño grupo. Pero suficientes como para hacer que los soldados de Onderas les diesen caza. No se lo pensaron dos veces. Abrieron la reja y cargaron contra los endemoniados. No buscaban siquiera acabar con la extraña vida que tenían, tan solo apartarles. Jacluis, Tatoht, y Franys acabaron con tres de ellos, mientras que el resto empujó a un par de endemoniados. Tras lo cual se internaron en el bosque de Onderas, hacia el norte. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, se detuvieron para asegurarse de que nadie les siguiese. Tras unos instantes, se cercioraron de que los endemoniados les habían perdido la pista.

_ Bueno, ¿Y ahora dónde vamos?

La pregunta la hizo el bardo, Adry'Yan. Todos le miraron extrañados, sobre todo Franys, que fue el que le contestó.

_ ¿Quién eres tú? ¿Y por qué estás aquí?

_ Me llamo Franys, soy un bardo. Estaba en la celda con Jacluis y Tatoht, y os puedo ser de ayuda. Conozco todo Aerandir como la palma de mi mano. Me sé las historias, y los nombres de todos los hombres importantes. Puedo guiaros.

_ No sé yo. Ya tenemos demasiados dependientes en este grupo.

_ ¿A qué te refieres con dependientes, blanquito? _ Soltó Anisa enojada. _ Aquí todos tenemos una función, y si no te gusta te vas. Te recuerdo que tú no formas parte de esta misión, eres el menos indicado para hablar. A mí me parece bien que se quede. Toda ayuda es poca.

_ Esto se está convirtiendo en un paseo por el campo. Y eso nunca es bueno.

_ Franys, relájate. Se quedará con nosotros hasta que encontremos un lugar seguro. No podemos dejarle aquí solo, rodeado de endemoniados. Vendrá con nosotros. _ Sentenció Jacluis. _ Y ahora, deberíamos planear el siguiente paso.

_ De planear nada Jacky. Los enviados del templo no estaban en Onderas, lo oí decir a un soldado en el banquete. Así que deberíamos ir al poblado de donde vienen las noticias. Y no podemos perder tiempo. Vamos.

Tras decir aquello, Librella comenzó a andar. Jacluis se quedó mirándola, la verdad, aquel uniforme de Onderas le quedaba muy bien, muy atractivo. Anisa y Marsys comenzaron a seguirla, y el resto del grupo con ellas. Ya tenían un plan, un objetivo.

Mientras, la reja del túnel de Onderas gimió. Y algo entró en él arrastrando los pies.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Capítulo 5


El camino había sido difícil. No habían podido ir a las dentadas, a la aldea, porque estaba infestado de endemoniados. Suponían que los dos caballeros de la luz que allí les esperaban sabrían cuidarse solos. Así que decidieron ir a Onderas. No era lo más adecuado, dado que las relaciones entre ambas ciudades se habían enfriado últimamente, pero era la opción más viable.

Durante el camino, no vieron a nadie. Parecía que el camino hacía Meribdia hubiese sido cerrado, algo que desde luego había gustado mucho a Jacluis. No le gustaban las visitas extrañas ni tratar con viajeros. No disponían de comida, ya que habían salido muy rápido de la ciudad, pero por suerte los dos orcos sabían cómo lograrla. Todas las tardes desaparecían y volvían al rato con una pieza de caza. Al meribdiano no le hacía mucha gracia que desapareciesen así, pero sabían cuidarse.

A la quinta jornada de camino, llegaron a Onderas. La ciudad cumbre de la cultura de Aerandir. La ciudad de los filósofos, comerciantes, charlatanes, embusteros, embaucadores. Toda la calaña del continente se reunía allí. Todos los farsantes. La escoria.

_ Ahí delante tenemos las puertas de Onderas, la ciudad de las oportunidades, mi ciudad. Hasta aquí llega nuestro camino juntos. Ha sido un placer disfrutar de vuestra compañía, pero tengo otros asuntos que atender. Gracias por todo.

La joven Belicia parecía bastante contenta por llegar a la ciudad y abandonar el camino. El resto, debido a los acontecimientos, no lograban entender cómo era posible que ella no estuviese afectada. Pero bueno, era su vida, al fin y al cabo.

Cuando se acercaron a la ciudad, se extrañaron de que no hubiera guardias en las puertas. Incluso la ciudad pirata de Nabalvento tenía guardias en sus puertas para evitar ataques inesperados. Todos y cada uno de ellos creyeron lo peor, que la plaga también había llegado hasta Onderas, que también habían caído. Pero vieron a Belicia entrar tranquilamente, como si aquello fuese normal, y siguieron su ejemplo. Nada más entrar, se dieron de bruces con un mercado. Uno muy concurrido, con comerciantes de lo que parecía ser todos los rincones del continente. Era como si todos los problemas que acaecían fuera de sus murallas no les incumbiesen, como si ellos perteneciesen a un mundo distinto.

Tras echar un ojo a algunos puestos, se dirigieron sin demora hacia el palacio del conde de Onderas. No tardaron mucho en dar con él, puesto que al contrario que el castillo de Meribdia, fuertemente fortificado, este estaba compuesto casi en su totalidad de altas torres, muy hermosas, pero sin ninguna utilidad práctica. Las puertas eran de una madera fina y hermosa, con hermosos grabados, y como en la entrada de la ciudad, la guardia brillaba por su ausencia.

Entraron, y dieron un paseo buscando a alguien que les pudiese decir dónde podían encontrar a quien estuviese al mando. A un comandante de la guardia, o incluso al mismísimo conde. Pero no dieron con nadie. Parecía que todos estaban en el mercado. Por suerte, Anisa habló.

_ De pequeña, venía muy a menudo a este palacio. A mi padre le encantaba cazar en los montes del norte de la ciudad en primavera. Si me seguís, puedo llevaros a la sala del conde, aunque no sé si estará allí.

Nadie puso objeciones a la novicia, y la siguieron por los pasillos de palacio hasta dar con una puerta muy adornada, pero de un grosor mayor de lo que esperaban, siendo el resto del palacio tan fino y elegante como era. La novicia, nada más llegar, llamó dos veces con el puño, y empujó con fuerza la pesada puerta. Jacluis la ayudó al ver el esfuerzo que le llevaba a la joven. Al lograr abrir, se dieron de cara con algo que no tenía nada que ver con el resto de la ciudad. Un grupo de hombres, con armaduras y espadas, sentados y discutiendo en una larga mesa, encabezada por un hombre mayor, pero pese a ello muy atlético. Todos los hombres se quedaron mirando, intrigados por la interrupción.

_Perdónenos, mi señor conde, pero tenemos una información urgente que darles. _Dijo la joven novicia dirigiéndose al que encabezaba la reunión. _ Soy Anisa, hija del duque de Zimarra. Su sobrina. Y vengo de la ciudad de Meribdia para traeros una terrible noticia.

_ ¡Mi querida Anisa! ¡Que honor, y que placer tenerte ante mis ojos! Hace más de cuatro años que no te veía, y desde luego el tiempo te ha sentado muy bien. Veo que las frutas del sur maduran de una manera muy hermosa. _Le dijo el conde, levantándose. _Y bien, ¿Cuáles son esas noticias que traes?

_ La ciudad de Meribdia ha caído. _Esta vez fue Jacluis el que habló. Estaba cansado, y no estaba dispuesto a charlatanería de la corte. _Soy Jacluis, Maestro de Espadas de la guardia de Meribdia. Hemos sido atacados por un enemigo que no había sido visto en mi tierra nunca, desde el comienzo de los tiempos. Un enemigo inmortal, terrible, e incansable. Solicitamos ayuda para poder salvar a los meribdianos que aún queden entre las ruinas de la ciudad.

En ese momento, el orco, Tatoht, que se había mantenido en silencio desde que divisaron la ciudad, habló.

_ Mi tierra, Sangra'Khan, también ha caído. Soy Tatoht, miembro de la guardia ardiente, y dispongo mis humildes servicios ante quien me ayude a vengar a mis hermanos. Yo, como mi joven camarada, deseo poder hacer algo para ayudar a aquellos que acogieron a mi raza en un momento de necesidad, pese a las rivalidades que siempre existieron entre nosotros. _ Dicho esto, volvió a su puesto tras Jacluis.

El conde permaneció unos instantes en silencio, mirando a todos y cada uno de ellos. Entonces, se dirigió a Anisa.

_ ¿Y cómo dices que está tu padre? Hace mucho que no se de él, y me gustaría que me contases todo lo que ha sucedido en estos cuatro años. Los demás, podéis pasar la noche en la posada La Bailarina Feliz. Decid que vais de parte del conde. Usted señorita, _Dijo dirigiéndose a Librella. _Parece hechicera, y nunca hemos tenido hechiceras en la corte. Me agradaría que usted y la señora orca, esa belleza azul, se quedasen también. Nunca hemos podido conversar con personalidades tan ilustres y exóticas. Por favor. Sería un placer para mí.

Todo aquello le mosqueaba a Jacluis, pero Librella le hizo un gesto para tranquilizarle. Iban a aceptar la invitación del conde. Jacluis decidió entonces ir a la posada con los otros dos varones del grupo. Comieron, bebieron, y disfrutaron del espectáculo. Cuando la noche llegó, las chicas seguían sin haber ido con ellos, y eso no le gustaba demasiado a Jacluis. Al fin y al cabo, el conde de Meribdia le había encomendado su protección. Mientras estos pensamientos permanecían, la bebida continuaba llegando por parte del conde. Tras un rato, estaban el humano y el orco cantando y bailando, mientras que Franys, oculto tras su capucha, les observaba impávido. Cuando la noche ya estaba muy avanzada, el asesino decidió llevar a sus dos compañeros hacia los camastros. Pese a que el tamaño de ambos le superaba, logró tal hazaña sin apenas esfuerzo. Los dejó recostados, sin desvestirles, y se marchó a la planta baja de nuevo. Él nunca dormía, así que decidió hacer guardia.

A mitad de la noche, Jacluis notó algo a su lado. Con un gran dolor de cabeza, abrió los ojos y palpó. Había un bulto en la cama, del tamaño de una mujer menuda. Continuó palpando, intentando descifrar qué era, cuando una voz conocida le habló.

_ Señor, si continuas así pasaré de advertirte, te desnudaré, y te haré mío aquí mismo. A la vera de nuestro colega orco.

_ ¿Belicia? _ El guerrero creía haber bebido en exceso _ ¿Eres tú?

_ Si, soy yo. Y pese a que es una gran pena para mí el perderme algunas cosas esta noche_ Dijo mientras le palpaba el abdomen_ He de advertirte. Hace poco esta ciudad entró en quiebra. Ahora su conde se dedica a la trata de blancas. El comercio con carne. Y sus más allegados clientes son las ciudades libres del sur, piratas en su mayoría. Y no sé por qué, deduzco que las tres mujeres que os acompañaban se encuentran con el conde. ¿Me equivoco?

La cabeza del meribdiano le iba a estallar. ¿Qué quería decirle la joven pícara? La habitación le daba vueltas, pero entonces cayó. Trata de blancas. Comercio de carne con ciudades piratas. Piratas. Libertinaje. Burdeles. ¡Insinuaba que el conde iba a vender a las tres como rameras!

_ Espera, ¿Qué estás diciendo? ¿Estás segura de ello?

_ ¿Por qué crees que me marché de aquí? ¿Porque me gusta el carácter simplón de las ciudades del este? Me atraparon metiéndole mano al bolsillo de un ricachón, y mi castigo fue.. ¡La prostitución! Por suerte escapé antes de que pudiesen venderme a algún burdel de mala muerte. Pero tus señoritas, no sé yo. Ya han pasado unas cuantas horas. Y no creo que un burdel pirata sea un buen lugar para una novicia tan joven, aunque la venderán a un buen precio, de eso no me cabe duda.

_ ¡Mierda! ¡Tatoht, despierta! ¡Vamos!

Tiró del catre del orco, arrojándole al suelo. El orco despertó y agarró instintivamente su hacha.

_ ¿¡Qué demonios sucede humano!? ¡Nunca debes despertar a un orco que duerme, y menos de esas maneras!

_ No hay tiempo, Librella, Anisa y Marsys corren peligro. Debemos sacarlas de allí inmediatamente.

Sin esperar respuesta, bajó para advertir a Franys, pero no lo encontró por ningún lugar. Era como si hubiese huido aprovechando la noche.

_ No te preocupes por él. _Dijo Belicia _ Ya hablé con él, ha marchado al palacio. Nos esperará por allí.

Típico de los espías y ladrones. Siempre tan individualistas. Jacluis cogió su espada, e iba a colocarse la malla cuando Belicia le hizo un gesto negativo con la cabeza. _ Harías demasiado ruido. Necesitamos sigilo, no brusquedad. Esta noche, se hará a mi modo.

Los dos guerreros asintieron, y se quedaron sólo con las protecciones de cuero. Corrieron tras la joven, ocultos en las sombras de la ciudad. Poco antes de llegar a la entrada de palacio, dieron un giro y se adentraron en una callejuela. Desde allí, subieron a los tejados, y corrieron hasta una ventana de palacio. Belicia sacó un alambre y con él levantó el pestillo de la ventana, permitiéndoles así entrar. Una vez dentro, fueron en silencio hacia la parte de arriba, dónde suponían estarían los aposentos. Se adentraron en una puerta que daba a un pasillo enorme, con varias puertas. Cando iban a adentrarse por el pasillo, Belicia dobló y entró en una de ellas, cerrándoles el paso.

_ Belicia_ Dijo Jacluis entre susurros_ No podemos entrar.

_ Lo siento chicos. Sólo son negocios. No es personal.

Tras decir eso, todas las puertas del pasillo se abrieron, dejando paso a varios soldados de la guardia de Onderas. Eran mínimo unos veinte, y los dos guerreros estaban solos y sin armaduras.

_ Maldita zorra. Debimos haberte matado cuando tuvimos la oportunidad en Meribdia.

_ De verdad, guapo. No es personal. Yo por mi te tenía en mi cama atado todo el día, pero tenía asuntos pendientes, y vosotros me habéis venido como anillo al dedo.

Entonces, uno de la guardia se acercó a ellos, y se dirigió a Belicia.

_ Muy bien, toma, lo acordado. Cincuenta monedas de plata por cada uno, y setenta y cinco por cada chica. Eso hacen veinticinco para ti, descontando lo que debías. Ahora lárgate, antes de que usemos ese precioso cuerpo para ganar más dinero.

Belicia se dio la vuelta con el rostro ensombrecido y se marchó. Los soldados agarraron a los dos guerreros y les ataron. Les condujeron escaleras abajo hacia los sótanos, y a continuación hacia las mazmorras. Una vez allí, les soltaron en una celda y cerraron la puerta tras ellos.

Jacluis dio un rápido vistazo a su alrededor. Había alguien más, un hombre, tumbado en un colchón en el suelo. Y otra celda contigua también estaba ocupada. Se fijó bien. Tres bultos, tapados y durmiendo en el suelo. Entonces el que estaba en su celda les habló.

_ Si. Son tres pobres chicas que van a ser vendidas a un esclavista del sur. Pobres. Son jóvenes, y muy hermosas. Supongo que a vosotros también os venderán. Desde que el conde quedó en la ruina, se ha dedicado a la venta de esclavos. Es una pena, antes esta ciudad era conocida por su cultura, su arte, sus filósofos. Ahora, nadie viene. Sólo gente de baja calaña.

_ ¿Cómo os llamáis, si puedo saberlo? _Preguntó el meribdiano.

_ Mi nombre es Adry'yan, el bardo semielfo, y como vosotros, estoy a la espera de ser vendido a los esclavistas.

Tras decir esto, el hombre se volvió a tumbar, mientras canturreaba una canción en un idioma que a Jacluis le resultaba muy familiar.